¿Buenos ciudadanos?

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Mateo Gómez Mendieta

En redes sociales y en medio de toda la basura digital, entre la “dicotomía” Shakira-Piqué, banalidad, farándula y demás, han surgido tres videos en las últimas semanas que quizás pasaron desapercibidos pero que me han llamado la atención y tienen la particularidad de ocurrir en el transporte público.

En el primero, una persona encara a otra por evadir el pago del pasaje. En el segundo, un chofer interpela a un vendedor del sistema y en el tercero, un hombre a su vez increpa a dos funcionarias del sistema por no pagar. Acto seguido los tres videos fueron colgados en redes sociales y a su vez presentados en los medios como ejemplos de “buenos ciudadanos”.

Dicha categorización de “buenos ciudadanos” me llevó a dos cuestionamientos. Primero, si nuestra noción de ciudadanía es tan precaria que creemos que encarar a alguien por evadir el pago de un pasaje que representa ingresos para la empresa privada nos convierte en “buenos ciudadanos” automáticamente.

Y segundo, parte de ver cómo los protagonistas de los videos pertenecen a una misma clase social, pero se enfrentan entre sí para defender los intereses de un monopolio empresarial que nulos dividendos le deja a la ciudad. ¿Obedecerá esto al fenómeno de desclasamiento propio del neoliberalismo que ha conllevado a la pérdida de la conciencia de clase?

Para responder a este interrogante es pertinente recordar el concepto de hegemonía definido por Antonio Gramsci, en el cual un modelo se torna hegemónico cuando la clase dominante hace creer al dominado que sus intereses coinciden. En el capitalismo del siglo XXI, podríamos decir que la hegemonía se incuba cuando el empresario (o la empresa privada) hace creer al sujeto/consumidor que sus intereses coinciden.

Este modelo hegemónico en gran parte tiene su sustento en el discurso. Se presenta al empresario como generador de riqueza, al bien privado como “bien común” y a la persona que los defiende como “buen ciudadano”. Recordemos cómo durante el estallido social los medios diestramente señalaban de “buenos ciudadanos” a quienes limpiaban paredes de grafitis mientras legitimaban entre líneas el actuar despiadado e ilegal de la policía.

Volviendo a la primera pregunta, habría que revisar qué hace que un ciudadano increpe a otro para defender el interés de un tercero que para él no representa ningún beneficio y que aun así está dispuesto a pasar por encima de alguien en condición de vulnerabilidad o desempleo –o incluso dejarlo sin trabajo como el caso del segundo video– con la total convicción de que está “actuando bien”.

El fenómeno de pérdida de la conciencia de clase ha adquirido aspectos sorprendentes y se ha normalizado a través de las retóricas mencionadas. Por eso es posible que en las marchas que tiene anunciada la oposición “inteligente” veamos a más de un uribista estrato uno vitoreando para defender los intereses de Luis Carlos Sarmiento Angulo, o al hijo de un paciente oncológico rogando para que no eliminen las EPS, y cientos de ejemplos más de personas vulnerables y desamparadas pero manipuladas hábilmente para defender los intereses de la clase dominante.

Será un escenario social para ver el concepto de hegemonía de Gramsci en su máxima expresión.

Habría que preguntarles a estos “buenos ciudadanos” si creen de verdad que los intereses de María Fernanda Cabal o Paloma Valencia realmente coinciden con los de una persona estrato uno, dos o tres.