El amor en una urna de cristal

0
765

Juan David Aguilar Ariza 

Es claro que en tiempos de elecciones las personas discuten su decisión, su interés, su voto. Estas discusiones, en todo caso, no son del todo racionales, sino que se determinan por una experiencia emocional. Es decir, dependiendo del pasado de cada sujeto la razón decide buscar los argumentos disponibles para reiterar el mapa emocional que se configura desde las vivencias propias. Lo que quiere decir, palabras más palabras menos, que todo debate político tiende a orientarse a lo que cada individuo considera como cierto, verdadero y amigable. O, lo que es lo mismo, a demostrar que lo que siento es una verdad universal.  Los argumentos, en este sentido, no existen, la razón se deja a un lado y todo intento por racionalizar el acontecer de la sociedad termina en una demostración del sentir propio como verdadero y absoluto. Claro, a lo anterior hay que sumarle la experiencia histórica: ¿Cómo pueden elegir millones de colombianos si siempre han estado inmersos en la guerra? ¿Cómo han podido configurar una experiencia emocional por fuera de lo que hemos estado viviendo: la carestía, la violencia, el odio? ¿Cómo pueden amar si, como lo dice Diotima en el Banquete de Sócrates, solo se ama lo que no se tiene?

Se ama lo que no se tiene. Se ama lo opuesto. En el banquete de Plantón encontramos las revelaciones de Diotima que hacen tambalear al mismo personaje de Sócrates. Lo que revela ella, la extranjera, consiste en determinar al amor, a Eros, como un ser intermedio: no es un dios ni es un humano, no es feo ni bello, no es bueno ni malo. Podría decirse que es un medio.

Un sector, que afortunadamente ahora es mayoría, busca la paz, un cambio. Otro, la gran y desafortunada minoría, pretende perpetuar las dinámicas que nacieron hace más de doscientos años y que aun hoy en día siguen vigentes. La pregunta puede sonar retórica: ¿por qué si se ama lo que no se posee los violentos no buscan la paz o lo que es lo mismo: quieren eternizar el falso thelos del cambio para continuar en lo igual?

El traumado invierte los factores: lo feo no busca lo bello, el mal no anhela lo bueno. El trauma es la irrefutable condena de repetirse. Nietzsche explicaría en su genealogía de la moral cómo se invierten los valores: quien era esclavo no sueña con la libertad, sino con alcanzar los medios para esclavizar al otro, a lo otro, lo diferente. El trauma, que somos todos los colombianos, se expresa en esas dinámicas de la violencia cotidiana que por ser tan comunes se nos hacen oscuras, o, si se quiere, invisibles para nosotros mismos.

Nuestro trauma radica en el hecho de haber vivido los días de la violencia, incluso, en las ciudades, porque muchos de nosotros no experimentamos el sonido de las balas de los fusiles ni sentimos el calor de los proyectiles que lamen nuestras cabezas, pero sí hemos padecido las resonancias. Repercusiones que no dejan de ser condenatorias, movilizadoras, productoras de otro tipo de violencia.

Sí, el hecho de que nosotros seamos un producto de la violencia genera un efecto particularmente autóctono: defender el silencio, defender lo mismo desde el quietismo. El trauma no solo invierte los valores, el trauma paraliza. Es decir, nos encontramos en una sociedad que no se ha dado a la tarea de interpretar sus propias responsabilidades del crimen que orienta nuestro propio germen. ¿Cuáles son las acciones que por omisión generan y perpetúan el estado de malestar de nuestro país? Había que ver qué tanto de esos trabajadores, que a diario se levantan con la cruz en su pecho y que honestamente se ganan el pan con el sudor de la frente, ejerce una complicidad de lo que sucede en otros territorios, en otros planos, en otras realidades. Tal vez porque en un momento como el que nos encontramos la quietud, que ya no es indiferencia, se orienta como compromiso frente al estado de las cosas, a la continuidad de la barbarie, del despojo, de la violación.

Los electores son emocionales. Sí. Pero, ¿cómo podemos reconfigurar nuestras coordenadas emocionales sin haber pasado por la terapia, por la reinterpretación, por la elaboración del trauma? ¿Cómo podemos hablar de electores libres si nos vemos condenados a lo mismo por el hecho de ser traumados?

Puede ser que los colombianos nos podamos ceñir al espacio de toda grieta histórica —las elecciones 2022—, para sospechar sobre la producción constante de lo mismo: ese espacio que permite todo acontecer humano en el que se pone en cuestión la reiteración de lo mismo. Claro, todos hablan del cambio, la palabrita cómoda que se ofrece como esperanza, como consumo. Sin embargo, es probable que aquello que detestan estas clases que nos gobiernan, estas personas de bien, estos que se han creído la reencarnación del ideal de lo bueno, lo bello y lo mejor, sea todo lo contrario a lo que ellos mismos pregonan. Inversión de valores producido por los traumados.

En el fondo de su trauma se encuentra la respuesta y el verdadero amor. Su ceguera está viciada por el malestar de haber crecido en la perversión y la oscuridad. Así, para ellos democratizar, que debería ser una palabra y una acción fundamental, se convierte en todo lo contrario, la dictadura; la igualdad es criminal para ellos porque no puede aceptar que compartimos el mismo espacio y los mismos derechos; la justicia la consideran una pérdida porque se han apoderado de lo que no les pertenece, de lo público, de lo que es de todos. Ellos son los verdaderos traumados y les han hecho creer a la inmensa mayoría que nos mueve el odio, que ellos son los dueños y señores del amor cuando la realidad es muy distinta.

Gran parte de los colombianos tiene miedo de lo que pasará en un futuro en Colombia y desconocen que es precisamente ese miedo una manifestación de su trauma. Como cuando se le pide a la víctima que salga del círculo de poder del que la agrede y ella siente miedo porque en el fondo prefiere continuar con lo mismo a enfrentarse a lo nuevo. Preferimos, desde esa dinámica perversa, el continuismo a la transformación vertiginosa de nuestra realidad.

Todo amor es un medio. Todo amor es un cambio y es la presentación y evidencia de la transformación misma. El amor no estanca, moviliza. Las elecciones del domingo se basan en perpetuar el malestar o cambiar, aunque a muchos les atemorice, hacia una verdadera democracia. El amor, así pues, está en ser libres de una vez y para siempre. En elegir desde una posición más allá del miedo y que, a diferencia del amor en el trauma, se piense en los otros, en buscar lo mejor para todos los que habitamos esta tierra.

Amar en tiempos de elecciones consiste en romper la urna de cristal. No estamos hablando de un voto, estamos hablando de reorientar los principios del bien común. Una persona que desconoce la realidad de la periferia de este país argumenta desde su emoción y, en todo caso, termina en un odio solapado porque el amor, como lo dice Diotima, es un medio, es la interacción entre los opuestos, es la ruptura de mi mundo por generar la del otro, es orientarse a lo diverso, contrario, opuesto. El amor une los opuestos. La urna de cristal se rompe cuando salimos de nuestra realidad para dejar que la del otro, la del que vive a cientos de kilómetros de la nuestra, sea y exista como persona de derechos, igualdad, equidad y justicia.