Carlos Martínez
A 35 años de su magnicidio, conocí al camarada Teófilo, a mediados de 1985 en la sede del PCC en Pasto, lugar que estaba lleno a reventar a raíz de la presencia del reconocido dirigente revolucionario llegado desde Bogotá. Un alto número de militantes del PCC y la JUCO nos dábamos cita en la sede, la “Cueva” para escuchar al camarada Teófilo, quien daría a conocer las últimas orientaciones del partido con respecto al momento histórico que se vivía.
Teófilo disertó sobre la coyuntura nacional e internacional, pero se centró principalmente en la naciente Unión Patriótica, haciendo un llamado a que los comunistas teníamos el deber histórico de contribuir a la construcción del nuevo movimiento político, resultado de las conversaciones de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y la guerrilla de las Farc – Ep.
Su figura era imponente y a la vez carismática, su estilo de oratoria convencía y motivaba. Hablaba con mucha propiedad y conocimiento, reflejaban no solo su sapiencia marxista leninista sino también su amplia experiencia en la lucha revolucionaria y de masas. Y es que, efectivamente, detrás de su figura se escondía, como dijera su hija Andrea, toda una historia de luchas y resistencia.
Oriundo de Natagaima (Tolima), desde temprana edad vivió en carne propia la terrible violencia conservadora a través de los pájaros y los chulavitas. Sin embargo, su familia campesina se caracterizó por la resistencia a la represión estatal permanente, en donde adquirió el sentido de la lucha.
Era un excelente negociador representando a los trabajadores en conflicto ante los patronos, jamás traicionó a su clase y nunca cedió ante los ofrecimientos onerosos o los chantajes a cambio de vender la huelga o el paro respectivo. Su inteligencia a la hora de la negociación de los pliegos de peticiones fue bastante reconocida, pues siempre se preocupó que se garantizaran al máximo los derechos laborales.
Como organizador del PCC en todo el país, viajaba a todas las regiones, se desplazaba en carro, a caballo o a pie, pero siempre llegaba a atender los asuntos relacionados con la organización comunista, así fuera al más recóndito de los lugares de la compleja geografía colombiana.
Su vida estaba amenazada y corría peligro, pero el camarada Teófilo era de esos auténticos comunistas que tenían el valor y la capacidad de viajar a trabajar por la causa revolucionaria a cualquier zona apartada a sabiendas de que les podían pegar un tiro. Nunca aceptó el exilio, pues consideraba que su lugar en la lucha estaba en Colombia. La última vez que lo miré y de hecho lo saludé fue en el mes de abril de 1988, en el Encuentro Nacional de Convergencia convocado por las centrales sindicales.
Nos enteramos de su asesinato a través de la televisión, en compañía de su esposa Leonilde Mora, de Antonio Sotelo, dirigente comunista del departamento de Córdoba y de José Toscano, luchador viviendista y conductor, la noche del 27 de febrero de 1989. Al otro día, un grupo de jóvenes comunistas nos aprovisionamos de banderas y de un megáfono y desde la “Cueva” de la 22 en Pasto salimos a las diferentes calles del centro a denunciar el crimen de Estado. Tres días después salimos con la misma rabia a denunciar el asesinato de José Antequera.
Teófilo Forero: “un hombre, un rostro, una historia»