Aída Avella
@AidaAvellaE
Este fin de semana visité La Guajira, constatando la muerte de otros dos niños a causa de la desnutrición generada por el hambre y la sed. Estos son dos de los problemas que azotan a los pueblos indígenas y afro que viven en esa riquísima zona del norte de Colombia. Niños y mujeres extienden cuerdas en las carreteras para detener los carros y pedir algo para comer y beber.
El sábado visitamos el sector del Rocío, entre Albania y Remedios, donde encontramos a líderes de esas comunidades que defienden el territorio. Todos amenazados, humillados y abandonados por el Gobierno nacional, regional y local. Los presionan para que dejen sus territorios ancestrales marcados por los entierros de sus antepasados, como es la tradición wuayuu.
Muy cerca de allí están las montañas de estériles que expiden un polvillo que afecta la salud de las comunidades en todo el entorno. Recorrimos una parte de no más de tres kilómetros para observar el Arroyo Bruno, no encontramos ningún letrero de propiedad privada, prohibición del paso o algo parecido. Observamos la naturaleza viva que puede deteriorarse si el Arroyo, en esa parte, continúa reduciéndose.
Estábamos regresando cuando aparecieron dos vigilantes de El Cerrejón, que luego se convirtieron en seis, quienes en forman educada advirtieron que es una zona privada y sin ninguna dificultad abandonamos la zona. Solo queríamos ver y constatar que el arroyo se está contaminando. Cuentan los habitantes que se reduce a pesar de estar en época de lluvias.
Mi presencia incomodó a las directivas de El Cerrejón. Para no incurrir en inconvenientes similares, me permito solicitarles que den a conocer a los colombianos un mapa con la delimitación de sus propiedades a las que no está permitido ingresar.
No se puede ceder así las fuentes de agua en una zona donde hay que cuidarlos, cultivarlos, ni desviarlos, para permitir que sus verdaderos dueños puedan vivir en paz y practicar sus creencias en las que este elemento representa el centro de su tejido social. Sus rituales, sueños y cultura se conectan con el agua bajo un vínculo recio que ancestralmente han valorado y protegido. Bien lo reconoció la Corte Constitucional en una de sus sentencias: “La subsistencia física y espiritual de la comunidad está dada por el vínculo con su entorno natural y con el ecosistema en general”.
La Guajira y la defensa del agua en esa región seguirán siendo parte de nuestro trabajo en el Congreso. A nombre del desarrollo no pueden seguir sembrando la miseria, el hambre y la pobreza que afecta, en especial a nuestros niños, a quienes encontramos desde muy pequeños pidiendo las sobras en los restaurantes, mendigando, ayudando a sus madres a las ventas, abandonando las escuelas, donde las hay. Para algunos primero son los negocios y después la vida. Para nosotros es todo lo contrario.
El desierto guajiro necesita el agua. Al Arroyo Bruno hay que salvarlo, su cauce natural debe volver. Liberen al Bruno.