Manuel Antonio Velandia Mora
La lengua no es inocente: nombra y des/nombra, reconoce y excluye, da existencia o borra memorias. Nombrar es existir: cada palabra que se abre es una piel que respira, un deseo que se atreve, un futuro que se anuncia.
Sobre representación masculina-blanca-hetero-mediana edad
El lenguaje no es solo un instrumento de comunicación, ha sido también un dispositivo de poder. A través de él se ha trazado la frontera entre quiénes merecen ser reconocidos/æs como sujetos/æs de derechos y quiénes han sido históricamente excluidos/æs de ese reconocimiento.
Por eso, el lenguaje no sexista y no binario no es una moda ni una exageración: es una estrategia de justicia simbólica. Nombrar a quienes hemos sido negados/æs en los discursos oficiales es una forma de existencia política. Los discursos institucionales no pueden seguir reproduciendo prejuicios y jerarquías: deben transformarse en prácticas de inclusión cultural.
Como sostiene Kalinowski, el lenguaje inclusivo “es una intervención del discurso público” con un propósito claro: generar conciencia sobre una injusticia estructural. Su uso produce una segunda capa de sentido, despierta el involucramiento de quien escucha, y deja ver una posición política frente a las desigualdades.
Incluirnos —o excluirnos— en el lenguaje no es ornamento: es una forma de habitar el mundo sin pedir permiso, de resistir con la voz y de existir con dignidad. Es también ser reconocidos/æs como sujetos/æs plenos de derechos.
Desde hace años, decidí que el lenguaje no podía seguir siendo un territorio cerrado ni un instrumento de exclusión. Crecí en una lengua que me negaba, que me reducía a un pronombre que no era mío, que borraba mis afectos, mis deseos, mis memorias. Por eso, elegí romper la norma: inventar, deformar, transformar las palabras. Mi escritura es un gesto político y poético, un acto de desobediencia que reclama el derecho a existir en el lenguaje.
Yo no me nombro desde un género fluido: vivo en una masculinidad no hegemónica. Y precisamente desde allí afirmo que la lengua debe ser espacio fértil para todas las formas de existir, no solo para las reconocidas por el canon binario y heteropatriarcal. Mi apuesta es usar el lenguaje como herramienta de inclusión, porque sé que en él se juega la posibilidad de existir o de ser borrad/æ.
En mi búsqueda, he utilizado signos, letras y combinaciones que amplían la posibilidad de decirnos: /æs, o/æ, œ, œs, æ, æs, ᴔ, ᴔs, Æ, Œ, ü. También he explorado la multiplicidad de pronombres y formas de nombrarnos:
El/la/le, Ellos/ellas/elles/ellæs
Nosotros/Nosotras/Nosotres/Nosotræs
Vosotros/vosotras/vosotres/vosotræs,
Los/las/les/los/otræs, porque cada una de estas variantes abre un espacio de reconocimiento. Y porque, además, necesitamos formas colectivas como: Quienes estamos aquí, la feligresía, las personas presentes, la comunidad.
Mi decisión, en 2004, de utilizar este lenguaje incluyente no surge de un capricho, sino de una urgencia política: nombrar es existir, y quienes hemos sido negados/æs históricamente sabemos que, sin palabras propias, nuestra memoria y nuestros cuerpos/æs se vuelven invisibles. Por eso, insisto en un lenguaje que respire, que sea fértil y que dé lugar a todos los mundos posibles que habitamos.
En cada palabra se juega la posibilidad de ser reconocido/æ, o de ser borrad/æ. Nosotres, quienes hemos sido históricamente silenciados/æs, sabemos que habitar el lenguaje es también habitar el cuerpo y la memoria. Las palabras que nos niegan son cicatrices; las que inventamos son semillas de futuro.
El lenguaje inclusivo no es un capricho
Es una urgencia política, un acto de justicia simbólica, una grieta en la norma que nos quiso invisibles. Nombrarnos en masculino y femenino ya no basta: somos muchos más. Somos nosotros/æs, vosotros/æs, elles, quienes no cabemos en un binarismo lingüístico ni existencial.
Reivindicamos el derecho a decirnos con nuestras propias palabras, a multiplicar las formas de nombrarnos, a resistir la violencia de la gramática que pretende disciplinar nuestros cuerpos/æs y deseos. Porque cada letra que se abre es una piel que respira, un deseo que se atreve, un futuro que se anuncia.
Nuestra apuesta es clara: hacer del lenguaje un territorio de libertad, no de opresión. Una lengua viva, marica, mestiza, erótica, política. Una lengua que abrace la diversidad de los cuerpos/æs y de las memorias.
Manifiesto: La palabra como arma política
En cada palabra se juega la posibilidad de ser reconocido/æ, o de ser borrad/æ. Las palabras no son neutras: cargan historias, jerarquías, poderes y silencios. Quien nombra, delimita el mundo; quien calla, lo niega.
Nuestras palabras son nuestras armas, nuestras caricias y nuestras banderas. Y mientras existan cuerpos/æs negados/æs, memorias silenciadas y deseos castigados, seguiremos transformando el lenguaje hasta que quepamos todas, todes y todos.
Nombrarnos es un acto político. Es negarnos a la invisibilidad que impone el lenguaje escrito desde la mirada hegemónica. Hemos aprendido a escribirnos contra el olvido, contra la imposición de un único modo de existir, contra la violencia simbólica que convierte la diferencia en falta.
No aceptamos que sea el Estado el que decida quién merece ser reconocido/æ. No aceptamos que la Iglesia defina nuestros cuerpos/æs como pecado ni que se arrogue el derecho de dictar cómo debemos amar, vivir o desear.
No aceptamos que la Academia, incluida la Academia de la Lengua, reduzca nuestras luchas a notas al pie o niegue la legitimidad de nuestros saberes. No aceptamos que los medios de comunicación nos nombren con estigmas o nos condenen al silencio.
La lucha por un lenguaje incluyente no es moda ni extravagancia: es estrategia vital, práctica de insurrección cotidiana.
El lenguaje que defendemos no es ornamento, es resistencia. Escribir, hablar y performar desde nuestras formas inclusivas es sembrar futuros posibles. Porque la lengua, cuando se abre, no solo nombra: también libera. El uso amplio del lenguaje incluyente no se reduce al empleo de pronombres o a la lucha justa por los derechos de las mujeres y la eliminación de estereotipos de género. Es también una herramienta ética y política frente a la vulneración sistemática de los derechos humanos de las personas de los sectores sociales LGBT y de las diversidades de géneros y cuerpos.
Nombrar con dignidad es confrontar el racismo y sus formas de racialización, resistir el edadismo que niega la potencia de la vejez, y desafiar el radicalismo religioso que impone una única moral y margina otras formas de existencia.
El lenguaje es territorio. Y en él, habitamos, resistimos y florecemos. El sistema nos quiere en silencio, pero respondemos con voces múltiples, con pronombres nuevos, con escrituras que desbordan, que incomodan, que abren grietas en el muro de la norma. Esas grietas son también futuro.