No dejemos de hablar de Palestina

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Luz Marina López Espinosa

Tras el alto al fuego, que en realidad nunca se concretó, ya que durante ese tiempo Israel no cesó la matanza de palestinos, sólo que “privilegió” a los habitantes de Cisjordania ─donde ni está ni gobierna Hamás─, a quienes bombardeó sin piedad, ahora reanuda la ofensiva contra los gazatíes, que, llenos de esperanza, habían retornado a las ruinas de lo que alguna vez fueron sus hogares.

Es nuestra obligación no dejar de hablar de Palestina. Los pueblos del mundo respondemos a la perfidia mayor: así como en esta segunda quincena de marzo el ente sionista, con el patrocinio de Donald Trump, renueva el genocidio en Gaza, los medios del mundo a su servicio lo callan. Y cuando se ven precisados a mencionar algo ─la primera noche de la actual arremetida dejó 174 niños muertos─ lo naturalizan y justifican, presentándolo como la reacción defensiva de “las víctimas” ante el ataque de “los terroristas” el 7 de octubre.

Ya conocemos la vileza con la que actúan en esta misión de ocultamiento, que evoca las duras palabras que John Pulitzer dedicó a la canalla mediática. Nunca el vocablo “genocidio”; siempre, “guerra”. Jamás se mencionan los asesinados, sólo a los “muertos en los combates”, de ningún modose habla de miles de niñas y niños destrozados por las bombas, reduciéndolos apenas a “menores fallecidos en los enfrentamientos”.

Se agotaron los calificativos para el horror. La reacción de los pueblos, incluidos los de los países cuyos gobernantes están comprometidos con este terror, nos dice que en ellos está la esperanza, porque lo que los sionistas en su soberbia y desprecio por el resto de humanidad descuidaron calcular fue el repudio universal de sus crímenes. De ahí que cabalgue por el universo una sentencia: “La principal causa de muerte de menores en el mundo es Israel”.

Es que los pueblos, llámense suecos, haitianos, argentinos o yemeníes, tienen una conciencia de género y moral que hace que cada imagen de un niño palestino despedazado ─miles, y no metafórica, sino literalmente─ sea recibida como un puñal en el corazón. Son las imágenes de hombres y mujeres de los más insospechados lugares y entornos, que rompen en llanto ante las cámaras al referirse a lo que ocurre en Gaza.  Y quien no lo siente así pertenece a ese umbral patológico que no ha de faltar en el conglomerado humano.

La actual escalada del genocidio en Gaza, festivamente predicha por Donald Trump con “ahora sí será el infierno” ─lo anterior no era─, es ya el reconocimiento abierto y sin pudor del propósito exterminador. O si no, analicemos las palabras del alto dirigente sionista David Roet, embajador de Israel en Austria: “No hay inocentes en Gaza. Por eso los menores palestinos también deben ser eliminados”, las cuales contrastan con las del escritor y filósofo marxista Santiago Alba Rico: “Quien vence a un niño, no es un vencedor. Es alguien que ha derrotado su propia humanidad”.

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