Mateo Gómez (*)
El filósofo surcoreano Byung Chul Han hace una síntesis de lo que es la sociedad actual definiéndola como una “infocracia”, una sociedad dominada por los datos que inundan todas las esferas de la vida. Dicho tsunami informativo impacta directamente en nuestros procesos cognitivos, nos ubica en un mundo indigerible, pues no tenemos espacio para la reflexión, nos quita la posibilidad del silencio exponiéndonos a un ruido informativo constante que nos “desritualiza” y convierte al ser humano en un receptor/consumidor de datos. Un dato en sí mismo.
La datalización de la vida no se limita a las esferas humanas y a las subjetividades inherentes, también se traslada al campo de los objetos, convirtiéndolos en “infomatas” que nos “hablan” y nos dan información del entorno; el coche nos habla de baches en la vía, la nevera nos recuerda qué comprar, el smartphone nos indica cuantos pasos dimos, etc.
Pero estos beneficios tecnológicos que a priori nos facilitan la vida, realmente nos quitan margen de maniobra ya que delegamos en ellos un factor fundamental de la esencia humana como es el cuidado, “ellos” “cuidan” de nosotros y delegamos la responsabilidad de nuestro cuidado y el del otro, lo cual impacta directamente en la manera en que nos relacionamos.
Esta relación teñida de datalización, permea no únicamente al humano quien utiliza al objeto, sino al objeto en sí mismo, haciendo que hoy día las relaciones se modifiquen. Ya el sujeto no establece vínculos emocionales con el objeto, sino que todo se hace fácilmente reemplazable. Entra en el campo de la liquides, como indicaba Bauman. Todo se hace efímero y no se construyen vínculos desde el afecto con nuestro entorno.
Esta liquides en las relaciones y la desapropiación de los objetos se ve plausible en situaciones tan cotidianas como la fotografía. Haciendo la comparación entre la instantánea análoga versus la digital, Chul Han, esboza que la foto como objeto, se constituía en un objeto de devoción, un objeto con alma que envejecía y narraba momentos, que se guardaba con cuidado y se valoraba como un instante que queda plasmado para la eternidad, se esmeraba su poseedor en su cuidado, en ubicarla en un lugar seguro lejos de humedades, suciedad o ácaros y se guardaba como un tesoro, era un objeto con carga afectiva y emocional intensa.
Lo contrario sucede con la fotografía digital, la cual por su composición no constituye una narrativa, no cuenta una historia, es una imagen lineal de un instante de fugacidad y es constituida por algoritmos y no por historias.
La composición de la imagen en la fotografía digital, tiene que ver más con el “ego” que con la narración de una historia, generalmente se ubica el rostro modificado en un primer plano (selfies) y se carga en una nube donde se pierde en un mar de datos, haciendo imposible el establecimiento de un vínculo afectivo con ella.
Hoy día nos encontramos rodeados de algoritmos que atraviesan hasta el aspecto más humano como la capacidad de creación artística. Pensemos en las “obras” creadas por IA, que no son más que la puesta en el plano humanizante de dichos algoritmos, pero a pesar de que estos datos se muestren en el plano de la humanización, son simplemente la expresión total de la carga deshumanizante de los datos pues están avasallando hasta la capacidad creadora.
(*) Psicólogo FULL. Especialista en salud y desarrollo humano UCMC. Maestrando en desarrollo humano UCMC