Mateo Gómez
A la fecha de publicado este artículo, la primera fecha de las eliminatorias al mundial de fútbol ya habrán terminado y ya se conocerá el resultado del debut de la selección Colombia.
Por lo tanto, la columna no versa sobre algún vaticinio del resultado, ni pretende hacer un análisis de esos técnicos que le han impreso al fútbol un casi estatus de ciencia, apelando a modelos matemáticos, esquemas, estadísticas, datos de rendimiento de los jugadores, etc. Y diferentes recursos retóricos que utilizan los periodistas deportivos para matizar sus “análisis”.
Esta columna tampoco se centra en decir que “es el opio del pueblo” como vociferan algunos “intelectuales” que niegan enfáticamente que el fútbol es un fenómeno social y muchas veces político, limitándolo únicamente a la lectura del pan y el circo.
Esta columna invita a repensar el lugar que ocupa el fútbol hoy. Atrás quedó la poesía en movimiento que enaltecía el maestro Eduardo Galeano al referirse al balompié. Atrás quedó la belleza lúdica, el barro, la gambeta y la alegría desbordante de quienes osaban desafiar al rival con algún regate casi insultante. El fútbol ha caído en una lógica tecnocrática, industrializada y espectacularizada, que borró la alegría de esa poesía, para transformarla en una danza de billetes.
Atrás quedó el fútbol como escape psíquico de la clase obrera, para convertirse en negocio de jeques, managers y una que otra figurita política. Las tribunas ya no se encuentran atestadas de fanáticos fervientes que alentaban hasta el final, se encuentran colmadas de vedettes, modelos, empresarios, etc. Basta con darse cuenta la pasarela en que se convierte el estadio Metropolitano de Barranquilla cuando juega Colombia, puente que en gran medida se ha convertido en la plataforma política de los Char.
Claro, no en todos los lugares pasa lo mismo. Algunos países realmente futboleros conservan su esencia, mire el caso de Argentina, pues mientras los jugadores patean el balón escuchando canticos como; “ por los colores de mi patria doy la vida, como lo hicieron los soldados en Malvinas”, a los jugadores colombianos les toca resignarse a escuchar el paupérrimo y derrotista; “si se puede” o en el peor de los casos una champeta que resuena y es bailada por el jet set criollo mientras no tienen la menor idea de lo que sucede en el campo de juego.
Ni hablar de los estadios europeos, Inglaterra la cuna del deporte, donde las entradas a ver los equipos de primera división ya están por encima de las posibilidades de cualquier trabajador de la clase media, por esto usted ve las tribunas de los estadios más emblemáticos atestadas de turistas de todas latitudes del mundo, menos de ingleses de clase media.
Atrás quedó la euforia y la adrenalina que de una u otra manera imprimían los hooligans ingleses a sus equipos, claro en gran medida por la política de exterminio de estos movimientos adelantada por Thatcher, pero también por la constitución del fútbol como “divertimento” de lujo.
A los nostálgicos nos quedara conformarnos con aquellos irreverentes que se atreven a salir del libreto tecnocrático del fútbol, a votar una gambeta, a expresarse en contra de los atropellos e injusticias del balompié actual, aquellos que tienen las “pelotas” de rebelarse contra el deporte moderno y al resto asumir de una vez por todas que no somos un país futbolero, sino un país que le gusta el fútbol.
(*) Psicólogo FULL. Especialista en salud y desarrollo humano UCMC. Maestrando en desarrollo Humano UCMC