lunes, mayo 13, 2024
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El ayer y el hoy de las flores

Más o menos para 1995, la Sabana de Bogotá empezó a llenarse de temporales, volviéndose esta una forma en que las empresas evadían sus responsabilidades para con los trabajadores frente a las enfermedades que ya empezaban a manifestarse.

Foto Archivo
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Redacción La Espinita

El primer recuerdo de Nubia Teresa Linares refiere que solo pudo estudiar hasta tercero de primaria en la vereda San Isidro de Villeta (Cundinamarca), porque tras la muerte de su padre las cosas en su casa cambiaron. Tuvo que abandonar sus estudios y conseguir un trabajo para ayudar a su mamá y hermanos menores. Era la cuarta de 12 hermanos y a medida que ellos iban creciendo debían ir haciendo lo mismo, salir a trabajar. Ella recuerda que las tres hermanas mayores salieron rápidamente de la casa porque les consiguieron esposo, historia que no quería repetir.

Desde los 10 años inició a trabajar en casas de familia. Su primera experiencia fue con una de sus hermanas mayores, quien le pidió que se viniera para Facatativá a cuidar a su sobrino, porque ella no tenía tiempo, ya trabajaba en una empresa de flores; con ella duró un año y luego se fue para Bogotá donde trabajó en casas de familia y restaurantes.

Cuando tenía 15 años se enteró que su mamá y sus hermanos se habían venido a vivir a Facatativá, por lo cual no dudó en regresarse de Bogotá para ayudarles y estar con ellos.

En 1980, Nubia, siendo aún menor de edad, entra a trabajar por primera vez a Santana Flowers, luego a Pocol, los dos cultivos de flores de la Sabana de Bogotá. Recuerda con entusiasmo que se ganaba $4.500. Nos contaba que la plata le “rendía más”, que con ese dinero hacia muchísimas cosas, entre ellas pudo terminar la primaria en la escuela Rafael Pombo, pagar arriendo, comida, comprar ropa y a veces hasta para pasear le quedaba dinero.

En 1987, ya con cédula en mano, entró a la empresa Las Conchitas a trabajar con las astromelias, para ese tiempo una de las mejores empresas que existía, según Nubia.

Beneficios perdidos

Era otra de las trabajadoras que hacía parte de los beneficios que esta empresa les daba a sus trabajadores. Allí les pagaban todas las prestaciones de ley y nunca quedaban mal, los dominicales los pagaban triple, las horas extras dobles, además tenían la prima extralegal, prima de vacaciones, auxilio educativo para los hijos, les permitían estudiar, “teníamos una cooperativa llamada Crediflores”. Les daban alimentación, 20 minutos de desayuno, una hora de almuerzo. Tenían semana cultural “completa”, regalos para los niños en diciembre, paseos, fiestas, de fin de año, de amor y amistad, de la familia, del Día de la Madre.

Se podía llevar a los hijos a conocer la empresa, talleres para los niños y otras cosas de las que ya no me acuerdo; “así cómo nos íbamos a cansar o aburrir si en esa empresa nos daban muchos beneficios. El principal, todo el personal era contratado directamente por la empresa, sin importar cuanto tiempo durara y gozaban de estos beneficios, y no los discriminaban como hoy”, según Nubia, “que si usted es de la empresa, temporal o de cooperativa, puede o no usar la ruta, los casinos, etc.”, dependiendo del tipo de carné que tenga. Dice ella que, aunque siempre nos ha tocado madrugar para asistir al trabajo, no tenían tanta recarga laboral como la que tienen hoy.

Para Nubia salirse de trabajar de Las Conchitas fue porque les llegó la reforma laboral, ley 50 de 1990, la empresa empezó a hacer reuniones y a otros individualmente. Para explicarles que la ley había cambiado y que el mejor beneficio para ellas era conciliar e iniciar un nuevo contrato que ellos le harían y que además el acuerdo les permitiría recibir unos pesitos más, “y como nosotros no entendíamos cuáles eran realmente la implicaciones de esa ley, pues muchos firmamos y de esta manera fuimos desvinculados de la empresa”.

Para cuando se retiró de Las Conchitas, ya estaba casada, tenía una hija de 2 años, ya había conseguido el lote y parte de sus prestaciones le sirvieron para empezar a construir su casa.

Descansó seis años y trabajó de forma independiente, luego entró a Delta, estuvo dos años. Se retiró porque la empresa se iba acabar y tuvo miedo de perder la liquidación. Luego entró a Luisa Flowers y de allí se fue para Santa Bárbara, una empresa que hasta ahora iniciaba y tenía buenos beneficios para sus trabajadores; fue allí donde pudo terminar su bachillerato, al tiempo que nació su tercer hijo. Después de ocho años se retiró porque presentaba todos los indicios de una enfermedad profesional: “el túnel del carpo, y no sabía que le hice un favor a Santa Bárbara al retirarme pues de esta manera cesa toda responsabilidad frente a esta enfermedad”.

Sin derecho a enfermarse

Nubia también recuerda que fue más o menos para 1995 cuando la Sabana de Bogotá empezó a llenarse de temporales, volviéndose esta una forma en que las empresas evadían sus responsabilidades para con los trabajadores, frente a las enfermedades que ya empezaban a manifestarse, pero algo igual de importante es que ya los trabajadores, al no tener un contrato directo con la empresa, no se podían organizar, es decir, hacer sindicatos. “Las temporales solo buscan gente que trabaje como burros, que no se quejen, que no se enfermen y que no reclamen sus derechos”.

Para las empresas se volvió un problema tener enfermos. Ya para ese tiempo se observaba la discriminación con que trataban a los trabajadores que padecían alguna enfermedad común o laboral. A los enfermos los ubicaban en un solo grupo y los aislaban, pero más duro para Nubia era saber que recibía “matoneo” por parte de las mismas compañeras que se burlaban de ellas “y nos decían que nos hacíamos las enfermas para no trabajar y no sacar los rendimientos, o cuando era necesario trabajar en grupo le decían al supervisor: no nos mande a esa inválida”.

De esta manera ella es una testigo de cómo empezaron a cambiar las cosas y de aquellos beneficios que Nubia hablaba ya no queda nada. A los trabajadores no les quedaba tiempo para ir a tomar agua o para ir al baño. Algunas se arriesgaban a llevar agua a las camas, porque eso estaba prohibido igual que llevar alimentos.

Los rendimientos los aumentaron. Ya se veían temporales como “empleadores”. El almuerzo se cargaba o había que comprarlo. Las quincenas solo alcanzaban para medio hacer mercado y tratar de que los hijos terminaran la escuela. Para ella hoy las empresas de flores no valoran a los trabajadores como personas, ahora solo son un instrumento más de trabajo, donde solo los someten al tiempo calidad, cantidad, y sin derecho a enfermarse. Ella dice, “trabajando hoy en cultivo de flores, nuestros hijos no podrían estudiar y por eso es que salen políticas como la educación gratis en primaria y secundaria”.

Hoy en día se hace más difícil acceder a cosas tan básicas como la vivienda o la educación técnica-superior, porque la forma de contratación que hoy se tiene no da la estabilidad laboral que se tenía hace 25 años cuando ella entró a trabajar. Hoy ya no se puede pensar en comprar una casa, sino en pagar arriendo, tampoco en el estudio de los hijos, sino que como es tan poquito el sueldo ese hijo debe empezar a trabajar también para aportar al hogar.

Finalmente, Nubia piensa que, si bien en ese tiempo las empresas tenían sus propios sindicatos patronales, hubiese sido importante que las mujeres tuvieran un conocimiento más claro frente al significado de la organización. Por lo que hoy más que nunca los trabajadores están padeciendo y enfrentando la pérdida sus de derechos.

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