Un relato falaz

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Jeison Paba Reyes 

Con un expresidente enfrentando por primera vez a la justicia en Colombia, sectores afines a su ideología han reactivado una intensa campaña para exaltar las supuestas hazañas de su gobierno. El relato de la “seguridad democrática” reaparece como símbolo de orden, progreso y autoridad.

Colombia es un país de relatos. Algunos surgen del realismo mágico; otros, del cinismo político. La seguridad democrática pertenece al segundo grupo. Presentada como la salvación nacional, fue en realidad una estrategia de control sustentada en la militarización del territorio, el silenciamiento de las víctimas y el refuerzo de privilegios para ciertos sectores del poder económico y político.

El discurso oficial de entonces sostenía que el país estaba al borde de caer en manos del comunismo, y que gracias a esta política se recuperaron el orden, la inversión extranjera y la libre circulación.

Pero mientras se celebraban estos logros en los medios, en las zonas rurales el conflicto se intensificaba. El Estado no llegó con salud, educación ni justicia. Llegó con plomo y propaganda.

La expresión más atroz de esta política fueron los mal llamados “falsos positivos”: más de 6.402 jóvenes asesinados por el Ejército y reportados como guerrilleros dados de baja en combate. La mayoría eran de sectores populares, reclutados con engaños. Un crimen de Estado sistemático, encubierto durante años bajo la narrativa de eficacia militar. Solo gracias a la lucha de madres y organizaciones sociales la verdad salió a la luz.

Tampoco fue real la desmovilización total de los grupos paramilitares. Aunque se desarticularon algunas estructuras, muchas redes criminales se transformaron y mantuvieron su influencia. Los verdaderos beneficiarios del paramilitarismo —empresarios, políticos, terratenientes— no enfrentaron la justicia. La seguridad democrática ofreció una imagen de victoria, pero no resolvió las causas del conflicto ni mucho menos reparó a sus víctimas.

En este contexto, los medios de comunicación jugaron un papel crucial. La concentración mediática en pocos grupos empresariales permitió instalar una versión oficial sin fisuras. Millones de colombianos accedieron a una única narrativa: la del éxito, la mano firme y el enemigo interno. Eficaz para ganar elecciones.

Glorificar hoy la seguridad democrática es desconocer a las víctimas que siguen atrapadas entre el miedo y el olvido. Es repetir la mentira de que matar jóvenes equivale a ganar la guerra.

Colombia no necesita más relatos épicos. Necesita verdad, justicia y memoria. Desmontar el mito de la seguridad democrática es un acto de responsabilidad con el presente y con las generaciones futuras. No podemos seguir alabando a quienes usaron el miedo como política y la muerte como estrategia electoral. En un país que ha disfrazado demasiadas tragedias como triunfos, ya es hora de romper el hechizo.

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