Juan David Aguilar Ariza
No se puede nombrar. Nadie puede serlo. En la actualidad se prohíbe tácitamente enunciarla, a menos que sea para calificar a un político comúnmente odiado. La estupidez está en vía de extinción.
Desafortunadamente, qué falta nos hace el adjetivo, que entrañable se nos hace mirar ciertos momentos de la historia cuando cierto humanoide desafió al convencionalismo social y profirió como un esputo el adjetivo contra alguien o contra alguno. Sí, desde la invención y el descubrimiento del garrote por el primer primate y del sofista de Caín que, teniendo el bastón (aunque otras versiones dicen que fue una piedra) para protegerse, prefirió herir a su hermano y así ad infinitum finitum. Cuando el primer dios de la nostalgia analizó el hecho y calculó los gastos y los fines, y, teniendo en cuenta todo, determinó el castigo; que a su vez puso a rodar la palabrita prohibida aquella. Porque con el primer castigo también vino la primera desviación de los objetivos comunes y de los medios establecidos bajo acuerdos. Freud dijo que con el deseo nace la prohibición; que a su vez señala —y esto no lo dijo don Freud— la estupidez de quien recorrió sin más, sin detenerse a echar cuentas, la vía poco sensata del deseo.
Había que decirlo de una buena vez: la humanidad siempre ha sido estúpida y, mucho más, cuando actúa como masa, como ismo.
Pero ¿cómo resucitar el término, el adjetivo, el calificativo aquel si ya no hay parámetros formulados desde la práctica, desde lo útil? ¿Cómo airear el decir «qué estupidez» si los objetivos son tan relativos, tan variables y todo es tan precario, tan efímero, tan acuoso? Porque sí, quién invoca la estupidez, en el fondo está exigiendo otro tipo de fines, otro tipo de criterios, otros medios para alcanzar los fines que a su vez han sido modificados para que nadie pueda decir que esto o aquello es lo que es, sino que puede ser, pero hay que matizar, porque para que ser tan radicales, es que uno no puede determinar eso, lo que para usted es una verdad para otro no, y si no le gusta pues bien pueda irse porque detrás de usted hay miles esperando.
Así llegamos a la actualidad, donde el dios de las nostalgias no sabe cómo hacer, ya no es ni criterio ni fin porque hay mil caminos para perderse y a quién le importa «mi libertad llega hasta donde comienza la suya», «¡La suya!». Entonces, deberíamos volver al principio y buscar como lo hizo Robert Musil quien se atrevió —hombre de proyectos colosales— a escribir uno de los pocos ensayos que se conocen Sobre la estupidez, sí, así se llama su conferencia. Charla que no fue muy bien acogida —siempre lo mismo, siempre pasa que cuando se habla de lo importante la gente prefiere mirar para otro lado— porque «quién es este para hablar de la estupidez». Se asume que quien toca este tema es todo lo contrario a lo que expone. Pero se desconoce que la estupidez no siempre ha sido un concepto antipático. Musil nos advierte que por ella ha progresado el hombre. Así las cosas, no deberíamos avergonzarnos de nuestras propias desgracias, todo lo contrario, ser estúpido está emparentado con la genialidad.
Musil hace un recorrido interesante por la palabra y nos decanta el concepto hasta tal punto que nos deja con ganas de serlo. «El que habla mucho de sí mismo es un estúpido», pero este don también lo poseen los poetas. ¡Ánimo! Querida humanidad, puedes pasar por profética y al mismo tiempo ser decadente y soberanamente estúpida.
Pensemos el la película Don’t look up. Una comedia donde nos vemos las estupideces en la cara. Dos científicos determinan, con criterios certeros, que el planeta tierra será destruido por un meteorito en seis meses: una verdad indiscutible. Y ahí comienza el problema porque ¿qué es la verdad para esta sociedad?, ¿qué es la sabiduría?, ¿qué es el intelectual, el sabio, filósofo, maestro…? Nada. Estos seres están pasados de moda. Solo necesitamos diversión, espectáculo, una narrativa de superación personal y entusiasmo, un gurú chabacano que nos diga cómo ser los mejores en cinco minutos porque no es estupidez lo que hacemos, no, no señor, es solo un proceso.
El apocalipsis llegó y no nos dimos cuenta. Los muertos vivientes están ahí, a nuestro lado, podemos ser nosotros mismos. Seres sin cabeza, estúpidos, sin alma, sin corazón que reclaman diversión, entretenimiento. La estupidez está en vía de extinción como palabra, como adjetivo para calificar una conducta o comportamiento porque desde que todo se hizo like, desde que entramos a la era del «por favor, hazme reír, solo quiero reír. No quiero nada serio», ya no hay criterios para juzgar los hechos, porque para decir que algo es estúpido o no, debemos tener sentido común y este solo es posible cuando una comunidad comparte fines basados en certezas vividas, en experiencias que han demostrado que algo es mejor, útil y coherente, un sentido, una orientación. Pero es que hasta les molesta estos términos. Echamos al barranco la experiencia y el amor a la sabiduría por los debates superfluos de las redes sociales donde todos somos dioses y los otros son invenciones de nuestro reino.
Seamos sensatos. Que por deshonroso que parezca hablemos de estupidez en esta sociedad que ha permitido y dispuesto todo intento por establecer objetivos, parámetros y medios del conocimiento al determinismo del espectáculo.
Lo mejor para todos no lo puede determinar el espectáculo, lo que más vistas tiene.
La estupidez parece desaparecer de la faz de la tierra: cualquier evento, acción, suceso que genere gran cobertura y popularidad deja de ser estúpido por el artificio del entretenimiento.
Sabemos, que el acto de señalar lo estúpido no es popular, no mueve masas, no genera likes ni atrae seguidores, ¿a quién le gusta que le digan estúpido? Pero, ¿por qué nos indigna ser señalados como tales en una sociedad donde la estupidez es el recorrido mismo del éxito? Tal vez si entendiéramos que dicho término está emparentado con la genialidad aceptaríamos con mayor dignidad ser calificados de esta forma. Y es que realmente este es un tema de estudio poco estúpido, todo lo contrario, es un tema que abarca varios campos del conocimiento, como la psicología y la filosofía, y pueden ofrecernos algunos indicios que nos permitan orientar el camino.
Por favor, salvemos el derecho de decir que esto o lo otro es estúpido.