jueves, mayo 2, 2024
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El salto del Tequendama, entre brumas y leyendas

La monumental cascada ha sido inspiración de múltiples mitos y leyendas, la mayoría provenientes del pueblo muisca. VOZ visitó el lugar y habló con los habitantes de este icónico sitio ubicado en Cundinamarca

Arlés Herrera (Calarcá)

Había pasado muchas lunas en que no había vuelto a deleitar mis ojos con el majestuoso espectáculo que ofrece el salto del Tequendama, cascada donde el Río Bogotá de fortísimo canto se lanza desde 157 metros de altura, dejando la sensación que se suicida al caer en el helado “Lago de los muertos”, produciendo un estruendo como los truenos que el dios Chibchacum descargaba furioso sobre la tierra.

El Río Bogotá, antes llamado Funza, nace en el Páramo de Guacheneque a un lado de Villa Pinzón a 3.300 metros de altura sobre el nivel del mar. Después recorre 380 kilómetros pasando por 47 municipios hasta que desemboca en el Río Magdalena.

El Funza fue en tiempos lejanos santuario de los Muiscas. En una crónica de la época colonial de 1530 dice: “Las mujeres dan a luz a sus hijos en el hermoso río de aguas cristalinas rebosantes de vida”.

Almas en pena

Ansioso quería oír de sus habitantes alguna leyenda o historia sobre el salto del Tequendama. Me dirigí a una vendedora de comida. Antes de saludarla, ella muy gentil me saludó primero: “Buenos días señor, a la orden, todo aquí está fresquito hecho con mucho amor, ¿qué le provoca?”. Le devolví el saludo, pedí unos envueltos de maíz y un café.

Después de indagar por cosas cotidianas de su trabajo, le pregunté: “¿Vecina que hay de cierto que las almas de quienes se han suicidado en el salto quedan penando?”.

Doña Fermina, como se llama, contestó: “Eso es muy cierto. El dos de noviembre que es el Día de los Difuntos, en la noche se oyen llantos, gritos y quejidos, incluso yo he visto sombras de aves volando y emiten algo así como un quejido que da miedo, son las almas de los suicidas, cuando yo oigo esos lamentos me levanto a rezar varios Padrenuestros y Avemarías para pedirle a Dios que les perdone el pecado de haberse suicidado, porque el único que tiene derecho en quitarnos la vida es Dios nuestro señor. Las almas de los suicidas no pueden entrar al reino de los cielos y padecerán por siglos, así de sencillo”.

La hija de doña Fermina, estudiante de la Universidad Nacional, viene los sábados y domingos a ayudar en el negocio de sus padres. Ella ha estado atenta escuchando las narrativas de su mamá. Le pregunté si ha experimentado todo lo que dice. La joven contestó: “Yo nunca he escuchado nada, lo que pasa es que las personas supersticiosas y otras que seguramente se les ha aflojado algún tornillo oyen cosas raras”.

Llega “el profe”

Estaba atento a la narrativa de la joven, la cual se declaraba beligerante activista de los cambios propuestos por el presidente Petro. Por desgracia, dice, hay una derecha fascista perniciosa que impide que Colombia avance con las reformas, una de la más urgente, la reforma agraria, pues se trata nada menos que de la seguridad alimentaria.

Se interrumpió la charla porque la muchacha exclama con alegría: “¡Llegó papá!”. El “profe” como lo llaman, se bajó de su auto pasado de moda y saludó con su agradable acento paisa. De una le comenté mi interés por conocer la historia del salto del Tequendama.

El “profe” amablemente contestó: “Bueno, algo conozco. Yo siempre comienzo por referirme al hotel de muy bonita arquitectura estilo republicano, que en principio se llamó Castillo Bochica. Este fue diseñado por el arquitecto Pablo Cruz en 1923. Al castillo solo lo disfrutaban las élites de la sociedad, eran gente de bien como dicen ahora, hombres y elegantes mujeres venían a divertirse. Después de la media noche y de unos buenos tragos entre pecho y espalda comenzaba la recocha. Mientras tanto las pobres almas que estaban allá abajo en el ‘lago de los muertos’ encalambradas de frío no podían subir a clavarse unos cuantos guarilaques y rumbiar un poquito”. Doña Fermina interrumpió, “viejo, no se burle, mi Dios lo va a castigar por lengüilargo”.

La rebelión

La verdad es que “el profe” le pone guasa a la narrativa. Continúa: “Conocí un señor que fue portero del castillo y me contó que una noche llegaron no menos de un centenar de almas entre hombres y mujeres queriendo entrar a la fiesta de la élite, ingreso que el portero negó, pues la facha era deprimente, además que eran chusma. Las cosas se fueron poniendo complicadas, cuando comenzaron a llegar más almas con pancartas que decían: ¡abajo el padecimiento eterno!, ¡entrar al cielo es un derecho! Coreaban a todo pulmón: ¡las almas unidas jamás serán vencidas! La gente que estaba en la fiesta llamó de manera urgente al presidente de la República y este, de inmediato envió ejército y policía y de una entró disparando. El saldo de heridos fue de un centenar, a 48 almas les reventaros los ojos”.

A partir de 1930, los suicidas eran personas entre 15 y 25 años de edad, escogían el salto del Tequendama como el sitio más seguro para despedirse de este mundo. Hoy ya nadie se suicida aquí, creo que los que tienen vocación han desistido en hacerlo porque saben que el río está podrido, contaminado y no quieren morir infectados. Se sabe que 800 toneladas de desechos industriales son arrojadas diariamente al Río Bogotá.

Un amor incestuoso

“El profe” continúa el relato: “Nencatacoa, dios muisca, fue quien le dio inspiración a los artistas de la palabra para que crearan míticas leyendas de amor y del origen del Tequendama. La más conocida es el mito relacionada con Bochica. Pero hay otras leyendas que vale la pena evocar, en particular el bello relato de Hunzahúa, su hermana Moncetá y el origen del Tequendama”.

De acuerdo con el empírico cronista, dice la leyenda que el cacique Hunzahúa se sentía profundamente atraído por la singular belleza de su hermana Nocentá, Tanto así que se atrevió en ir a donde su madre y pedirle permiso para que su sangre fuera su esposa, petición que fue negada, ya que en la cultura Muisca el incesto era castigado con la muerte. El cacique encaprichado por el amor a su hermana tuvo la idea de invitarla a la provincia de Chipatae en donde la sedujo y celebró la boda.

Regresaron a Hunza y la madre de Moncetá observó que el vientre de su hija estaba crecido, concluyendo que fue embarazada por su hermano. La señora llena de ira le lanzó el cucharón con que revolvía la chicha en un gran recipiente de cerámica. Moncetá esquivó el golpe y el cucharón se estrelló contra la vasija, y dice la leyenda, que corrió tanta bebida que se formó lo que hoy conocemos como el poso de Donato.

La muchedumbre se levantó contra Hunzahúa, obligando a la pareja de hermanos a huir. El cacique herido en su amor propio subió a la “loma de los ahorcados” y desde allí maldijo a Hunza y a su gente. “Sufrirán de tristeza y frío”, sentenció.

En su huida llegaron a Susa en donde Moncetá dio a luz un niño. Un grito desgarrador inundó la provincia, fue el alarido de horror de la madre cuando vio que su hijo se convertía en piedra.

Hunzahúa desesperado tomó el arco, lo templó poniendo sobre este una saeta de oro, la disparó con todas sus fuerzas con el fin de que esta les indicara la ruta a seguir. Caminaron los hermanos por días y noches enteras siguiendo la ruta que señalaba la flecha, hasta que esta cayó en lo que hoy conocemos como el salto del Tequendama.

Allí acampó Hunzahúa y Moncetá, quienes fatigados se unieron en un tierno abrazo. Bochica consideró esta escena como un acto que violaba las reglas morales de los muiscas. Y sin vacilar ni un momento los convirtió en dos inmensas rocas que de inmediato fueron separadas por la monumental cascada, el salto del Tequendama.

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