Solemnidad

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Federico García
@garcianaranjo

Todos hemos vivido momentos que podríamos llamar solemnes. Para la mayoría, estos momentos no son muy frecuentes y justo ahí radica su importancia. Suceden de vez en cuando, cada vez que algo relevante ocurre y merece ser celebrado por lo alto, tomándoselo en serio.

La religión ha incorporado con éxito la solemnidad al punto de que buena parte de nuestros momentos solemnes tienen que ver con ritos religiosos como bodas, bautizos o funerales. La importancia que concedemos a esos momentos se expresa en nuestro vestuario, la seriedad con que asistimos al evento y la disposición a seguir y respetar el rito, sea laico o religioso.

Como parte del lenguaje del poder, las figuras públicas deben mantener una cierta postura solemne casi todo el tiempo. Siguiendo el ejemplo anterior, pensemos en un sacerdote que ocupa buena parte de su tiempo atendiendo los ritos e incluso cuando no lo hace, igual debe conservar cierta actitud, seriedad y distancia con las demás personas. Ello no es casual, al contrario, le confiere solemnidad a su persona, algo necesario para un creíble ejercicio del poder, de cualquier poder.

De igual forma pensemos en un profesor, un maestro de obra o un bibliotecario. Todos ellos deben comportarse de acuerdo con su rol si quieren ser respetados. La coherencia entre el ejercicio de una autoridad y la imagen que transmite es esencial para que esa autoridad sea legítima y, por ende, efectiva. Eso lo sabe cualquier madre que regaña a su hijo por una pilatuna cuando en realidad está muriéndose de risa por dentro.

Un presidente es alguien que debe ser capaz de manejar muy bien la solemnidad. Y digo manejar y no mantener porque no se trata de que un presidente –o cualquier autoridad– sea solemne siempre y para todo. Buena parte del ejercicio del poder consiste también en saber romper las reglas, saltarse el protocolo y aflojar la rigidez, todo con el fin de regresar luego a la seriedad y retomar el control de la situación con más solvencia que antes. Un liderazgo eficaz es aquel que es tomado en serio y es también capaz de provocar empatía y afecto.

Uno de los cambios más importantes del nuevo gobierno es la forma como maneja la solemnidad. El expresidente Iván Duque siempre se aferró a los símbolos tradicionales, pero nunca logró inspirar respeto, parecía un niño asustado en una izada de bandera de colegio y cometía tontos gazapos que rápidamente se convertían en memes.

El presidente Gustavo Petro ha demostrado que su gobierno es capaz de crear nuevas solemnidades –como la apelación, fuera de protocolo, a los ancestros y las ancestras de Francia– y que también puede mantener la solemnidad cuando corresponde, salirse de ella cuando conviene o resolver un patinazo cuando toca, como pasó con el ya famoso error de dicción en la presentación de la nueva cúpula militar cuando dijo “sexo” en vez de “acceso” y luego remató con un “…bueno, también”.

Las risas del público, de Petro y de los altos oficiales que le acompañaban, para luego volver sin problema a la seriedad del discurso presidencial, demostraron la capacidad de reírse de sí mismo, aflojar cuando conviene y retomar luego el control de la situación. Como dijo un usuario de twitter, antes nos reíamos del presidente, ahora nos reímos con el presidente. Es un cambio sustancial.