«¿Y qué quedaría de mí?, preguntó Pereira, yo soy lo que soy, con mis recuerdos, con mi vida pasada, la memoria de Coimbra y de mi mujer, una vida transcurrida como cronista de un gran periódico […] Usted necesita elaborar el luto, necesita decir adiós a su vida pasada, necesita vivir en el presente. […] ¿Y mis recuerdos?, preguntó Pereira, ¿y todo lo que he vivido? Serían tan solo memoria, respondió el doctor Cardoso, y no invadirían de forma tan avasalladora su presente […] deje ya de frecuentar el pasado, frecuente el futuro. ¡Qué expresión más hermosa!, dijo Pereira, frecuentar el futuro…», Antonio Tabucchi
Juan Guillermo Ramírez
En sus últimos años Mastroianni eligió con inteligencia las películas que aceptaba hacer y así trabajó con grandes autores contemporáneos como Raoul Ruiz o Manoel de Oliveira. Pero en esa inteligencia también hubo lugar para Sostiene Pereira (1996), que remite más a Antonio Tabucchi, autor de la novela, que al director Roberto Faenza. Es un film que podría haber sido convencional pero que alcanzó la grandeza porque le permitió componer un personaje que estaba a la exacta altura de sus capacidades. Sostiene Pereira es algo más que una trama sobre la resistencia al fascismo y un hombre que debe tomar las decisiones que siempre ha evitado. En la tranquila melancolía de cada gesto, en sus espaldas cargadas con esa responsabilidad que no quiere, en cada pequeño matiz de su mirada o de la forma en que se dirige a su esposa muerta, Mastroianni se transforma en el mejor Pereira posible, su propia y última obra maestra. La compleja transposición de la novela de Antonio Tabucchi, ubicada en Lisboa antes de la Segunda Guerra, cuenta sobre la postura apolítica del editor cultural de un diario y su amistad con un joven idealista.
La acción transcurre durante 1938 en una Lisboa agitada por la dictadura de Salazar, la cercana guerra civil española y la ascensión del fascismo y del nazismo. Estos hechos provocan una reconversión ético-política en Pereira (Marcello Mastroianni), un periodista viudo, achacoso y cobarde, que dirige la página literaria de un diario católico lisboeta. El detonante será su encuentro con un joven e idealista revolucionario italiano que le irá implicando poco a poco en la lucha contra la dictadura salazarista.
Antonio Tabucchi se ha convertido en uno de los mejores escritores italianos. ‘Sostiene Pereira’ es su obra más popular, de modo que su adaptación fílmica suponía un reto difícil. El propio Tabucchi revisó los diálogos de la versión. La calidad del argumento, la belleza de la fotografía de Blasco Giurato y la partitura de Ennio Morricone, y la presencia de Mastroianni, hacen que la película sea digna de ver.
La controversia que suele provocar, incluso en el juicio de cada espectador, cualquier adaptación cinematográfica de una obra de ficción literaria, puede evitarse si, como es el caso, el comentarista ha visto la película y escribe sobre ella sin conocer todavía la novela. Así la novela desaparece como referencia inexcusable y es la narración cinematográfica lo único que viene a ser considerado, evitándose esos prejuicios que suscita el discurso cinematográfico cuando es producto de una reconversión del lenguaje literario.
La película Sostiene Pereira es un relato sobre la ‘toma de conciencia’ de un personaje y su ulterior compromiso, tema que estuvo en boga a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. El general de la Rovere (1959) de Roberto Rosellini, fue el filme inicial de varios que tratarían el asunto desde distintas perspectivas, aunque con bastante fortuna. La Grande Guerra de Mario Monicelli, Tutti a casa de Luigi Comencini, o Una vita difficile de Dino Risi, pueden ser ejemplos del desarrollo de esta temática. En ellos, personajes con poca sensibilidad social, o al servicio de un poder opresivo, o sumidos en cierto individualismo satisfecho, viven una experiencia que les hace conscientes de encontrarse inmersos en un problema colectivo del que no pueden dejar de formar parte, y esa comprensión, como una sacudida, les obliga a salir de su egotismo y a solidarizarse con los demás, aun con el riesgo de perder la vida. En el caso de los filmes de Monicelli, Comencini y Risi, el asunto estaba tratado en clave tragicómica, mediante ese estilo entre humorístico y sobrecogedor con que el cine italiano acuñó un tipo de comedia cinematográfica digna de revisión, apoyada siempre en el histrionismo, que en muchas ocasiones podrá calificarse de genial, de actores como Alberto Sordi o Vittorio Gassman.
Sostiene Pereira conserva –o recupera– bastantes componentes de aquel tipo de películas. Por un lado, narra la catarsis de una especie de periodista y traductor que, encerrado en su literaria torre de marfil en los años más duros de la repercusión social del ascenso fascista en Portugal, va descubriendo, gracias al encuentro fortuito con un joven aprendiz de escritor y su novia, el verdadero rostro de la impostura y el horror que le rodean, hasta llegar al compromiso con los perseguidos y el sacrificio personal. Afronta la narración desde una perspectiva tragicómica, apoyándose decididamente en la interpretación de Mastroianni quien compone con maestría la personalidad de ese viudo adiposo y enfermo, aunque todavía pulcro y atildado, para quien el tiempo se detuvo el día en que murió su mujer, tan vulnerable en lo emotivo como reacio a salir del encantamiento de su refugio literario y de unas rutinas minuciosas presididas por el temor a la muerte.
La dirección de Roberto Faenza es muy convincente y acierta con el ritmo pausado que requiere la evolución espiritual y sentimental que se nos va describiendo. Aunque en ocasiones aparecen espacios de la ciudad de Lisboa, el escenario está más bien insinuado en ciertos aspectos de la decoración, como el interior de la casa de Pereira, el mobiliario, los objetos, todo ello presentado de modo cuidadoso, que pretende resaltarlos como elementos dramáticos significativos, lo que le da a la narración una fuerte certeza visual. Como se trata de una película ‘de época’, la necesidad de administrar ciertos factores escasos que deben jugar continuamente para recrear la atmósfera –vestuario de los soldados y gentes, vehículos– impregna la narración de un leve aire teatral, un tono de simulacro que no perjudica al estilo narrativo, sino que intensifica su carácter casi apologal, que a veces, como en la relación de Pereira con su portera, tiene resonancias kafkianas.
Faenza va armando una serie de acontecimientos en la vida del periodista de una manera refinada en base de pequeños detalles, las notas del joven ayudante que le acercan un modo diferente de acercarse a la literatura ajena (un homenaje a García Lorca), los hechos violentos; estos ejemplos sirven de catarsis que rompen con la indiferencia de Pereira.
En ese proceso esclarecedor las imágenes se tornan de una elocuencia reveladora colaborando en la progresión dramática. Hay en los cambios intelectuales de Pereira una relación con la postura de su físico; mientras que en el comienzo y parte del relato se ayuda para caminar con un bastón, en el final se lo ve caminando entre la gente confundiéndose entre la muchedumbre con paso firme y seguro (sin bastón), hasta cierto optimismo se nota en la expresión de su rostro. Son esos elementos sutiles incorporados a un lenguaje visual manejados con sobriedad los que dan al relato un carácter diferente; son testimonios del pasaje a otra etapa de la vida de Pereira, como un hecho individual, pero además es una alerta a realidades cercanas en el tiempo que atañen a la humanidad toda.
La obra literaria y la propuesta cinematográfica son testigos de injusticias y dan sus testimonios. Faenza al llevarla al cine adquiere un compromiso con un contenido ético que está en la novela y del cual no se desvía, es más lo prolonga en la película.
Link de la película: https://ok.ru/video/2444927634042