sábado, julio 27, 2024
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Relato de una lideresa social

La historia de Gloria Jiménez puede ser la de cualquier mujer que habita la ruralidad colombiana. Desde su niñez en Urabá hasta su actual liderazgo en Clemencia, Bolívar, ha luchado contra la pobreza, la violencia de género y las injusticias

Aura Botero
@AuraBoteroJ

A las cinco de la mañana se escucha el fuerte cántico apacible de las chamarías en la vereda ‘Aquí me paro’, ubicada a quince minutos en moto del municipio de Clemencia, Bolívar.

Gloria Jiménez ya se había despertado tres horas antes con el quiquiriquí de los gallos y luego con el escándalo de las guacharacas. La primera sensación que percibe es la fresca brisa que corre a esas horas en el Caribe colombiano y que combina a la perfección con un tinto preparado en fogón de leña. Mientras espera que el canto del garrapatero le avise que son las seis de la mañana.

Antes de que sean las ocho o nueve, ya ha hecho el desayuno para ella y su actual compañero; le ha dado de comer a las gallinas, a los pavos y a los marranos, incluso parte del almuerzo está preparado porque, seguramente, estará todo el día por fuera de casa, en reuniones y gestiones por ser presidenta de la joven Junta de Acción Comunal, JAC, de la vereda.

“El día muchas veces no me alcanza. Me acuesto demasiado cansada. A veces no me da tiempo de arreglarme, todo lo hago corriendo. Me descuido mucho. Y eso es lo que me toca día a día, es muy duro porque, además, debo compartirlo con mi rol de mujer rural”, dice Gloria.

San José de Los Campanos

La agotadora jornada de ser lideresa comunal y, a su vez, ama de casa se ha convertido en su habitualidad desde hace aproximadamente veinticuatro años. Inició en el año 2000, en el barrio San José de Los Campanos, en Cartagena, fundado a partir de una invasión. Ahí lideró las rifas y los bingos bailables con el fin de recolectar fondos para rellenar las vías, tapar los huecos y para traer de otros barrios la luz eléctrica con postes de madera.

Gloria Jiménez llegó a Cartagena, Bolívar, en 1991, desplazada por la violencia paramilitar que afectó a 634 mil personas en el Urabá antioqueño y Darién chocoano, según cifras del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, Indepaz. Ella es oriunda de la vereda El Guayabal, del municipio de San Pedro de Urabá.

Se hizo adulta desde que tenía dos años, pues ya era un alma libre que corría por los potreros. Mientras crecía eran más sus responsabilidades en la casa de los abuelos paternos, quienes la criaron.

Su aspiración de niña era poder estudiar, ser maestra y salir de la ruralidad que tanto la limitaba y que, efectivamente, la truncó de ese sueño. Aunque las profesoras le regalaban los cuadernos, las brechas sociales del campo solo le permitieron educarse hasta cuarto de primaria.

Gloria proviene de una familia con la capacidad de temblar de rabia ante las injusticias, ante la pobreza, pero también de movilizarse, de resolver, de no quedarse quietas mientras su gente siga invisible padeciendo las ignominias de las carencias.

“Mi papá ha sido un buen líder, en todas las partes que ha vivido se han destacado sus luchas, por eso yo digo que lo mío ha sido de sangre, de familia”. Ella también es sobrina en segundo grado del cantautor, líder campesino y pionero del vallenato protesta, Máximo Jiménez.

La Nutria

En Cartagena, Gloria tuvo a sus tres hijos y vivió las primeras contradicciones de ser mujer, querer construir el hogar que nunca tuvo y ser lideresa barrial. “Fue una vida bastante complicada porque mi exesposo no entendía ni respetaba mi trabajo formal ni mi trabajo con la comunidad. Y yo nací con eso, con ser lideresa, y bueno, nos tocó fracasar, separarnos”.

Posteriormente, pensó haber encontrado un buen amor, uno con el que escaparía por fin de la sombra del sufrir, de agonizar. Él le propuso que se fueran a una finca en Tiquisio, Sur de Bolívar, donde podía ver crecer a sus tres hijos, contrario a lo que vivía en ese momento por su agobiante trabajo como auxiliar de cocina en el Centro histórico de la ciudad.

Gloria llegó con él y con sus tres hijos a la vereda La Nutria, del municipio de Puerto Rico, Tiquisio, con la genuina esperanza de que volvería a la entrañable vida del campo que ya había transitado en su niñez. “Llegué y fíjate, que este papel de lideresa no es porque tú lo busques, sino que te toca, es algo de naturaleza. Allá vi otro campo distinto al que yo me imaginaba, eran montañas rodeadas de miseria. Lo que me motivó a empezar la lucha y a hacer gestiones, fue el deterioro en el que se encontraba la escuelita donde se formarían mis hijos”.

La escuela de La Nutria era una pequeña aula en la que solo un docente daba clases en una misma jornada a cincuenta niñas y niños. Cada una de las cinco filas que había dentro del salón representaban los cursos de primero a quinto. Estaba hecha de madera, la cual se estaba comiendo el comején. Por supuesto, no había baños.

Cada vez que Gloria tenía que realizar gestiones en la administración municipal en su intento de mejorar la escuela, le tocaba caminar tres horas de la vereda al pueblo. Después de padecer las inclemencias de las montañas, de las lluvias, del barro, del sol y de un macho que la maltrataba por no llegar a las horas que él imponía, por fin se reemplazó el colegio por uno de concreto, con comedor comunitario y con baños.

En los casi seis años que estuvo en La Nutria, también fundó una asociación campesina, en la que una vez la aspersión aérea contra los cultivos de coca les fumigó las siembras de maíz, arroz y yuca que con tantos esfuerzos habían logrado. En ese lugar le tocó “cargar bultos como un hombre”, aprendió a lavar la ropa con arena y con hierbas que reemplazaran al jabón y aguantarse en soledad los golpes de un desgraciado amor.

Cuando le pregunté a Gloria acerca de cómo había llevado su liderazgo teniendo una vida controlada por ese que decía amarla, expresó sin pensarlo: “me tocó ponerle un precio porque nunca me prohibí de ser una lideresa. Pero ese precio lo pagaba yo con él. Ese rol fue por, sobre todo, sobre mi integridad, mi vida, pero yo no podía prohibirme de lo que era en esos momentos, lo que sigo siendo”.

Huellas de Juan Pablo

Gloria regresó a Cartagena en 2010 tras una fuerte golpiza que le dio ese macho y a comenzar otra vez desde cero. En la ciudad, siguió conviviendo con él. Llegaron al barrio Huellas de Juan Pablo II, viviendas de interés social habitadas por víctimas del conflicto armado.

Allí Gloria nuevamente lideró la JAC, con los mismos maltratos y las mismas agonías. “Yo creo que todas las lideresas tenemos casi que las mismas historias, problemas en los hogares y con una sociedad que nos estigmatiza”. Se refiere también a las varias amenazas que recibió por estar al frente de la organización barrial.

Una noche, de esas que se quieren borrar de la memoria, o tener un botón que dé reversa, él, ese macho accionó, como lo hacen los que nos odian por ser mujeres, por ser lideresas, por querer tan solo vivir.

‘Aquí me paro’ 

Tras un proceso doloroso para Gloria, donde casi les quitan una madre a sus hijos, una lideresa a una comunidad, una esperanza a esta sociedad colmada de tragedias, ella se fue a ‘Aquí me paro’ en búsqueda de paz, tranquilidad y con su voluntad intacta a un contexto al que no esperaba volver.

“Me tocó salir otra vez del barrio, dejar a 437 víctimas con las que veníamos luchando por igualdad. Cuando llegué aquí a Clemencia tenía la idea de nunca más ser lideresa. Llegué a esta zona con el deseo de encontrar un remanso de paz”.

Actualmente Gloria siente temor por su vida debido a los procesos que está liderando en el municipio. Nuevamente se siente tildada, señalada.

Aunque no ha encontrado la tranquilidad que fue a buscar, ha podido superar un poco sus dolores, sus traumas. “Hay días en que quisiera tirar la toalla porque ya no puedo más, pero desde que llegué he sentido un avance. Se han hecho visibles sus necesidades y me lo han dicho, que sienten esa confianza de volver nuevamente aquí a la vereda, a las tierras que habían dejado por muchos años”.

La historia de Gloria representa la de miles de lideresas sociales que, en sus luchas por la búsqueda del bienestar de sus comunidades, se van perdiendo, desintegrando, absorbidas por monstruos internos, pero también externos.

Hace poco más de una semana Gloria festejó sus cincuenta y dos años con una gran comitiva de campesinas y campesinos de la vereda, donde comieron sancocho de gallina con cerdo ahumado, arroz trifásico, chicha de torombolo, entre otras especialidades costeñas preparadas por ella.

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