El otoño del petardo

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Jaime Cedano Roldán
@Cedano85

Faltan pocos días para que se vaya, un tiempo demasiado largo para todos, incluso para él mismo que entre banquetes, parrandas y remates administrativos no tiene vida ni manos suficientes para los brindis ni para firmar de manera alocada los decretos otorgando condecoraciones, multimillonarios contratos, generosas concesiones, apetecidas embajadas, consulados paradisíacos, privilegios irracionales y todo cuanto pueda entregar a sus amigotes, los de las atrocidades legítimas y el abudinamiento generalizado.

Dicen que igual anda muy atareado enviando su hoja de vida a cuanto organismo internacional encuentra en el directorio, en especial a  aquellos a quienes tan bien y tanto sirvió durante estos cuatro años, e incluso mandó a redactar, es decir plagiar que es lo de su gente, los estatutos y objetivos de una fundación sobre cualquier cosa donde pudiera seguir figurando como presidente, aunque irremediablemente siente la soledad que le acompaña en medio de los jolgorios y las ceremonias de medallas y nombramientos. Sabe que lo desprecian hasta los que pensaba que eran sus copartidarios más cercanos.

No es el otoño del patriarca, pues no tiene ni la edad ni la personalidad para haberlo sido, es el otoño lánguido y triste de un petardo, aunque un petardo ambicioso, imbuido de una grandeza imperial de risas con su larga alfombra roja con que se pavoneaba entre el palacio y el congreso, o las empleadas que sostenían la sombrilla de su esposa mientras le abanicaban y atendían. Un petardo desbocado en hacer trizas todo y no dejar piedra sobre piedra, ni dinero en las arcas ni las coloniales vajillas en el muy usado comedor de los banquetes y festines presidenciales.

“Había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad”.

Pareciera que Gabriel García Márquez no estuviera describiendo lo que fuera el falso poder de un viejo dictador en decadencia sino el lamentable paso por la Casa de Nariño del más joven, destructor e inútil presidente de toda la historia nacional.

Los festejos populares del 7 de agosto serán extraordinarios. No podía ser de otra manera ya que no es poco lo que se celebra. Mientras tanto, a la rancia oligarquía le parece exagerado y de un costo demencial. Las únicas fiestas con el populacho que les gustan son las corralejas que disfrutan como si fueran espectáculos del circo romano donde la sangre de los esclavos se confundía con la arena.

Pasados los festejos retomaremos la reconstrucción del país y del mismo Pacto Histórico, tal como se plantea en reciente documento de los partidos y movimientos sociales que integran el Comité Político Nacional, que define claramente a la convergencia como el “sujeto político principal de la transformación democrática de la sociedad colombiana”, contundente llamado a la organicidad, la unidad, respeto a la pluralidad, superar los hegemonismos e individualismos, única garantía de afrontar lo que viene, de enfrentar las arremetidas de la derecha y las contradicciones internas que se presentan y se presentarán.

No solo está en juego el futuro de Colombia y las ilusiones de las regiones y poblaciones más excluidas, sino también las expectativas despertadas en el mundo frente a un proceso transformador que se califica de modélico y aliciente para las luchas de otros pueblos.

Hay luz, es el final del túnel.