Alejandro Cifuentes
Tras el estallido del conflicto en Ucrania, el miope aparato diplomático mostró nuevamente su incompetencia. Y es que la administración de Iván Duque, que desconoce las realidades sociales de muchas de las regiones que gobierna, se apresuró a tomar partido por un país que ni siquiera cuenta con una embajada en Bogotá.
Como es obvio, la decisión del gobierno colombiano no la dictó su sesuda compresión de la geopolítica actual, simplemente se alineó con la política internacional estadounidense. Sería ingenuo pedirle al presidente que actuara de otra manera, pues la política exterior del país en el último siglo ha sido simplemente un efecto del programa entreguista de nuestra parasitaria burguesía agroexportadora.
En el fondo, la pomposa intelligentsia bipartidista que se ha encargado de las relaciones internacionales se ha dedicado a satisfacer las necesidades de la Casa Blanca. Como es de esperarse, tal situación ha llevado a que nuestra diplomacia sea incapaz de construir relaciones con otras naciones que estén en función de la defensa de nuestros intereses con un respeto mutuo de la soberanía.
Además, desde que en 2002 el gobierno quedó en manos de inescrupulosos representantes del capital financiero, la agenda diplomática está atravesada por un discurso guerrerista que ha convertido a Colombia en una herramienta de agresión a naciones vecinas, mientras amenaza con arrastrarnos a conflictos internacionales que no son de nuestra incumbencia y para los que no estamos preparados militarmente.
Así lo ha puesto de manifiesto la agresiva retórica del patético ministro de Defensa Diego Molano contra potencias nucleares, y sobre todo, acciones como el despliegue de militares norteamericanos en la frontera con Venezuela o la participación de mercenarios en el magnicidio del presidente haitiano.
Y ahora, por si lo anterior no fuera suficiente, empujan a ciudadanos colombianos a luchar en un conflicto que ni siquiera las mismas autoridades entienden. Aunque no se han enviado destacamentos oficiales de las fuerzas armadas, varios exmilitares han decidido prestar sus servicios como mercenarios a Kiev, mientras que el Estado colombiano, a diferencia de otros países, no hace nada por desalentar la participación de sus ciudadanos en este conflicto.
Así pues, ya sea por dinero o creyendo en causas menos mundanas, algunos exsoldados decidieron ir a combatir sin haber experimentado los rigores de un conflicto regular moderno y sin conocimiento alguno de la situación sociopolítica ucraniana actual.
La conclusión de esto la ilustra Martín Ríos, colombiano formado en la legión extranjera francesa, quien dejó Ucrania luego de 12 días allí. Ríos denunció que fue enviado al frente de combate prácticamente sin equipamiento, y agregó que la situación empeoraba porque la experiencia de sus compañeros mercenarios era “jugar Call of Duty”.
Ríos se retiró a Polonia luego de experimentar un ataque aéreo como ninguno que hubiera conocido, y el cual se cobró la vida de 35 extranjeros. Otros latinoamericanos han confirmado las denuncias de Ríos, agregan el incumplimiento con los pagos prometidos, y además señalan que han sido tratados como ciudadanos de segunda clase por parte de los ucranianos nacionalistas. Además de exponer más sus vidas, la situación legal de estos combatientes extranjeros queda en el limbo.
Aún no hay noticia de ciudadanos colombianos caídos en Ucrania. Esperemos que la palurda diplomacia uribista no se cobre las vidas de exsoldados que no encuentran garantías para vivir en nuestro país luego de terminado su servicio.