Marginalidad y delincuencia común

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Julián González

En febrero del 2021 (una vez empezaron a desgastarse las cuarentenas obligatorias por todo el mundo, impuestas debido a la pandemia del Covid 19), escribí un artículo titulado No hay ninguna duda que en 5 años las decisiones tomadas por neoliberales aumentarán la criminalidad y la violencia en las calles.

Es por todos sabido que el conocimiento “riguroso y meditado” siempre se mantiene al margen de realizar este tipo de predicciones, no sólo por lo cortoplacistas y reduccionistas que resultan ser, sino, aún más, por el carácter tan abiertamente político con el que se hacen, aventurando un futuro incierto a la capacidad de pronosticar de toda una postura política.

La razón de haber tomado el “riesgo” de equivocarme y, aún peor, darles material a nuestros contradictores, es que, desde el punto de vista de este análisis, no se explica cómo algo tan evidente, claramente observable, como la relación entre: la marginalidad, y, la (denominada) delincuencia común, se conectan y explican la secuencia causal de la criminalidad.

Existen otras formas de violencia en que sucede un vínculo similar, pero serán abordados, quizás, en una próxima entrega, por lo pronto me interesa reflexionar sobre el vínculo entre la marginalidad y la “delincuencia común”. A este tipo de criminalidad y violencia es al que me refiero en el título.

Es posible que la clave está justo en que el mencionado “vínculo similar” es el poder estructurante y/o sobredeterminante que la marginalidad (entendida esta como situación social, política y económica subprivilegiada) tiene sobre “todo” tipo de violencia. El ejército de mano de obra desempleada, la inflación, el recorte a los subsidios, y otras condiciones materiales, junto con una demanda ideológica de cierto tipo de estatus demostrado en lujos innecesarios, y otras proyecciones ideológicas eran, para mí, en ese momento, un claro caldo de cultivo de renovadas maniobras por obtener recursos de manera ilegal y, más aún, dentro de lo que se conoce como “delincuencia común”.

Suele objetarse este argumento desde la misma izquierda con un ardid moralizante como el de la “estigmatización” de las personas en estas condiciones: “los habitantes de calle no somos ladrones”, etc. Desde luego, no por estar en condiciones de precariedad una persona va a delinquir; ni, tampoco quiere decir que personas en mejores condiciones no delincan también, pero lo que llamamos la atención es a que dichas condiciones son el telón de fondo de un aumento significativo de la delincuencia, algo, inobjetable en los hechos.

Hoy se les cuestiona a los alcaldes de las ciudades más grandes de Colombia, lo inefectivos que han sido los métodos para contener esta explosión de la criminalidad, como si se pudiera meter a los millones de personas en condición de marginalidad en una cárcel diseñada por el mismo Bukele.

La izquierda debe volver a posicionar esta relación como constitutiva para un tema que preocupa tanto al populismo de derecha: “la seguridad”. Si se llegara a lograr que dicho vínculo fuera experimentado por el mismo sentido común como algo sin discusión, el concepto mismo de “seguridad” cambiaría y se entendería como lo que realmente es: condiciones materiales de vida, y no como el liberal ideológico: estar libre de agresiones físicas por salvaguardar sus bienes privados.