Argentina, 1985: La apelación a lo inhumano

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«El espectáculo se presenta al mismo tiempo como la sociedad misma, como una parte de esta y como instrumento de unificación. En tanto parte de la sociedad, es expresamente el sector que concentra todas las miradas y todas las conciencias. Precisamente por estar separado este sector atrae la mirada engañada y la falsa conciencia; y la unificación que lleva a cabo no es otra cosa que el lenguaje oficial de la separación generalizada», Guy Debord

Juan Guillermo Ramírez

Lo que propone el filósofo y cineasta francés Guy Debord se confirma en la película de Mitre, frente a esa actitud de contar cómo ocurrieron los hechos, centrándose en un protagonista erigido como el héroe de la etapa alfonsinista. No hay aquí unificación sino plena separación hecha posible por la fetichización expuesta, donde lo que puede incomodar queda fuera o se menciona de forma suave, tibia o radical. Si en ‘La sociedad del espectáculo’ el autor refiere que el espectáculo es la ideología por excelencia, porque expone y manifiesta en su plenitud la esencia de todo sistema ideológico: el empobrecimiento, sometimiento y negación de la vida real», en el cine de las plataformas, esta idea es reforzada por cierta confianza por una efectividad que actúa en detrimento del arte.

En el año 1985 ocurrió algo sorpresivo en la República Argentina: los integrantes de las juntas militares que habían gobernado durante la recién terminada dictadura fueron llevados a juicio. Eso no solía suceder en Latinoamérica donde, habitualmente, cuando se recuperaba la democracia la gente prefería hacerse la distraída con respecto a lo que pasara antes. Es cierto que el presidente Raúl Alfonsín les dio a los militares la oportunidad de autolimpiarse, pero lo que obtuvo fue un veredicto de inocencia: los dictadores fallaron que no tenían nada que reprocharle. Con el tranquilo coraje que siempre lo caracterizó, Alfonsín ordenó el juicio a las juntas. Otros, que luego posarían de campeones de los derechos humanos y que se enriquecieron durante la dictadura, apoyaron, en cambio, el indulto a los dictadores.

Con inteligencia el guión de Santiago Mitre (El estudiante, La patota, La cordillera, Pequeña flor) y Mariano Llinás (Historias extraordinarias, La flor) sobre el juicio a las juntas militares, relata un hecho bisagra en la democracia y en la historia argentina. Pero Argentina, 1985 (2022) no es un cine testimonial del estilo de los producidos en los años ochenta sino una película de género, con el poder narrativo que esto implica. Sigue la estructura del film de juicios y el thriller político para adentrarnos con tensión y fluidez argumental en el suceso descripto.

Argentina, 1985 es una de las propuestas más ambiciosas del cine reciente de su país y una de las más sinceras. Los dos fiscales, Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo, llevan a cabo una estrategia para probar estos crímenes y hacer justicia en un país que había sufrido. Además, el film analiza las amenazas que enfrentaron estos fiscales, los peligros que enfrentaron sus familias y la importancia de su trabajo. Mitre y Llinás tienen el acierto de no querer inventar la pólvora y se aferran con solvencia a la fórmula del “cine de juicios”, desde Heredarás el viento a Juicio en Nuremberg o Cuestión de honor. Como dijo alguna vez Raoul Walsh: No existen diecisiete maneras diferentes de mostrar en cine a un hombre abriendo una puerta.Hay una ubicación de la cámara que es la ideal y por algo los clásicos son clásicos. Ese clasicismo es acaso uno de los mayores méritos del film: la cámara a la altura de los ojos, el relato que fluye entre las alternativas del juicio y pantallazos a la vida privada o el entorno amenazante de los fiscales. Esto junto a la excelencia del elenco.

La narración clásica también implica que nos identificamos con el protagonista, en este caso el fiscal Julio Strassera (Ricardo Darín), quien debe hacerse cargo contra su voluntad de acusar a la junta militar de terrorismo de Estado. En él reposa el punto de vista del relato, un hombre que vive en un modesto departamento en la Ciudad de Buenos Aires con su esposa y dos hijos entrando en la adolescencia. Un típico ciudadano de clase media argentina, como el potencial espectador del film.

«La clase media siempre termina apoyando los golpes militares, a ellos tenemos que convencer”, dice Strassera a su joven colaborador Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), mientras se muestra a lo largo de la trama la buena imagen que mantenían las fuerzas en 1985. Esto ubica al fiscal en una suerte de héroe solitario, peleando contra molinos de viento para llevar a cabo un juicio justo y necesario para la sociedad argentina. Otra estructura de género ambientada en la Argentina post dictadura con los servicios operando.

Argentina, 1985 es una película que une a todos. Es de esos largometrajes que busca su sitio dentro de la historia. El último trabajo de Santiago Mitre se coloca ante el panorama político latinoamericano de los 80, donde parte de Sudamérica estaba bajo gobiernos militares. Argentina, que había salido del yugo dictatorial dos años antes del año que indica el título, se lanza a juzgar a los principales líderes de aquella horrible etapa de represión.

Ese momento, el que fue llamado Juicio de las Juntas fue todo un hito. Nunca la sociedad argentina estuvo tan unida. Para sentar en el banquillo a los culpables hace falta un equipo tenaz. No el más robusto, pero sí el más enérgico: ahí están Julio César Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), el Fiscal adjunto del juicio, liderando un equipo jurídico muy joven e inexperto, pero con ganas de lo que cualquier letrado anhela: hacer justicia. Con todo en su contra, incluyendo falta de tiempo, dudas ante la sociedad y serias amenazas, el grupo consigue denunciar a la cúpula de la dictadura militar argentina y lograr un momento único en la historia, digno de ser imitado en el resto de países que padecieron circunstancias similares.

Ricardo Darín ejerce como maestro de ceremonias haciendo lo que mejor sabe hacer: convertirse en un héroe anónimo. Aquí es un hombre que sin quererlo puede conseguir la sentencia que su país lleva pidiendo años por todos los delitos cometidos en una cruenta y oscura dictadura. Moreno Ocampo será su contrapunto: el fiscal adjunto del juicio posee la energía del aprendiz frente al experimentado Strassera. Ocampo es un joven jurista que viene de buena familia (de militares, simpatizantes de Videla), un treintañero que ansía la justicia. Lanzani se complementa muy bien ante el avezado personaje de Darín, como un motor nuevo para un automóvil con mucho recorrido en su haber, pero cuyo prestigio sigue latente. Juntos encabezarán la parte acusadora en ese famoso pleito, un punto y aparte (o final) en la historia política de su país: el proceso judicial civil contra los nueve militares que lideraron la dictadura entre 1976 y 1983 por crímenes de lesa humanidad.

Pero quizás el mayor valor de Argentina, 1985 sea promover la necesidad de contar la historia reciente. Hay varias escenas donde van a suceder situaciones, la reunión de Strassera con el presidente Raúl Alfonsín o el encuentro de los jueces debatiendo las condenas en una pizzería, apenas insinuadas. Las escenas se reconstruyen luego al ser ‘narradas’ de un personaje a otro. El acto de relatar los hechos y elaborar sentido se vuelve fundamental para el film desde su propia construcción. Mitre regresa al mundo real y lo hace con contundencia.

Y recordemos: “Nunca más”.