El nivel académico

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Omer Calderón
@omer_calderon

Llevamos varios lustros con nuestros alumnos registrando bajos o medianos resultados en las Pruebas Saber y en el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, PISA, por sus siglas en inglés. El promedio de rendimiento académico muestra deficiente capacidad de lectoescritura o de lectura crítica, igual que en el dominio de las matemáticas.

Sin embargo, esta situación genera un debate sobre un problema mal formulado, al enfocarse en la crítica a los exámenes, eludiendo indagar por las causas del bajo nivel académico del estudiantado y evita analizar las consecuencias de la débil estructuración científica de los bachilleres al ingresar a las universidades.

En este panorama pedagógico es pertinente plantear algunas ideas que nos permita avanzar en dilucidar qué está pasando con el nivel académico de nuestras escuelas.

Una característica por considerar es la relación entre el estado académico de la escuela y las orientaciones de política educativa junto con el discurso pedagógico dominante en el medio educativo. Sobresale que ambos van en contravía del crecimiento intelectual, cultural y científico de las nuevas generaciones, para encausar la práctica docente hacia el condicionamiento de las conductas del cuerpo y la mente del alumnado, a través del estímulo a competencias socioemocionales, de modo tal que los contenidos de enseñanza se convierten en accesorios de ocasión, según el clima psicológico en los ambientes pedagógicos.

De esa forma, los contenidos de matemáticas, lenguaje y ciencias las convierten en instrumentos para la formación de competencias básicas, que en realidad son mínimas, y para el entrenamiento de habilidades sociales de convivencia, paz emocional y emprendimiento, para que las nuevas generaciones aprendan a amoldarse a los cambios generados por el modo neoliberal de sobrevivencia. Visto desde otro ángulo, estamos ante una política oficial que induce a la ignorancia de los más caros conocimientos concebidos por la especie humana.

Si el conocimiento científico y humanístico está subordinado a la formación de habilidades y competencias, esto es, a ejercitar conductas y modos de pensar ajustados a contextos, sin tener en cuenta el crecimiento intelectual de la juventud, se entiende que lo importante para la pedagogía dominante es que la tarea docente se concentre en el cuidado de los alumnos. El objetivo ya no es que el maestro transmita conocimientos, sino que las nuevas generaciones disfruten de su estancia en la escuela.

De allí que la pedagogía dominante haya anclado la idea de que lo sustancial de la labor escolar es que sea activa, divertida, entretenida como alternativa a la actividad académica sistemática y rigurosa de la que resulta la apropiación de conocimientos.

Esta política y discurso pedagógico impuesta a la escuela desvaloriza al maestro. Si su principal función es enseñar la disciplina que sabe muy bien, esa que es su principal recurso didáctico, y la política oficial consiste en despojarle de ese potencial, lo convierte en el ayo clásico, al que se le paga lo mínimo para dedicarse al cuidado de la infancia.

Considero que estamos en una coyuntura en la que la política oficial heredada por el gobierno del cambio consiste en el cultivo sistemático y riguroso de la ignorancia, en la que los bajos niveles de formación académica de nuestros alumnos se encubren con una pedagogía posmoderna que es funcional al modelo social neoliberal dominante.

La agenda de reformas progresistas avanza, pero requiere de un viraje revolucionario en la escuela.