Se abre espacio al acuerdo nacional

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Clara López Obregón

Un pueblo movilizado es una buena noticia para la democracia, especialmente cuando las protestas y marchas son protegidas por las autoridades. Varias lecciones dejan las manifestaciones de la oposición del 21 de abril y de la clase trabajadora el 1º de mayo, ambas conducentes a la concreción de un acuerdo nacional.

En primer lugar, porque en la calle se ha manifestado una correlación de empate de fuerzas entre las grandes corrientes de opinión que viene desde las elecciones presidenciales de 2022. Ambas movilizaciones fueron grandes, pacíficas y caracterizadas por su contenido de clase, pues es patente que a la oposición al Gobierno la acompañan los de arriba, mientras que a quienes respaldan al Gobierno, los de abajo.

La segunda razón para el acuerdo nacional es que las marchas muestran que el apoyo al Gobierno por parte de quienes lo elegimos sigue tan firme, como la oposición de quienes lo adversan. Las alegaciones de corrupción en este contexto se convierten en elemento de confrontación que debe abordarse de manera institucional. Ya es escuchan voces pidiendo la renuncia del presidente y el hundimiento de las reformas que promueve, sin pruebas y de manera oportunista, quienes desde un comienzo no han aceptado la alternancia en el Gobierno.

La tercera lección es que cuando el cambio avanza, se alinderan las fuerzas en dos amplios campos. El 21 de abril marcharon al lado de los dirigentes connotados de la derecha, los cuadros del llamado centro que estuvieron ausentes el 1º de mayo. Hay un dicho norteamericano que viene como anillo al dedo: “cuando la marcha se torna dura, los duros se marchan”. En buen romance, cuando hay que escoger, la mayoría de ellos se alindera con la derecha.

Con el “cambio en primera”, los sectores enfrentados, acordados en un acuerdo nacional explícito o implícito, avanzan armoniosamente. Cuando los intereses en juego con las reformas dejan al descubierto la contradicción antagónica entre los de arriba y los de abajo, el cambio pasa a neutro. Ni se avanza ni se retrocede, pero la polarización se va acentuando. Ahí nos encontramos.

La calle refleja el empate de la correlación de fuerzas y salta la liebre de la corrupción con la que tradicionalmente se ha combatido el cambio. Esa corrupción debe enfrentarse y la justicia debe sancionarla. También puede instrumentalizarse para congelar las posibilidades de cambio. En esa disyuntiva se encuentra Colombia. Estamos al borde de pasar del “cambio en neutro” al “cambio en reversa” lo cual depende de la conducta democrática de la oposición y del Gobierno. Uno que falle, y pasamos a la violencia que debemos desterrar de tajo.

Es necesario un verdadero acuerdo nacional. Desterrar la violencia estructural en la confrontación política: la violencia física y la simbólica para abordar la exclusión y la discriminación y darle el contenido faltante a la democracia. Esa es la verdadera lección de las movilizaciones democráticas de los últimos días.

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