Luis Jairo Ramírez H.
Las ultimas noticias reafirman la crisis que atormenta a Europa. Los efectos de la guerra que desató EE. UU. contra Rusia en territorio de Ucrania, usando como operador a la OTAN, se expresa con intensidad en el propio corazón europeo. Las implicaciones para Europa del conflicto en Ucrania parecen estar vinculadas cada vez más, al efecto bumerán de las sanciones contra Rusia.
La industria bélico-armamentista, la principal beneficiada, se frota las manos. La ciudadanía europea, agobiada con el aumento estrepitoso de los precios de los combustibles y la energía, se toma las calles y plazas públicas.
El conflicto bélico desatado en Ucrania es la consecuencia de la expansión de la OTAN hacia la frontera rusa y de la voluntad de EE. UU. de crear un bastión militar de occidente en aquella frontera, integrando a Ucrania a la OTAN: una estrategia que Rusia ha declarado absolutamente inaceptable.
La situación de decadencia de Europa, tanto en su dimensión económica como sociocultural, no puede explicarse sin considerar la extraordinaria eficacia de la estrategia de Estados Unidos con respecto al viejo continente, que ha contado, salvo algunas excepciones, con el consentimiento de la propia clase dirigente europea.
La enorme deuda externa de Estados Unidos, el costo de la guerra en Ucrania, la crisis energética y medioambiental, son factores determinantes y que pesan en la actual coyuntura internacional. El 10 de marzo pasado el sistema bancario estadounidense experimentó las quiebras más grandes desde la crisis financiera del 2008: de Silvergate Capital Corp. y Silicon Valley Bank (SVB), posteriormente quebró Signatura Bank. En el Reino Unido, la filial del SVB está a punto de declararse insolvente.
Pareciera que los efectos de estas quiebras se extendieron también a Europa, las acciones del Deutsche Bank cayeron un 14,9%, tras un repunte de las permutas de incumplimiento crediticio, mientras persiste la preocupación por la estabilidad de los bancos europeos luego de la crisis del gigante bancario suizo Credit Suisse.
En febrero las protestas sindicales se multiplicaron, en particular en Gran Bretaña, Francia, España y Portugal. Y en otros países crece el malestar por problemáticas no resueltas, como la inmigración extraeuropea, cada vez más restrictiva.
En paralelo, la guerra Rusia-Ucrania, que acaba de cumplir su primer año, continúa generando repercusiones económicas negativas y sigue siendo la piedra en el zapato de un continente que mira con preocupación sus sombrías perspectivas económicas. Todas las previsiones indican que aun si lograra escapar a la recesión, el crecimiento europeo este año será casi nulo, se producirá un mayor empobrecimiento del salario real y el ya debilitado Estado de bienestar social sufrirá todavía más ataques. A las proyecciones de pobre crecimiento se suma una concentración muy significativa de las ganancias de las grandes transnacionales.
Desde el pasado 19 de enero se ha puesto en acción en Francia un movimiento social cada vez más amplio en contra de la reforma pensional que el presidente Macron impuso por decreto, evadiendo el trámite del parlamento; igualmente contra la inflación que aqueja a los hogares. Hay una exigencia de aumento general de salarios, de congelación de precios de la canasta familiar, del bloqueo de los precios de la electricidad y del gas, del precio de la gasolina, del derecho al trabajo.
La guerra de Ucrania abrió una nueva situación que es vista como oportunidad: reindustrializar Estados Unidos, desindustrializando Europa.