Imperialismo o autodeterminación, un debate feminista

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Diana Carolina Alfonso

La imposición de un patriarcado de nuevo tipo o patriarcado de guerra, está asociado al perfeccionamiento de las prácticas de neocolonización capitalista. Este modelo apunta a la construcción de escenarios geopolíticos en los que se tiende a reprimarizar las economías con el mismo ímpetu con que se sustenta la gestión, no ya de la vida sobre los territorios, sino de la muerte a través de la sujeción de estos. Este patriarcado de guerra se viabiliza por medio de pactos empresariales, transnacionales y estatales. A su vez, estos pactos conforman el orden social neocolonial surgido tras las aperturas neoliberales de la década de 1990, pero su garantía se encuentra en la transnacionalización desregulada del sistema de seguridad de las naciones centrales. Hablamos concretamente de los cuerpos de paz de las Naciones Unidas, surgidas con el fin de la II Guerra Mundial para salvaguardar el equilibrio internacional, sin que hasta el momento se haya cumplido tal mandato.

En los últimos treinta años de neoliberalismo, los cascos azules de las Naciones Unidas se han visto envueltos en todo tipo de escándalos por violencia contra las mujeres, perpetrada en contextos de ¨apoyo militar humanitario¨.

En 1996 la relatora especial de la ONU, Ofelia Calceta-Santos, denunció que el desembarco de los cuerpos de paz en Mozambique habría conducido a un aumento exponencial de la prostitución y de la esclavitud sexual infantil, pasando de 6.000 a 20.000 mujeres y niñas viviendo en esta condición.

A los pocos meses, la portavoz del Unicef en Ginebra, Marie Heuzé, acusó a las tropas de la ONU de violar grupalmente a una menor angoleña, aprovechando su inmovilidad como consecuencia de la mutilación de una de sus piernas.

En una investigación de Peacekeeping ONU, se determinó que de 2004 a 2017 fueron violadas 20.000 mujeres e infantes por los cuerpos de la MINUSTAH en Haití. Según Amnistía Internacional, sólo durante las dos semanas posteriores al terremoto de 2010, las fuerzas de ocupación violaron por lo menos a 200 mujeres y niñas que se encontraban resguardadas en los refugios de la capital, Puerto Príncipe.

En 2020, el historiador colombiano Renán Vega Cantor, sacó a la luz 53 videos pornográficos vendidos por militares norteamericanos, en los que se divulgaban grabaciones de violaciones a mujeres campesinas, indígenas, negras, menores y habitantes de la calle.

El registro de los abusos puede resultar infinito. En las nuevas formas de intervención sobre las naciones periféricas, se ocupan los cuerpos de las mujeres e infancias con tres objetivos principales: pedagogizar a través del terror, extraer plusvalía de la vulnerabilidad, y descartar por medio de la gestión de la muerte. En otras palabras, el imperialismo reciente en su expresión neocolonial, rompe las relaciones intercomunitarias de los territorios y mercantiliza los cuerpos de quienes sobreviven como botín de guerra.

A propósito de la situación en Ucrania, un feminismo internacionalista realmente comprometido con la emancipación de las mujeres y la justicia social, debe poner de manifiesto la trama general de la violencia patriarcal y neocolonial en el mundo entero. No creemos que la vida de algunas sea más valiosa que la de otras por mera cercanía a los intereses de los países centrales. La bandera de la autodeterminación de los pueblos reivindica la recomposición de la solidaridad entre el eslabón más delgado de la cadena de explotación del sistema global capitalista y militarista, es decir, entre las mujeres que en su condición de raza, territorialidad y clase, sufren los abusos de la competencia mundial.

En este marzo de lucha internacionalista, palestinas, afganas, angoleñas, haitianas, rusas, ucranianas o colombianas, mujeres de todas las periferias, convocamos a un llamado unitario y feminista que se interponga a cualquier plan de avanzada imperial a través de nuestros cuerpos.

¡Sin nosotras nada, con nosotras la victoria!