Silueta de mujer campesina

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Magali Schoonewolff

Más allá de la adquisición de conocimiento o de la academia, de los mecanismos de participación, las palabras elocuentes y los escritos versátiles, más allá se visualiza una forma, una luz, una silueta, una experiencia, una idea, un saber incrustado, una semilla de amor. En medio del horizonte, desde donde se percibe el trasegar de la lucha, se manifiesta la mujer campesina.

La tierra cada mañana trabajada con sus manos, sus pies, sus entrañas y su ser entero. Son las manos que luego sucumben en lo profundo del hogar, desde la limpieza del baño hasta la preparación de los más deliciosos manjares para alimentar a sus hijos. Son las manos que tejen la esperanza y acarician los sueños.

No obstante, la realidad de las mujeres oscila desde lo romántico hasta la crudeza de vivir violentadas cada día, enfrentándose a las distintas formas de violencia física, verbal, financiera, psicológica, cultural, étnica, entre otras; todo esto muy a pesar de que, incluso en el seno del hogar, comparta otras violencias con su familia.

Alexandra Kollontai, nacida en San Petersburgo el 31 de marzo de 1872 y fallecida en Moscú el 9 de marzo de 1952, lo dice así: “Marido y mujer soportaban solidariamente el yugo de la servidumbre. Sin embargo, dentro de su propia familia, el campesino que fuera de ella no tenía ningún derecho y era un siervo y un sometido, alzaba el gallo como dueño y señor de su mujer y de su familia. De la misma manera que el caballero, en su castillo, ejercía su mando sobre su esposa con título de nobleza, se erigía el labrador dentro de su propia casa en dominador de su mujer”.

Los cambios, que se realizan día a día en defensa de las mujeres campesinas, cada avance logrado desde que se iniciaron los movimientos feministas, han dado sus frutos. Hoy las mujeres del campo siguen luchando por ser reconocidas como sujetas sociales y políticas, y crecemos con ellas a medida que defendemos sus vidas y, entre tanto, el proceso avanza, muy a pesar de nuestro esfuerzo aún se ven morir a otras y, con tristeza, recordaremos a quienes fueron silenciadas en el camino.

Surgen entonces preguntas necesarias en este camino de luchas: ¿Cómo se le llamaría al proceso de años para cambiar una conciencia? ¿Cómo el sistema podría cambiar toda su institucionalidad en defensa de nuestros derechos? Y mientras buscamos respuestas, avanzan las formas, se prenden nuevas luces y las siluetas de mujeres campesinas se mueven ante los ojos del mundo que no quieren verlas. Y, aún sin saberlo, develan esta violencia que a lo largo de los años se reproduce de diversas formas mediante la cultura patriarcal.

En la década del setenta del siglo pasado, mujeres latinoamericanas, reunidas en Colombia, acordaron conmemorar un día internacional de la no violencia contra las mujeres. Conmemoraban las vidas de las hermanas Mirabal, denunciaban su muerte y, al mismo tiempo, unían sus voces para demostrar al mundo que las mujeres hemos librado una lucha feroz e incesante por las reivindicaciones de nuestros derechos.

Uno de los miles de procesos impulsados por mujeres pertenecientes a diversas organizaciones sociales, culturales, ambientales, económicas y políticas se está dando en el municipio de Sabanalarga, Atlántico, en el que se dibujan historias campesinas que nos enseñan que nuestras siluetas de mujer no serán más de sumisión, sino de reivindicación.

* Asonam Atlántico