Pablo Arciniegas
La alharaca que armó la derecha sobre el origen de Gustavo Petro es el top número uno de las ridiculeces más ridículas que se han visto en esta campaña electoral. Todo un mérito, si se tiene en cuenta el volumen de pendejadas que publica Rodolfo Hernández en su Tik Tok y que durante esta segunda vuelta se han destapado escándalos serios, como la filtración del escrito de acusación del caso Vitalogic, por mencionar apenas uno.
Pero no. Tenían que derramar todas sus habilidades investigativas resolviendo el misterio de dónde nació Petro, sí en Zipaquirá o Ciénaga de Oro, y si tiene derecho a llamarse el primer presidente costeño de Colombia aunque exista el precedente de Rafael Núñez. Solo Robledo lo sabe y esperará hasta convertirse en momia para revelarlo. Aunque para cuando llegue ese momento será una información tan inofensiva como ahora.
Inofensiva excepto para el poder a quien evidentemente le molesta que alguien le proponga a los costeños gozar de las mismas oportunidades que tiene la gente del interior. Por ejemplo: servicios públicos decentes o universidades con los fondos y la administración para generar empleos fijos a partir de la investigación. Y no estoy diciendo nada populista, solo cosas urgentes incluidas en el plan de gobierno del candidato del Pacto, porque la costa, así como cualquier región periférica de Colombia es pobre.
En Córdoba, por mencionar el departamento de la costa de donde es Petro, es visible cómo la mayoría de la tierra le pertenece a una oligarquía empresarial dedicada a la ganadería y a los monocultivos de palma desde que se aprobaron los TLC. Gracias al paramilitarismo, que sirvió más como un mecanismo de desplazamiento de tierras que como una respuesta armada a las FARC y el EPL, esta economía llegó a su auge, convirtiendo a Montería en una ‘Miami’ colombiana, dividida por el Sinú: de un lado del río, la extrema pobreza, los ‘gota gota’ y los mototaxis y del otro las mansiones cómo las de Salvatore ‘El mono’ Mancuso y la infame finca de Uribe, el Ubérrimo.
Por eso no es extraño que los referentes de los cordobeses apunten hacia los hacendados, los traquetos, los políticos corruptos y los paracos, en vez de los campesinos y los obreros quienes realmente han levantado la región, porque ninguna de las agroindustrias del departamento sería exitosa, sin una mano de obra barata acostumbrada a trabajar sin las mínimas condiciones laborales por simple y llana hambre. El discurso de Petro, por supuesto, les causa urticaria a estos empresarios, que piensan: «Qué se cree este exguerrillero, cómo para decirle a la masa que tiene derecho a exigir prestaciones sociales, tiempo con su familia y vivir sabroso».
Gustavo Petro, según cuenta la leyenda, viene siendo de Ciénaga de Oro, un pueblo donde a las gallinas les crece oro en las barrigas, escribió Gabo. Un pueblo que es la cuna de Pablito Flórez , el porro y el casabe. Un pueblo al que las alcaldías le han robado históricamente el acueducto y en dónde los que pueden contratan un carrotanque para tener qué tomar cuando abren la llave. Y fue de cara a estás y peores desigualdades, que terminó uniéndose al ‘eme’, porque cómo puede ser justo, carajo.
Sin embargo, la resistencia hoy ya no es con las armas. A la costa le urge pensarse de otra manera, sin hambre, sin miedo, sin servilismos. Y aunque haya nacido o haya sido criado en el altiplano, Petro, qué costeño y qué raro, como dice el vallenato, es el único candidato de la segunda vuelta interesado en mejorar la calidad de vida en la costa.