sábado, mayo 4, 2024
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Forma inhumana de estudiar en Anzoátegui (Tolima)

Nelson Lombana Silva

Causa escozor e indignación la forma inhumana como estudiantes campesinos de edad escolar tienen que recorrer largos y empinados kilómetros para ir a las escuelas “Jesús Antonio Lombana” y “Simona Arévalo” del municipio de Anzoátegui (Tolima) a recibir algunos conocimientos.

Todos los días, llueva, truene o relampaguee, numerosos estudiantes entre los 6 y 16 años tienen que subir la empinada cordillera para llegar a dichos claustros educativos, sorteando toda clase de peligros y vicisitudes. Desde la vereda Camelia, Parte Alta, estas criaturitas, niños y niñas, se recorren la distancia paso a paso, a merced de la naturaleza y al amparo de un dios que no existe.

Indagamos con los pequeños por qué la administración municipal que preside Alfredo Antonio Reyes no coloca a disposición un vehículo que garantice el desplazamiento de los educandos en una forma más humana y acorde con los alcances del promisorio siglo XXI. La respuesta directa de los pequeños resulta escalofriante: “Como el año pasado hubo un accidente, el alcalde dijo que no se encargaba, ni se responsabilizaba más de nuestro transporte”.

Otra niña –con toda la inocencia del mundo– dijo: “Mi papá no votó por él y por eso no nos quiere”. Una criaturita de escasos seis añitos que tenga que subir todos los días una pendiente como es el recorrido La Camelia – perímetro urbano de Anzoátegui, unas veces bajo el sol y en otras bajo la lluvia, no tiene presentación en este siglo. Sin embargo, en Anzoátegui es una realidad, que comprobamos con las fotos que anexamos y que aparecerán en su totalidad en el blog Nelson Lombana Silva.

Los estudiantes del colegio “Carlos Blanco Nassar” que pertenecen a esta vasta y pendiente zona también viven su drama. También lo comprobamos. El vehículo que los transporta al parecer no tiene ni las más elementales normas técnicas. Los niños se juegan la vida a diario. Una desgracia es una especie de crónica anunciada. Van como “salchichas”, colgados como chimbilás, tal como lo muestra la fotografía.

Al decir de los estudiantes, en varias oportunidades se ha quedado varado en plena pendiente simple y llanamente por falta de gasolina. A veces cuando va retardado el peligro es más inminente porque se desplaza a toda velocidad, dicen los estudiantes, niños y niñas.

Mientras esto sucede y lo pudimos comprobar solo en una vereda de este municipio ubicado a 72 kilómetros de Ibagué por carretera pavimentada, las fachadas de las casas están repletas de siniestros personajes de marras ilusionando al analfabeto campesino con el cuento que son los “salvadores” del momento. Candidatos al senado y cámara, que ni saben que existe este municipio, con su sonrisa pícara e inescrupulosa llaman a votar por ellos copiosamente el 9 de marzo.

Tuvimos la curiosidad de hacer una pequeña encuesta preguntando al propietario de su casa si conocía a esos individuos del afiche. La respuesta fue única y contundente: No. Así es la cosa: No conocen a esos “héroes de pacotilla”. Sin embargo, seguramente depositarán el voto por ellos. ¿Por qué lo harán? Elemental: Porque el cacique del pueblo seguramente negoció con esos traficantes electoreros cierta cantidad de dinero.

Una madre contó esta historia que prácticamente lo dice todo: “El alcalde nos envió de regalo de navidad unas cositas insignificantes. Dentro de ellas, estaba la tarjeta comprometiéndonos a votar por cierto candidato. Eso quiere decir –pienso yo– que el alcalde no nos dio nada, nos dio ese señor que nadie conoce por acá”.

Otra madre campesina más cauta dijo: “Uno quisiera hablar muchas cosas, pero da miedo, porque si descubre el alcalde quién dice todo esto nos coge entre ceja y ceja y no nos vuelve a dar ni el saludo. Toca comer callada”.

Casos tan aberrantes como estos suceden en todo el país, a granel y todos los días. Sin embargo, eso no es motivo de investigación para el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) ni las personerías, ni contralorías, ni procuradurías, ni Ministerio de Educación, ni secretarías departamentales o municipales del ramo. El silencio y la indiferencia son totales. La complicidad reina por doquier.

No sabe el campesino que todas aquellas injusticias sociales son producto de decisiones políticas, decisiones políticas tomadas de espaldas al pueblo por aquellos que ahora salen de sus madrigueras a pedir nuevamente el voto para seguir cometiendo estas injusticias sociales. Por estos días están colocando a toda carrera el gas domiciliario en el perímetro urbano de este municipio con el peregrino cuento de que es posible gracias al politiquero de oficio. ¡Qué infamia!

Un anciano, quien fuera un trabajador extraordinario como recolector de café, se queja y víctima del analfabetismo político señala: “No me interesa la política, sea liberal, conservadora o comunista. Todos son los mismos. El que me ofrezca 500 mil pesos por mi voto, con mucho gusto, de lo contrario, ni mierda. Sé que con un voto pueden coger el puesto, en cambio uno sigue llevando del arrume. Hay que aprovechar”.

De todas maneras, mientras esos candidatos de la burguesía prometen el oro y el moro, los niños y las niñas de la vereda La Camelia viven su drama y están expuestas a un sinnúmero de desgracias que bien se podrían prever y prevenir si predominara la dignidad humana sobre el dinero.

Pero como en el capitalismo predomina el dinero sobre la dignidad humana, la realidad dolorosa que se está viviendo continuará floreciendo en esta extensa región, hasta que el campesinado pueda romper las cadenas de la sumisión, el analfabetismo político y asuma una posición crítica, unitaria y combativa. Algún día entenderá que la respuesta correcta la tiene la izquierda y que la izquierda no es lo mismo que la derecha.

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