La felicidad neoliberal

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Mateo Gómez Mendieta

Una de las búsquedas constitutivas del ser humano a lo largo de su paso por la historia y en sí una condición ontológica de cualquier sujeto (por lo menos en la sociedad occidental), ha sido la búsqueda de la felicidad. Un concepto que ha sido de gran interés desde la filosofía hasta la psicología, pasando por cualquier ciencia humana y social, y que sigue estando en un limbo nebuloso que torna problemática su definición.

De la felicidad no sabemos más que la vastedad de su demanda como dice el filósofo Fernando Savater. Su rostro permanece oculto pero la nitidez de su reverso nos impulsa a requerirla sin concesiones. Este es también un proyecto de inconformismo pues nunca cierra, y aun a sabiendas de esto (por lo menos en la premodernidad) nos impulsamos a buscarla con ahínco.

Sin embargo, hoy podríamos decir que su definición y búsqueda dejó de ser un problema de las ciencias sociales y humanas para tornarse en un problema del marketing y la economía, quienes le quitaron ese matiz celestial, supranatural y si se quiere divino, para ubicarla en una esfera alcanzable, medible y cuantificable.

Claro, esto no obedece a un hecho azaroso. Responde a un orden económico derivado del proceso de neoliberalizacion de la sociedad. Como bien sabemos, el neoliberalismo dista mucho de ser un modelo económico exclusivamente. Es también una fábrica de valores, ideas, creencias, cultura y marcos de pensamiento donde tanto la esfera pública como la privada son colonizables y todo es mercadeable.

Dentro de este mercado se encuentran no solo bienes materiales y capacidades productivas sino también pasiones y anhelos del ser humano, como el de ser feliz. Y claro, para este anhelo se ha creado todo un mercado: libros, talleres, cursos, gurús, etc. Todos te ponen al alcance de la mano la felicidad, pero la felicidad neoliberal, un proyecto de felicidad únicamente lograble y loable a través del consumo ya sea de bienes, instintos o placeres. Y quien no logra este proyecto de felicidad es porque simplemente no ha hecho lo posible por conseguirlo.

Evidentemente, esta felicidad como imperativo neoliberal nada tiene que ver con el interés del sistema por el bienestar de los sujetos, corresponde más a un mandato productivo. El capitalismo y el neoliberalismo se sirven de impulsar el carácter emocional de los procesos productivos a través del llamado constante a la motivación: “Sé feliz”, “sé tu propio jefe”, “conecta con la felicidad”, “gestiona tu vida interior”, “sonríe”, “sé positivo”. Son aquellos mantras que el sujeto neoliberal se repite a sí mismo con el fin de optimizarse, pero a su vez son poderosos movilizadores del negocio de la felicidad neoliberal.

Sería pertinente repensar el concepto de felicidad que tenemos hoy en día. Ubicarla en un nuevo lugar o quizás retornarla a esa frugalidad donde era un ideal casi inalcanzable, pero que solo al tornarse inalcanzable se hacía alcanzable.

Despojarla de todos aquellos velos, mantas y fibras de oro con que la cubren gurús, coachings, y “expertos” en el tema que la han convertido en un simple fetiche cosmético, para devolvérsela a los filósofos y pensadores contemplativos. Es hora de repensar la felicidad para poder repensar la mayoría de relaciones que establecemos con nosotros mismos y con los otros.

En otras palabras, dejar de buscar la felicidad para poder alcanzarla.