¡ARGENTINA!

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Nils Ostrovsky

A estas alturas, luego de unos cuantos meses de gobierno de Milei, prácticamente no hay producto o servicio en Argentina cuyo precio no haya disparado: la carne, la leche y el mate; la energía, el gas y el teléfono. Los aumentos van desde el 133,4% de la gasolina al 400% de las tarifas públicas. Según Milei, es el costo de la transición, es decir, el “paso necesario” para conquistar el progreso. Y con esa falacia, recortaron las pensiones creando un falso superávit a costa de la ancianidad e intentan rematar el patrimonio estatal.

Al que protesta, se le recibe con la brutalidad de la gendarmería, que golpea tanto al decidido que grita por su derecho, como al que se aproxima tímidamente, buscando entender porque el empleo se destruye mientras la miseria y el hambre se extienden.

Fuera de fronteras, para el presidente nostálgico de Thatcher y Reagan, sus amigos son bien conocidos en EUA, Israel, El Salvador y claro, en la OTAN.

En este berenjenal, lo que ha quedado claro es que al proyecto autoritario y contra civilizatorio que encabeza Milei, cuando se trata de hacer pasar su Ley de Bases, que tanto castiga a los trabajadores, poco le importan las fórmulas de la “democracia liberal” y sus pomposos métodos de gobernabilidad, sus frenos y contrapesos y sus lógicas constitucionales. Para la mezcla de amantes del fascismo y de oportunistas al acecho, el bienestar de la gente es un estorbo. Milei negocia, vende, alquila y entrega todo lo que puede en contrapartida al apoyo. Las dádivas son generosas: nombramientos en organismos internacionales, cargos personales repartidos para que el favorecido se siente a la derecha de Dios padre. Los partidos sinvergüenzas de la derecha histórica garantizan el quorum de votación en el Congreso, critican retóricamente y votan contra el pueblo.

Así, los embrutecidos gobiernan, aliados a los convencidos de que un “endurecimiento de vez en cuando es la mejor opción” y también, es bueno decir, apoyados por ahora por sectores que hace un buen tiempo cayeron en la desesperanza.

Por estos lados, cuando en Colombia se impuso una victoria popular, aun bajo las reglas de esa democracia que nunca fue democracia, cuyo gobierno pretende atender al interés popular, se observa la reacción desde las entrañas del poder. Los que dicen ejercer oposición sabotean el paso de las reformas y torpedean la paz, accionan los disimulados aparatos de justicia y sustentan la hipocresía de los medios que generan la sensación del fracaso y del “nada funciona”.

Por eso, no hay como negar que en ambos casos la única fórmula posible, necesaria y legítima es ¡la calle! Que en la calle se eduque, se hable, se organice y se decida. En Argentina los estudiantes, los jubilados, gremios y centrales sindicales, salieron a decir presente construyendo la unidad. Y aquí en Colombia, avanzar juntos a una correlación de fuerzas favorable en el seno del pueblo y activar la movilización es fundamental. En eso nos damos las manos.

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