Kevin Siza Iglesias
@KevinSizaI
La semana pasada tuvo lugar en Johannesburgo, Sudáfrica, la XV Cumbre de los BRICS. Jefes de Estado y delegaciones de más de 40 países invitados, principalmente del Sur Global, se reunieron a 14 años de su primera versión, cuando se caracterizaba por ser un grupo de países de economías emergentes y con una relativa importancia geopolítica. Hoy se constituye sin lugar a dudas en un poderoso bloque, que ejerce un importante contrapeso al orden mundial liderado por Occidente, contribuyendo a erosionar de manera creciente la hegemonía unipolar de los Estados Unidos.
Los BRICS representan hoy el 41% de la población mundial, el 31% del Producto Interno Bruto global y el 18% del comercio internacional. China, India y Rusia, se ubican en el segundo, quinto y octavo renglón de las principales economías del mundo y se constituyen en actores protagónicos del sistema internacional.
Durante la cumbre, seis países fueron incorporados formalmente al bloque y serán miembros plenos desde el 1 de enero de 2024 (Argentina, Arabia Saudita, Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes e Irán), en el marco de la primera fase de su proceso de expansión, del que se acordaron sus principios rectores, criterios y procedimientos.
Este proceso da cuenta de la creciente autoridad, relevancia y representatividad de los BRICS y confirma la vertiginosa e irreversible tendencia al declive de la hegemonía de Estados Unidos en el tablero global.
La unipolaridad como estructura del sistema internacional, propia de la era post soviética, de la guerra contra las drogas y el terrorismo, que lo llevó a socavar y violar de manera flagrante el orden jurídico y los principios del derecho internacional, ha llegado a una etapa de agotamiento y crisis. Lo confirman el fin de su fase de expansión económica y su bajo crecimiento sostenido; los continuos fracasos de sus más recientes intervenciones militares; el continuo debilitamiento de su liderazgo; y su marcada incapacidad de determinar por sí sólo o junto al imperialismo colectivo agrupado en el G-7, las principales decisiones políticas en las organizaciones internacionales.
Su correlato es el desarrollo de un momento de transición en el sistema internacional, cuyas tendencias se orientan al fortalecimiento y consolidación de una estructura multipolar y pluricéntrica, en la que el poder político, económico, militar y tecnológico se encuentra distribuido cada vez más de manera global, siendo el multilateralismo la única alternativa para construir modelos de cooperación y complementariedad internacional que le abran paso a una comunidad de destino compartido para la humanidad, en el que se abogue con fuerza por la resolución política y pacífica de las conflictos armados y por la solución de las múltiples dimensiones de las crisis de la civilización capitalista.
La Cumbre ha sido un paso más para la construcción de una nueva arquitectura financiera y comercial internacional, al cuestionar la dominación estadounidense, sus instituciones y del dólar en el sistema monetario internacional, en el que se erigen como rasgos distintivos del proceso el compromiso en promover el uso de monedas nacionales a nivel comercial, la coordinación de políticas macroeconómicas, la cooperación para fortalecer las cadenas de suministros e inversiones, la superación de las medidas coercitivas unilaterales, así como el fortalecimiento del Nuevo Banco del Desarrollo.
Nuestra América debe fortalecer las relaciones de su arquitectura de integración regional (Celac, Unasur, Alba, etc.) con los BRICS, para avanzar en el diálogo, la cooperación y la complementariedad.