Luis Jairo Ramírez H.
@JairoRamirezh
Durante los últimos años se ha venido profundizando la crisis del capital en todos sus órdenes; el modelo neoliberal de privatizaciones, concentración de la riqueza, flexibilización laboral, represión generalizada y empobrecimiento de la población, impuesto violentamente desde finales de los años ochenta y comienzos de los noventa, ha terminado por mostrar su rotundo fracaso.
Los múltiples abusos del régimen están llegando a su tope. Desde el 2018 se ha desatado una oleada de protestas populares ante los crímenes de Estado, el modelo extractivista, las enormes desigualdades sociales y la corrupción creciente que desembocaron en la explosión social de abril de 2021.
Indudablemente el Acuerdo de Paz de La Habana de noviembre de 2016 generó nuevas condiciones para la acción política de los sectores democráticos, progresistas y de izquierda, y en general, del campo popular. Es claro que asistimos a un cambio de mentalidad, los efectos políticos y culturales del proceso de paz han ido mucho más allá que el estado precario de la implementación. Hay una nueva disposición de lucha del movimiento de masas y condiciones favorables para el acercamiento y la convergencia política.
La voracidad del régimen, su afán de enriquecimiento, la cadena de hechos de corrupción y la violencia, han agravado la crisis y se viene produciendo un desmoronamiento del Centro Democrático y demás partidos de la coalición gobernante, que ya se hizo evidente con sus retrocesos en las elecciones del pasado 13 de marzo, a pesar del fraude que practicaron contra el Pacto Histórico.
Sin embargo, en la medida en que el barco se hunde, la agresividad del régimen se pone de manifiesto. Es una oligarquía que ha hegemonizado el poder durante 200 años y está convencida que es la dueña indefectible del país; eso se explica que cuando siente que sus privilegios están en peligro, no lo piensan dos veces y descabezan al contrario.
En 1948 asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán a solo unas semanas que fuera elegido presidente; en 1970 hicieron fraude para impedir el triunfo de la Anapo, en los ochenta asesinaron a Pardo Leal cuando la Unión Patriótica despuntaba exitosamente y, en los noventa, en un solo periodo electoral, asesinaron uno tras otro a Galán, Pizarro y Bernardo Jaramillo, para garantizar a sangre y fuego la extensión de la hegemonía elitista.
Esa agresividad vuelve a la escena ante su incapacidad política. Un proyecto de “Centro Esperanza” que se desinfló rápidamente porque frustró las expectativas que había creado; y por el otro lado, la candidatura de Federico Gutiérrez no ofrece nada distinto a la continuidad de un régimen caduco y violento, que quiere mantenerse en el pasado.
El recurso que quieren agotar es el de crear un estado de terror, combinando una matriz mediática de calumnias y desinformación, para lo cual cuentan con el favor de la mayoría de los medios de prensa; la participación abierta del gobierno en favor de la candidatura de “Fico” Gutiérrez; el “ruido de sables” encabezado por el general Zapateiro, el “paro armado paramilitar” del Clan del Golfo, so pretexto de protestar por la extradición de alias Otoniel, pero que en realidad fue orquestado para generar miedo en la población ad portas de las elecciones.
Independientemente del resultado en las presidenciales, es un hecho que estamos en un nuevo momento político, con una relación de fuerzas dispuesta para la lucha y el cambio.