Rodrigo López Oviedo
Con el antecedente de las amenazas a la Corte de La Haya, proferidas por haber desconocido supuestos derechos sobre una franja de mar que Colombia tenía en disputa con Nicaragua, nadie debería sorprenderse con la decisión del presidente Juan Manuel Santos de desconocer las medidas cautelares decretadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a favor de Gustavo Petro, con las cuales se pretendía evitar el daño irreparable de la destitución de su condición de alcalde, ganada mediante el voto popular, sin que antes hubiera sido condenado por la Justicia penal.
Esta decisión nos hace acreedores a una doble vergüenza: la vergüenza de que un organismo internacional tenga que intervenir ante la violación a los derechos humanos por parte de un procurador que constitucionalmente está encargado de protegerlos, pero también, y esto es aun más grave, la de que el mundo se entere de que aquí no solo pasa eso, sino que, además, no se acatan las disposiciones de organismos como el mencionado, que han sido creados por la comunidad internacional para garantizar que tales violaciones no se produzcan y, sobre todo, que si se producen, no queden impunes.
En la primera vergüenza está el propósito del procurador general de la Nación, Alejandro Ordóñez, de reducir la Carta de Derechos, establecida en la Constitución Nacional, a los límites de su concepción ideológica y religiosa, extremosamente reduccionista, como puede colegirse de sus posiciones respecto del aborto y la opción sexual, además del tratamiento a algunos dirigentes políticos de izquierda; pero concepción también demasiado laxa cuando se trata del juzgamiento de lo que conviene a los intereses de sus allegados.
En la mente del procurador Ordóñez, la defensa del statu quo tiene prevalencia sobre todo lo que represente solución a los problemas sociales, lo cual tiene signo contrario a la función que juró cumplir.
Y tras la vergüenza en que nos pone el señor Presidente están las sumas y restas electorales que pueden sacarlo del solio presidencial, o mantenerlo en él. Tales cálculos fueron el origen del porrazo que le dio a la Comisión Interamericana.
Solo que, como ha vivido toda la vida rodeado de contadores y economistas que le hacen las cuentas, ya se le han olvidado las primeras operaciones, y lo que resultará de ellas será una estruendosa derrota que le saldrá por la culata, ojalá propinada por la izquierda que hoy se cobija bajo las banderas de Clara López y Aída Avella, lo cual es lo mejor que podría ocurrirnos a los colombianos, además de que es la única fórmula que podrá borrar esta nueva vergüenza de la memoria de todos los pueblos del orbe.