Un nobel para Silvio

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Juan David Aguilar Ariza

En el restaurante de prestigio suena Silvio Rodríguez. Nadie le presta atención a la música y es un detalle que un lugar como estos no debe pasar por alto. Es un descuido. No se siente forzada, no se siente incoherente, no es contradictoria, incluso, le sienta bien a Silvio y al lugar esta música de cuerdas, esta nostalgia caribe. Alguien cambia la canción.

Quizás el problema de Silvio es que en nuestro país se asocia a cierto tipo de personas y a unos espacios definidos culturalmente. No hemos tenido el tiempo y la madurez para escucharlo desde la distancia, desde otros lugares.

Bob Dylan recibe el premio Nobel y de inmediato un sin número de personas, un poco snob, no todas, deciden poner sus letras en la red justificando la razón de la academia sueca. Aquí no pondré ni una línea del tal Silvio. Pero creo que hay que reivindicar nuestra historia, que hay que mirarla sin el prejuicio y reconocer la altura de este señor.

La poesía descubre la esencia de las cosas, diría Octavio Paz. Y el tal Silvio ha hecho su parte en develarnos, en evidenciar ese aire del caribe que nos constituye, que, a falta de nuevos boleros, porque ellos eran nuestra forma sensible del fracaso, ha venido a poner su cuota de interpretación de lo que somos.

Sí, la educación sentimental de una gran parte de la sociedad colombiana, de los que alguna vez fueron jóvenes, estuvo basada en la cultura anglosajona, es verdad, pero incluso ellos tuvieron que ver con este Silvio, incluso, cantaron en algún momento de su vida una que otra canción de este hombre. Claro, los otros, los que se quedaron con la famosa Ojalá se cerraron tanto que desconocieron al otro Rodríguez, el no tan Ojalá y si del Y nada Más. Cada cual decide con quien se casa.

Un trovador, un cantautor que habló y sigue hablando de cómo hemos construido un universo emocional frente a un mundo hostil, un Silvio que en medio de ideales políticos nos puso a sentir las ganas de amar y soñar con el refugio de la ternura, en medio de las guerras, cuando aparecía un alguien que despertaba el enamoramiento.

Incluso, si se escucha desde una altura de dignidad, desde el no prejuicio, el tal Silvio no recibiría nada porque sin quererlo se convirtió en el más político de todos los cantantes de américa latina y todos sabemos que los suecos tienen sus intereses políticos, publicitarios y económicos.

Convertirse en un sello de lo político-social-izquierdista no es fácil, eso tiene su mérito. Que su música sobreviva luego de gobiernos de izquierda, luego de revoluciones, luego de la caída de ideales, y seguir recordando esos sueños de lucha, juventud y de enamoramientos, tiene su grandeza.

Ahora, ya viejos, aún sigue sonando su guitarra como esencia e identidad latinoamericana. No muere. Su música es latina y su voz es infinitamente la nuestra.

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