martes, abril 30, 2024
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Dos mujeres, dos modelos

El pueblo brasileño definirá en las próximas elecciones si escoge un modelo de desarrollo que afiance las reformas sociales democráticas, instauradas por el Partido de los Trabajadores, o regresa al modelo neoliberal del Consenso de Washington

Alberto Acevedo

Dilma Rousseff, actual presidenta del Brasil, y quien aspira a la reelección en las justas del 5 de octubre próximo, y Marina Silva, su contendora más cercana, que se postula a la presidencia como candidata del Partido Socialista Brasileño (PSB), representan las opciones más firmes entre el electorado del país sudamericano, y al mismo tiempo dos modelos de desarrollo absolutamente contrapuestos, antagónicos, que conducirían a la mayor potencia económica latinoamericana por caminos diferentes, dependiendo del voto mayoritario de los ciudadanos.

Lo que está en juego no es de poca monta. No solo por la importancia que las elecciones revisten para la política interna del país, sino por lo que esa economía representa para Latinoamérica y el mundo.

Brasil es la sexta potencia económica mundial, puesto que ocupa desplazando al Reino Unido, que ostentaba hasta hace pocos años esa posición. Es el quinto país por superficie en el planeta y uno de los más numerosos, por población, con 202 millones de habitantes.

Las decisiones políticas que adopte son importantes, no solo por su peso económico sino también político. Desde que el Partido de los Trabajadores (PT) llegó al poder, primero bajo dos periodos presidenciales de Luis Inacio Lula da Silva y ahora bajo la administración de Rousseff, Brasil se ha convertido en contrapeso de Estados Unidos y las grandes potencias occidentales, que pretenden un manejo hegemónico del rumbo de la economía mundial e imponer eso que los economistas llaman el fundamentalismo del mercado y que en política se conoce como neoliberalismo.

En América Latina se dio una respuesta a las políticas neoliberales de los años 80 y 90, que tuvo su expresión en el surgimiento de gobiernos progresistas, que desafiaron el denominado Consenso de Washington. Brasil jugó un papel protagónico en ese renacer progresista.

Los gobiernos del PT, como los del resto de países democráticos, promovieron políticas sociales de inclusión y democratización de las instituciones. Hoy, hay más comida en la mesa del brasileño corriente. Más empleo, más renta, más dignidad. Cuando Dilma Rousseff ha pedido el voto de los ciudadanos, es bajo la íntima convicción de que ese proceso de transformaciones sociales no debe ser interrumpido.

Bajo el gobierno de Dilma Rousseff se instauró una política internacional de defensa de la integración regional latinoamericana con acento en la soberanía nacional, la autodeterminación de los pueblos y en un proceso de desarrollo contrahegemónico. Dilma es clara en la defensa de proyectos regionales como el Mercosur, Unasur, Celac, el ALBA, el Banco del Sur y otras propuestas similares, que pasan por la defensa de unas buenas relaciones con Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y el resto de gobiernos progresistas.

“Terminar con Mercosur –dijo hace poco la mandataria- sería darnos un tiro en el pie. Somos la mayor economía de América Latina, tenemos que percibir el tamaño de ese mercado”, anotó Rousseff, respondiendo a opiniones en contra de su opositora Marina Silva.

Orden mundial pluripolar

La última expresión de construcción de ese proyecto contrahegemónico fue la reunión de los denominados Brics, en Brasil, donde se diseñó una nueva arquitectura financiera al servicio del desarrollo independiente de los pueblos, no solo de los países socios de ese singular mercado, sino del resto de naciones latinoamericanas y de otras latitudes.

Para Rousseff, el recientemente creado Banco de Desarrollo, a instancias del Brics, “es síntoma de un nuevo momento a nivel internacional, bajo el intento de construir un nuevo orden mundial pluripolar y multicéntrico, diferente al de la hegemonía norteamericana y de la Unión Europea, tal como hemos conocido durante la década de 1900. Y allí también opera la posibilidad de América Latina de establecer vínculos con otros centros globales de poder, como Rusia y China”.

Marina Silva, la candidata ‘socialista’, representa la antítesis de este enorme proyecto emancipador. En el diseño de su programa de gobierno, plantea fortalecer los lazos comerciales con Estados Unidos y la Unión Europea. Acabar con lo que denomina “relaciones de privilegio” con Cuba socialista. Incluso ha dicho, en forma grosera, que de ser elegida, “impulsará con fuerza los derechos humanos en países como Cuba”.

Propone otro modelo de integración, ‘no ideologizado’ en que se ‘flexibilice’ el Mercosur y se abra la posibilidad de firmar tratados de libre comercio con Estados Unidos y la Unión Europea. Ese rediseño implica acercarse igualmente a la Alianza del Pacífico en detrimento de los bloques regionales de integración alternativa. Esa nueva política, de “anorexia ideológica”, como la denominó el analista José Luis Fiori, es la apología del ajuste fiscal, de la “estabilización” de la banca y del sector financiero, en detrimento de la inversión social. Es, en fin de cuentas, el sueño acariciado por Washington, de torcer el rumbo progresista de los países de la región. De ese tamaño son las cuestiones que se juegan en las elecciones del 5 de octubre próximo en Brasil.

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