El cuerpo, el museo y el desnudo, también del espectador

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Manuel Antonio Velandia Mora

En Barcelona el Museo de Arqueología de Cataluña programa visitas para visualizar exposiciones fotográficas en las que tanto la persona observadora como las imágenes no llevan alguna prenda que distraiga la atención hacia los cuerpos desnudos. Desde otra óptica la Generalitat anunció a los ayuntamientos que no pueden prohibir el toples en las piscinas municipales y ya previamente se había permitido que las mujeres amamanten en público a los bebés, algo que ocurrió por denuncias de discriminación en las piscinas públicas recogidas por la Oficina de Igualdad de Trato y no Discriminación durante el 2022 y tras una campaña de la plataforma Mugrons lliures (Pezones libres).

En Bogotá, teatro Barraca programa exhibiciones de obras teatrales en las que publico y actores están igualmente desnudos. La naturalidad con la que la gente se mueve por las salas de arte evidencia que para muchas personas no son determinantes la moral judeocristiana y sus falsos perjuicios.

“El cuerpo es territorio de Paz” fue el eslogan que propuso el sector LGTB en 2001 al Proyecto Planeta Paz, algo que al sector indígena no quiso aceptar inicialmente, pero que tras los argumentos de las mujeres trans logró movilizar la opinión. Ahora que en el conflicto bélico más resonado de estos tiempos se lanzan misiles de fosforo blanco es evidente que no todos los cuerpos importan.

El desnudo fue en algún tiempo el arma pop para la revolución, seguramente muchas personas recuerdan que Lennon y Ono exhibían sus cuerpos como parte de su expresión ARTivista. Ya es hora de desexualizar el cuerpo, o más bien, la mirada. Para desnudar a alguien no hay que quitar la ropa, eso lo saben muy bien quienes se atreven a mirar los cuerpos como objetos sexuados. Por otra parte, ya conocemos de la doble moral tras estrategias como las de Facebook y su negativa a las imagenes freethenipple en los cuerpos de las mujeres, porque eso sí la teta macha como muchas otras cosas “de hombres” se miran con otros ojos y otro tipo de censura.

Deseo. MVelandiaM_

En 2014 la performer Deborah de Robertis, en una de las salas más transitadas del Museo de Orsay en París, se sentó frente al cuadro de Gustave Courbet ‘El origen del mundo’ y mostró sus genitales. Como era de esperarse desde la lectura más tradicional los guardias del museo corrieron a las entradas de la sala para evitar que el cuerpo real fuera visto, por otro lado, el público aplaudía con alegría y De Robertis seguía, con las piernas abiertas, mostrando al mundo la contradicción que generan los cuerpos reales.

Alguna vez alguien me preguntó si uno tenía que empelotarse siempre en las performances, por supuesto no es así, pero quedaba claro que muchas veces la gente no reconoce el mensaje porque la desnudez les nubla el cerebro, bueno si es que realmente lo usan para algo.

La moralidad parece ser la medida para que el cuerpo desnudo genere un profundo rechazo o un apoyo irrestricto y eso se lo debemos a la religión y la moral durante la Edad Media. La poderosa iglesia católica poseía la más grande colección de material artístico pero la Inquisición la llevó a controlar la censura de arte. A las figuras desnudas de la Capilla Sixtina realizadas por Miguel Ángel, Daniele da Volterra les pintó hojas de parra y hasta un papa estuvo a punto de destruir todos los frescos, por suerte y salud mental la academia de pintura lo convenció de lo contrario. La doble moral una vez más dio al traste con el arte, porque bien sabemos que preocupan mucho los cuerpos que se asumen en la libertad a aquellos que lo hacen tras sus ropajes de “gente buena”.

De pronto por aquí sorprenda a muchas personas que, desde hace veinte años, y no es mentira, en la santa ciudad de Roma, profana por excelencia, se acaben más rápido que un paquete de dulces en la puerta de una escuela las copias del famoso calendario “de los curas guapos”, de los que yo mismo fotografié algunos que incluso posaron con gusto porque saben que eso hace parte de su misión “divina”.