Canas y miopía

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Roberto Amorebieta
@amorebieta7

La irrupción del neoliberalismo en el decenio de 1990 no solo significó la imposición de un nuevo modelo económico sino también la propagación de una nueva ideología que hizo que la academia dejara de preocuparse por el desarrollo, el bienestar o la democracia como los propósitos del Estado para comenzar a hablar de “transparencia”, “rendición de cuentas” o “gobernanza”.

De igual manera, el nuevo modelo se encarnó en un nuevo tipo de político que a diferencia de la acartonada y gris generación anterior –pensemos en el contraste entre César Gaviria y Virgilio Barco– representaba unos valores audaces, en sintonía con el nuevo discurso hegemónico: preparación, competitividad, determinación. Eran los yuppies haciendo política. Fue la irrupción triunfante de los “nuevos liderazgos”: técnicos, desideologizados y sobre todo jóvenes.

Desde entonces, la juventud se ha convertido no solo en una carta de presentación sino en un requisito para ser considerado competente e innovador. También en política. Durante todos estos años se ha relacionado la idea de juventud y de novedad con lo bueno y deseable. Los años, la experiencia y la trayectoria son percibidas como limitaciones para adaptarse a los nuevos tiempos y tomar decisiones acertadas. Hoy priman la agilidad, la rapidez y la inmediatez, en detrimento del reposo, la reflexión o el buen juicio.

No es casual, por tanto, que una de las virtudes que más se promocionaron de Iván Duque durante su campaña presidencial de 2018 fuese su juventud. Se le vendió como un hombre fresco, renovador, amable y cálido. Un bacán. Alguien con quien provocaría tomar unos tragos y cantar unos buenos vallenatos viejos. Lo mismo su gabinete ministerial –al menos el inicial– se vendió como un equipo joven, técnico, con preparación e independiente de grupos políticos. Por supuesto –y está a la vista de todo el mundo– dichas características no fueron suficientes para conformar un Gobierno medianamente decente.

Buena parte de los errores del Gobierno que afortunadamente ya se marcha se debieron a la inexperiencia o ineptitud de los funcionarios, la precipitud con que se tomaron muchas decisiones y a la incapacidad de entender al país y actuar en función de la realidad. Más allá de que el de Duque fue un Gobierno corrupto hasta la médula, saboteador de la paz, destructor de la naturaleza y servil con los Estados Unidos, lo cierto es que se caracterizó por ser profundamente inepto. La arrogancia y la desconexión con el país solo mostraron el patético espectáculo de unos incapaces muchachos jugando con el poder.

El nuevo gobierno popular tiene la responsabilidad no solo de hacer las cosas bien sino de ayudar a cambiar este tipo de narrativas. Las críticas por su edad a los ministros designados solo evidencian una de las rupturas que la nueva realidad está planteando al país: lo generacional no tiene mucho que ver con la edad sino con las ideas.

Las personas que ocuparán los ministerios desde el 7 de agosto no solo se han ganado su legitimidad a pulso, son amplias conocedoras de su sector y lo más importante: están en disposición de hacer cambios y de gobernar para la gente.

Se viene un gobierno con un claro talante democrático y con profunda experiencia. La renovación no es un asunto de edad, es un asunto de pensar que otro país es posible, un país donde vivamos sabroso. Bienvenida pues, la renovación de las canas y la miopía.