Editorial VOZ 3200 – Edición violeta
La larguísima lucha del pueblo palestino por su tierra y su soberanía se remonta a casi un siglo, desde la época del arbitrario mandato británico que fue preparando el terreno –como en efecto se demostró lapidariamente años después–, para entregarle su ancestral e histórico suelo a los judíos.
Ya en ese período tuvieron los palestinos que pelear contra los soberbios británicos que acogían la inmigración de judíos europeos –o sea para nada semitas– a esa región, en desmedro de sus dueños y ocupantes de siempre. Los palestinos, hay que recalcarlo, eran abrumadora mayoría y convivían pacíficamente con los judíos minoritarios, que también llevaban milenios arraigados allí.
Pero vino el pérfido Plan de Partición de las Naciones Unidas de 1947, agenciado desde luego por Inglaterra. Y con excusa en él, la declaración del Estado de Israel en 1948 por las hordas sionistas, ya hechas fuertes en el territorio, con el arrasamiento de cientos de aldeas palestinas al tiempo que pasaban a cuchillo a sus moradores y el destierro de alrededor de setecientos mil. La Nakba o “catástrofe” que desde entonces conmemoran los palestinos.
Este es el punto crucial y más dramático de la persecución y sufrimiento de este pueblo, con hitos como la guerra de 1967 entre la entidad sionista y los árabes, que significó la ocupación a sangre y fuego de Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental, tres territorios donde se asentaba la mayor parte de la población palestina, parte desde luego del 45 por ciento del territorio “asignado” por las Naciones Unidas para que constituyeran su futuro Estado. Otra Nakba.
¿Y qué tienen que ver en todo ello las mujeres palestinas? La brutalidad de la ocupación hizo que, de un día para otro, comenzaran a ver sus casas, sus parcelas, sitios de recreación y de encuentro copados por soldados israelíes que invadían sus hogares, las maltrataban, humillaban, herían y apresaban. Lo cual hizo que, como algo natural y espontáneo, se generara en la población la consciencia y decisión de resistir a la ocupación. Igualmente, de manera instintiva, las mujeres fueron asumiendo que su rol ya no podía ser solo el tradicional. Ellas también eran víctimas de la ocupación, con todos sus males y resistirían. Y a ello se dispusieron. En todas las formas.
Pero había algo que, de alguna manera, dificultaba el compromiso de las mujeres con la lucha activa. Era la existencia de dos valores esenciales, primordiales en la sociedad palestina: honor y tierra. Lo primero, muy ligado a lo intangible de la mujer y de su cuerpo. Y la resistencia implicaría asumir roles y riesgos que ponían en peligro ese valor, pero, paradójicamente, los invasores se encargaron de remover ese obstáculo. ¿Cómo? Agrediendo a las mujeres en sus cuerpos, con formas de tortura y de afrenta que incluía lascivia, burla y exhibición pública de la desnudez. Entonces, las mujeres lo tuvieron claro: ¡No más! Primero la tierra y luego el honor, porque sin la primera no era posible lo segundo.
Fue así como, en 1964, nacieron la Fundación Familias de los Mártires para auxiliar a las viudas y huérfanos y, en 1965, la Unión General de Mujeres Palestinas, UGMP, como parte de la Organización para la Liberación de Palestina, OLP, que lideraba Yasser Arafat. Y fue este quien rompió el velo –y veto– cultural que hacía que las mujeres no pudieran ser combatientes armadas. Ante la insistencia de la UGMP, accedió. Y en 1970, en el Frente Popular para la Liberación de Palestina del legendario George Habash, las mujeres participaban junto a los hombres en el campo de batalla. Las primeras de esta organización, Shadia Abu Gazela y Leila Khaled.
Por eso, este sábado 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en homenaje a las legendarias hermanas Mirabal ─Patria, Minerva y María Teresa─, asesinadas en ese mismo día de 1960 en República Dominicana por el tirano Rafael Leónidas Trujillo, la Federación Democrática Internacional de Mujeres, FDIM, orientó que sea un día de acción global feminista por Palestina.
Oportuna y justísima iniciativa en momentos en que soportamos un horror que supera, en mucho, los suficientes que ya nos ha sido dado presenciar en nuestras vidas: en vivo y en directo el mundo está contemplando el genocidio contra el pueblo palestino. Es desgarrador ver el dolor de las madres recogiendo trozos del cuerpo de sus niñas y niños, mujeres impotentes frente a los despojos de sus compañeros, camaradas, familiares, ellas mismas pulverizadas por el misil del odio sionista sobre sus viviendas. Todo ante los ojos complacientes de los poderes occidentales del mundo.
Así, en esta acción global, el 25 de noviembre a las dos de la tarde nos reuniremos en la Plaza de Bolívar de Bogotá enarbolando la bandera de Palestina y portando un juguete, símbolo no sólo de irrestricta solidaridad con esa patria, sino del derecho que tenían los niños y niñas masacrados en Gaza a vivir y ser felices.
Y al unísono, con nuestras hermanas del mundo, gritaremos: ¡Palestina en el corazón de todas las mujeres!