sábado, mayo 4, 2024
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Crimen de lesa literatura

En sectores ultraconservadores que se destacan por su activismo político, existe la intención de revisar la historia y modificar no pocos textos de estudio en escuelas y universidades

Diógenes Laercio

Entre junio de 2021 y junio de 2022, en Estados Unidos se prohibieron 1.648 títulos de libros, que debieron ser retirados de las escuelas públicas. La denuncia la hizo la organización PEN América. La misma prevé que para este año la cantidad de vetos a la lectura de ciertos autores y obras aumente, en la medida en que políticos conservadores en ascenso endurezcan la censura contra obras que se ocupan de identidad sexual o racial.

Se ha podido establecer que, en las escuelas de Florida, obras como Género queer: una autobiografía de Maia Kobabe o Cómo ser antirracista de Ibram X. Kendi, fueron catalogadas como “materiales obscenos y pornográficos”. Medidas similares, contra estas y otras obras se han adoptado en Carolina del Sur y Utah, entre otros Estados.

El candidato presidencial republicano y actual gobernador de Florida, Ron DeSantis, que aspira a desplazar a Donald Trump de su aspiración a la reelección y suceder a Joe Biden en el Despacho Oval de la Casa Blanca, es el más notable defensor de la censura estatal y de la prohibición de literatura moderna.

Libros no, fentanilo sí

En sectores ultraconservadores que se destacan por su activismo político, existe la intención de revisar la historia y modificar no pocos textos de estudio en escuelas y universidades. “Se debe proteger a los alumnos blancos del aprendizaje sobre la esclavitud o el papel de la supremacía blanca en la historia norteamericana porque podría disgustarlos y hacerlos sentir culpables”, aseguran.

Para algunos analistas, la derecha ultraconservadora estadounidense está promoviendo una nueva modalidad de segregación educativa: el apartheid epistémico. Lo curioso es que estos círculos conservadores les arrebatan la cultura a los jóvenes de su país y, al mismo tiempo, les facilitan armas para que provoquen tiroteos en las mismas escuelas, cada día, y fentanilo en grandes proporciones.

Estados Unidos no es el único escenario de la censura. El año pasado las autoridades de Ucrania propusieron eliminar 100 millones de libros rusos de sus bibliotecas. La iniciativa incluye “obras de propaganda rusa” pero también clásicos de la literatura universal, como Guerra y Paz de León Tolstoi. Esto sería tanto como eliminar la mitad de los libros en las bibliotecas públicas de ese país.

“Ideológicamente dañina”

Oleksandra Koval, directora del Instituto del Libro de Ucrania, en una entrevista con la agencia Interfax, habló de la peligrosidad de los libros (ya no solo los rusos). “Los libros son un arma, tanto para atacar como para defenderse”, precisó la flamante directora. Defendió la necesidad de retirar de las bibliotecas “más de cien millones de libros” de autores rusos.

Afirmó Koval que lo más urgente es confiscar volúmenes que contengan “narrativas imperiales y propaganda en favor de la violencia y de políticas chovinistas prorrusas”. Habló de “literatura ideológicamente dañina” de la época soviética, tanto en ruso como en ucraniano. Doloroso que una de las primeras víctimas de esta ofensiva contra la ‘literatura de guerra’ sea precisamente la obra de Tolstoi, una verdadera plegaria a la paz del mundo.

La funcionaria sugirió una segunda purga, en la que debieran ser retirados libros de autores contemporáneos rusos, publicados después de 1991, incluyendo géneros como la novela romántica, las historias de detectives y los libros infantiles. Si este criterio se universaliza, ¡al diablo con Harry Potter!

País censurado

Colombia no ha sido ajena a esta discusión. Finalizando la administración de Iván Duque, el tema de la censura estuvo sobre el tapete, por el veto que sufrieron algunos escritores incómodos que no fueron incluidos en la lista de invitados a la Feria del Libro en Madrid, donde Colombia fue el país invitado.

En la historia nacional, se destacan unos episodios de persecución que no se pueden ignorar. En 1794, el virrey José Manuel Ezpeleta ordenó la desaparición y destrucción de todas las copias que existieran en Santa Fe de Bogotá de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, traducidas del francés por don Antonio Nariño.

Durante los años de la Independencia, la censura de libros corrió por cuenta de la Iglesia Católica. Los altos prelados poseían un índice de libros prohibidos que no podían ser exportados a América. Entre ellos, Las flores del mal del poeta Charles Baudelaire y Niebla de Miguel de Unamuno.

En los años de construcción de la República, medidas de censura fueron adoptadas por los presidentes Tomás Cipriano de Mosquera, Marco Fidel Suárez y Rafael Núñez, por mencionar algunos. Entre las víctimas de los censores estuvieron José María Vargas Vila, el general Rafael Uribe Uribe y Jorge Zalamea. En 1967, algunos colegios prohibieron la lectura de Cien años de soledad.

Bibliocidio

Uno de los más emblemáticos episodios de quema de libros, donde centenares de obras de la literatura universal fueron lanzadas a la hoguera, fue el 13 de mayo de 1978, día en que se celebraba la fiesta de la Virgen de Fátima, cuando la ceremonia de incineración estuvo liderada por el santandereano Alejandro Ordóñez Maldonado y una organización neofascista llamada Tradición, Familia y Propiedad.

Según el Instituto Español de Estudios Estratégicos, cuando estamos ante una destrucción deliberada de libros y la censura de autores, por motivos ideológicos, raciales o religiosos por parte de Estados o grupos de poder, es pertinente hablar de “bibliocidio”.

El Instituto asegura que, en el citado caso de Ucrania, también ha habido censura a autores ucranianos por parte de las autoridades rusas. En este caso, se trata de una manipulación histórica en ambos países.

Y a propósito de manipulación histórica, por estos días se ha recordado el 90 aniversario de la noche del 10 de mayo de 1933, cuando las autoridades del Tercer Reich alemán, alentaron la quema de miles de libros, en calles y plazas públicas, de autores considerados perversos, nocivos y enemigos del pueblo alemán.

Esto fue la antesala del holocausto que estaba por venir. La destrucción de libros afecta la historia cultural de las sociedades. Y siempre es el anuncio de tragedias peores. No hay que olvidar las palabras del poeta alemán Heinrich Heine (1797-1856): “Donde se queman libros, se terminan quemando también a las personas”.

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