Juan Guillermo Ramírez
“Me senté en una silla, y así permanecí largo rato. Aquello que sentí en mí era ¡tan nuevo y tan dulce! Me hallaba inmóvil y lanzaba solo alguna mirada a mi alrededor; respiraba lentamente y a largos intervalos; ora reía pensando en las horas alegres de aquella velada; ora me sentía helar interiormente a la idea de que yo estuviese enamorado, de que ella estuviese también y de que ese amor tan deseado no fuese…” IVÁN TURGUENIEV
Un hombre ama a una mujer dulce de mirada serena y la pierde al sucumbir frente a la magia de una mujer caprichosa y fatal a quien también perderá. Para el resto todo es literatura, figuras que se imponen a la luz de la consistencia existencial, hombres y mujeres que caen permanentemente en la débil voluntad del amor, perdiendo brillo y trasparencia al paso del tiempo y la pasión.
Jerzy Skolimowski – 1938, director polaco afincado en los Estados Unidos y que tanto perturbó con La chica del baño público (1970), y Moonlighting (1982)- marca con Pasión de primavera (1989) un interés imaginario hacia la obra clásica de un escritor soviético: Iván Turgueniev. Esta sinceridad notoria y casi desmesurada, esa búsqueda de esencias para llevar a imágenes la esencia misma de la pasión contingente, hacen que la película transcurra por los laberínticos sentimientos del amor, con una maestría propia de un profesional que ausculta en la subjetividad humana los sinsabores de la vida y de la sinrazón.
A pesar de que Skolimowski cuenta con la audacia de asumir totalmente la ficción y de dejarse llevar al ámbito de lo novelesco, sus imágenes advierten, por fortuna, una carencia en la convención. Su profunda convicción llena de ritmo y de veracidad, logra trascender ese enfrentamiento sentimental que se oculta, como una perla en su concha, y encuentra allí lo mejor del film: una mínima posición filosófica magníficamente compuesta por el cinematografista. Skolimowski rinde homenaje con ésta su lección ética, que tiene que ver con las inútiles y vanas pasiones de una vida en donde los seres humanos no son más que juguetes de un divertimento sin victoria.
La película se va organizando alrededor de este eje, con un rigor discreto, medido, frente a una continua posición de distanciamiento entre los cuerpos, suspendidos e integrados a una armonía cuya pasión no puede romper el equilibrio que los une. Esta arquitectura de la ficción culmina en la majestuosa escena final en donde el personaje principal atraviesa una interminable locación de habitaciones vacías, zonas de pasiones perdidas que habitan en sus fantasmagóricas siluetas.
Iván Turgueniev nació en Orel (Rusia) en 1818 en el seno de una familia perteneciente a la nobleza. Después de realizar estudios en la Universidad de San Petersburgo se trasladó en 1838 a Berlín, para estudiar filosofía e historia. De regreso a Rusia visitó Moscú. En 1843 publicó su primera obra; ‘Paracha’, pero sólo en 1852 alcanzó la celebridad con su ‘Relatos de un cazador’. Esta obra y un artículo publicado en la Gaceta de Moscú, sobre la muerte de Gogol, no fueron del agrado de la crítica y sí de la censura. Fue arrestado y desterrado por dos años a su propiedad de Spask. Aprovechó este obligado retiro para escribir ‘Demetrio Rudin’, labor que de la que descansaba jugando ajedrez con un pariente pobre del que había hecho su administrador; o entregándose a la música. En 1958 apareció ‘Nido de hidalgos’ -llevada al cine por Nikita Mijalkov-, en 1862, ‘Padres e hijos’, novela donde describe las costumbres y los caracteres de la juventud soviética. Allí trazó el retrato de un hombre nuevo, el nihilista, ese hombre capaz de romper radicalmente con todos los valores establecidos. El nihilismo es considerado por Nietzsche como la resultante de una crisis en las concepciones básicas. Permite la crítica de un pasado, pues la filosofía del ‘sentido de los valores’ tenía que ser una crítica. El término nihilismo, que comienza a usarse a finales del siglo XVIII en la filosofía alemana, se difunde en el siglo XIX a través de algunos novelistas rusos, sobre todo de Dostoievski, quien describe impresionantes figuras envueltas en la atmósfera nihilista de su patria. Turgueniev continuó ese estudio en ‘Humo’ (1986), ‘Cuentos moscovitas (1869), ‘Pasión de primavera’ (1873). Muere en 1883 cerca de París.
Las gigantescas figuras de Dostoievski y Tolstoi no deben ocultar la talla de un escritor como Turgueniev, cuya obra ocupa un lugar relevante en la narrativa rusa del siglo XIX. Con una prosa elegante y concisa, en la que se insinúa más de lo que se dice, y con una fina capacidad para captar los matices psicológicos, el estilo se impuso en la Europa del siglo antepasado con una especie de vanguardia narrativa. Sin embargo, su obra, aun proclamando implícitamente la occidentalización de su país, está profundamente anclada allí. Los campesinos y los personajes característicos de la ‘intelligentsia’ rusa que por ella pululan, son muestra de un realismo maduro que sabe captar los elementos más significativos de una situación social.
Jerzy Skolimowski después de realizar El grito del búho (1978), Arriba las manos (1981), con Pasión de primavera (1989) rompe con todos sus trabajos anteriores, al adaptar una novela costumbrista. Según los términos del mismo realizador, Pasión de primavera es la confesión íntima de pecados de juventud. El hecho que haya utilizado el cuento de Turgueniev, me permitió disfrazar los elementos autobiográficos que he podido integrara a la película. La historia que escogió el cineasta tiene la característica fundamental de la universalidad. La acción se desarrolla en el corazón de Europa del siglo XIX. Dimitri Sanin, un hijo de familia rusa en viaje de aprendizaje, cruza una mirada con Gemma Rosselli, joven prometida de un hombre arrogante y de tranquila fortuna. Deseoso de seducir a la joven mujer, le ofrece un mejor dote. Sanin convence a la esposa de un amigo, María Polozov, de comprarle una propiedad que él posee. El encanto maldito de la joven hermosa acaba por vencerlo, haciéndole olvidar la intención de su visita. Entre los dos, el corazón bascula y la vida cambia de parámetros, de orden y de sentido. Cuando leí por primera vez el relato, tenía 22 años, se acuerda Skolimowski. La misma edad de Sanin y del escritor cuando la escribió. Tenía más de 51 años y veía las cosas de la misma manera que las vio Turgueniev cuando tenía 30 años más tarde. Filmando Pasión de primavera,cuenta Skolimowski, intenté hacer abstracción de lo que se trata al realizar una película de época, y me concentré en el aspecto puramente emocional del tema: los vértigos eternos del amor. La reconstrucción histórica pasó al segundo plano de mis emociones.
Skolimowski ha tenido la rara oportunidad, para los papeles protagónicos de Pasión de primavera, de contar con los cuatro actores que él mismo había presentido. Sanin es Timothy Hutton, Gemma es Valeria Golino, María es Nastasia Kinski y Polozov es Bill Forsythe. Definitivamente, Jerzy Skolimowski permanece siendo, afortunadamente en su interioridad un verdadero polaco.