El final de una amistad de por vida

0
543

Juan Guillermo Ramírez

El dramaturgo y realizador Martin McDonagh, vuelve a poner en pantalla la empatía de Colin Farrell y Brendan Gleeson la pareja protagónica de la recordada Escondidos en Brujas (2008) en Las almas en pena irlandesas. Película más pequeña que Tres anuncios en las afueras (2012) – ganadora de Oscar- en alcance, pero grande en espíritu, en la que una pequeña comunidad isleña de repente es testigo de algo emocionante. Es tan abrupto que se siente salvaje, especialmente para Pádraic: un hombre bondadoso que aparentemente también es demasiado aburrido para que su mejor amigo lo pueda soportar. El aislamiento y la ociosidad sacan a relucir la locura en todos. Hay una dama con aspecto de necrófago deambulando por la noche, un poco como una de las tres brujas de “Macbeth” que se ha perdido un poco; también hay un imbécil local que se resigna a ver a su padre jugando consigo mismo cuando no lo está golpeando. Y está la hermana de Pádraic, demasiado inteligente para ser feliz en este extraño lugar. Es el superpoder de McDonagh que puede seguir acumulando dolor y soledad, y dedos, y aun así emerger con algo que es cálido y conmovedor, y tan condenadamente divertido.

La primera media hora resulta lenta y el espectador no sabe hacia dónde va la historia hasta que en un diálogo revelador Colm amenazará a Pádraic con amputarse un dedo si lo molesta. A partir de allí hay un crescendo dramático en la relación que comienza a tornarse más violenta con la guerra civil de telón de fondo en la isla grande de enfrente.

Es infantil, es extraño, pero Colm ha tomado una decisión. Puede sentir que su vida se le escapa, por lo que se niega a escuchar otra letanía. Ha terminado con su amigo más joven, que sigue siguiéndolo después de su ruptura, reaccionando con sonrisas tímidas o arrebatos de ira y borracho. Por eso Colm, un violinista apasionado, amenaza con cortarse los dedos si no lo deja en paz. Y ahí está: en manos de otra persona, esto podría haber terminado como una linda historia, pero McDonagh siempre logra agregar debilidad humana, crueldad y violencia gráfica. Mientras todo el pueblo observa, medio indiferente y medio divertido, estos dos hombres siguen haciéndose daño. En algún lugar, en el continente, la gente también sigue luchando, pero la Guerra Civil Irlandesa se siente menos real que esta pelea. Sobre todo, porque a la gente de aquí no le importan mucho las guerras.

Hay algo profundamente personal en algunos de los temas planteados, sobre la crueldad de que se acabe el tiempo y el legado que uno quiere dejar atrás, cuando Colm comienza a preguntarse qué es más preciado en la vida: el arte, el trabajo o tal vez simplemente ser amable. ¿Vale la pena sacrificarlo todo con la esperanza de ser recordado siglos después, incluso si lo mejor que puedes conseguir es que alguien destroce tu nombre en un pub irlandés? Esta pregunta es manejada con cuidado y un lenguaje deliciosamente obsceno por parte de dos actores que disfrutan cada segundo de los trágicos enfrentamientos de sus personajes, se deleitan con el diálogo y dejan que todo fluya. Farrell, por su parte, asume un papel que no habría interpretado hace dos décadas, cuando todavía estaba ocupado persiguiendo éxitos de taquilla.

Las almas en pena irlandesas es esencialmente comedia. Y lo es de manera tan negra, desengañada, oscura y demoledora que no queda otra que rendirse. Y reírse. Aunque sólo sea por aquello de no desesperarse. El drama (que es la esencia de esta comedia) se desencadenará cuando ante la negativa del abandonado a tan incomprensible desprecio, el amigo que quiere dejar de serlo decide cortar por lo sano. En la más radical de las literalidades decíamos. Cada vez que el personaje de Farrell le dirija la palabra al de Gleeson, éste se automutilará, se cortará un dedo. O cuatro de un golpe.

Los personajes podrían ser considerados obsesivos o neuróticos sino es porque en realidad son simplemente sensatos. El problema es que se empeñan en llevar su sensatez mucho más allá de lo razonable. Son cuerdos de pura locura.

La soledad de la vida en una isla, la amistad masculina, la finitud de nuestra existencia (y de los vínculos) y la posibilidad de perdurar a través de la creación artística son algunos de los temas que, sin ambigüedades, McDonagh teje en una comedia que se hace fuerte en la solidez de su pareja central y en los detalles. La rudeza de los comportamientos genera unos cuantos momentos de violencia inolvidables, pero también de humor que funciona de manera aceitada. Y ello sin perder la mirada empática y cariñosa hacia el devenir de los protagonistas de esta película que sabe en buena ley evitar la metáfora y la fábula.

Pádraic vive el desprecio de su amigo con dolor, en especial por su manera de tratarlo, básicamente, de tonto, de un tipo sin nada interesante para contar, decir o reflexionar. Algo de cierto hay en eso, pero a la vez se trata de un hombre bueno, amable, sensible y afectuoso. A Colm no le importa eso, ni el dolor que su ex amigo siente por el rechazo. No quiere perder tiempo con él. A tal punto se obsesiona con eso que le dice que, por cada vez que le vuelva a dirigir la palabra, él se cortará un dedo de su mano.

En algún momento la película se dejará llevar por su propio juego de agresiones cruzadas y perderá un poco el eje. Pádraic no podrá sostener su bonhomía ante tanto rechazo y se producirá una escalada que solo puede terminar mal. Muy mal. Que se escuchen bombas de la guerra civil de la época –entre facciones irlandesas que estaban a favor y en contra del tratado de independencia con Gran Bretaña– no es casual. De algún modo esta pelea entre amigos no es otra cosa que una metáfora de aquel conflicto. Y la única manera de avanzar que tiene es mediante el crecimiento de la violencia fraternal. Ese desarrollo puede ser efectivo en términos narrativos –y darle al film momentos bastante graciosos– pero le hace perder de vista al film lo esencial del conflicto entre esas dos personas cuya relación se rompió, por una decisión unilateral, de un día para el otro. A esa altura ya no queda nadie ni remotamente bueno en la historia y la frustración de Pádraic empieza a parecerse a la de tantos hombres que transforman el ninguneo de los demás en violencia, la víctima de bullying que termina siendo más peligrosa que sus agresores. Allí, ya no será una película sobre el valor que puede o no tener ser un hombre bueno sino sobre la imposibilidad, para McDonagh casi ontológica, de serlo.

Fue Beckett el que en la cita más repetida de su obra dijo eso de que nada es más divertido que la desdicha. Y ni Sennett ni McDonagh le quitan la razón. Ni la sinrazón.

https://cinefiliamalversa.blogspot.com/2022/12/the-banshees-of-inisherin-los-espiritus.html