Manuel Cepeda Vargas
Cuatro horas antes de que fueran ametrallados Teófilo Forero y Antonio Sotelo, estuvimos reunidos en la oficina de Jesús Villegas oyendo de boca de Sotelo la amarga situación de Córdoba. Eran las cuatro de la tarde. Y una hora después (es decir, tres horas antes de crimen) oímos a Forero, quién presentó las tareas de esta semana y propuso el orden del día del próximo Comité Ejecutivo.
Perfil de un obrero
Forero, el infatigable, recordaba a un gran antecedente humano: el de Filiberto Barrero, quién ocupó también la secretaria de organización. Como ese líder, éste tenía una dura e íntegra bondad. Era recio. Y decía las cosas sin rodeos. A los 52 años de su edad, despuntaba como uno de los mayores paladines que ha tenido nuestra clase obrera. Proveniente de las entrañas del Tolima, sus raciocinios estaban siempre salpicados de bromas. Y las cosas, bajo la sobria y poderosa luz de su pensamiento de obrero, transmitían siempre un mensaje de esperanza.
Sotelo
A Antonio Sotelo vinimos a conocerlo ahora, durante esta sesión del Comité Central elegido en el pasado 15 Congreso. Joven, tenía algo de felino. Era no solo raya de sus ojos verdes. Sino el salto con que abordaba los temas. En esta sesión nos recontó toda la tragedia cordobesa, “el desplazamiento (cito textualmente de las notas que tomé de su intervención) de poblaciones enteras, reemplazadas por las masas fascistizadas por el MAS, en Mejor Esquina, Guasimal, Volador…”.
Leonilde
Leonilde era la luz sobre la geografía escarpada de Forero. Un 31 de diciembre, cuando despuntaba un año nuevo y yo esperaba en soledad la algarabía anunciadora, Teófilo y Leonilde vinieron a buscarme a mi casa y me llevaron a disfrutar el agasajo con que recibían la buena nueva del tiempo madrugador. Así eran. Forero, que despertaba con el sol y no terminaba su jornada sino al extremo anochecer, solía hallarse con Leonilde hasta ir hasta su casa. Y ahora los alcanzó la muerte.
Toscano
Y José Toscano, su chofer. Uno de aquellos hombres a quienes el riesgo, pese a su amenazante rostro, no logró arrebatarles el timón de las manos valientes. Muchas veces, en el camino hacia la casa hallamos a Forero y Toscano, raudos en el Suzuki, pasándonos siempre, saludándonos con la mano, rumbo hacia nuevos horizontes, siempre con el desafío jocoso para ver si éramos capaces de medírnosle a las nuevas tareas.
A colmar el vacío
Ahora está vacío el sitio de Teófilo, de Leonilde, de Sotelo y Toscano. De las extensiones martirizadas de nuestro pueblo florecerán nuevos héroes como Teófilo, verdecerán hombres y mujeres que ascenderán a llenar el enorme espacio que ahora queda huérfano. Forero nos enseñó a todos una laboriosidad sin límites, una tenacidad sin pausas, una actitud sin desmayos, una constante búsqueda de los caminos para liberar a nuestro pueblo.
Su venganza histórica será la revolución por la que laboró sin pausa. Su testamento es su ejemplo. Su victoria es la de los trabajadores.
Publicado en la edición 1526 del semanario VOZ el 2 de marzo de 1989.