Solidaridad crítica o la cabeza del Bautista

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Antonio Marín
@Antonio_Marin6490

La presión mediática evoca el pasaje donde Salomé exige, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista: un ejemplo perfecto de “justicia” reducida a espectáculo. Repetir aquel ritual en pleno siglo XXI sería retroceder siglos en garantías y en civilidad democrática. Un linchamiento simbólico —con tufillo electorero— amenaza con convertirse en deporte nacional. A través de titulares y trinos de la inexistente oposición política, la misma que se hace omnipresente cuando se trata de sed de sangre, exigen “la cabeza de David Racero” para exhibirla como trofeo, golpear al Gobierno y torpedear aún más las reformas.

Este texto defiende que la solidaridad crítica, cimentada en la presunción de inocencia y la justicia restaurativa, resulta más fértil que el espectáculo punitivo. Si el congresista vulneró la ley o la ética, debe responder con todas las garantías; desatenderlo antes de un fallo ejecutoriado o decisión que tenga la misma fuerza vinculante, proferidos por autoridad competente, solo da paso a la cultura de la cancelación y legitima un método que mañana podrá decapitar cualquier liderazgo transformador.

Coyuntura de la guillotina mediática

En seis meses, Racero ha sido señalado por clientelismo en el SENA, reparto de cargos y explotación laboral: un audio filtrado describe turnos de 78 horas semanales sin prestaciones. Una demanda ante el Consejo de Estado pide su “muerte política”, otro medio habla de “demoledora evidencia”, mientras el propio congresista denuncia una “cortina de humo” para distraer la discusión de las reformas sociales. Un tercer medio resalta que Racero “no negó ningún cuestionamiento”, aunque atribuye la ofensiva a persecución política contra la agenda laboral.

Principios inviolables de derecho y ética

Cualquiera que sea la instancia —administrativa, disciplinaria o judicial— se deben respetar sin excepción la presunción de inocencia y el debido proceso, tal como establece la Constitución (art. 29). Si se determina responsabilidad administrativa o disciplinaria, que se siga el reglamento correspondiente; si hay un proceso judicial, que se aplique el marco penal con todas las garantías. Y, en paralelo, no perdamos de vista los principios de la justicia restaurativa —verdad, reparación, no repetición y reintegración— que hoy inspiran incluso a la JEP como alternativa más eficaz que el castigo ejemplarizante. Olvidar estos postulados para apaciguar el estruendo mediático es traicionar los principios democráticos fundamentales.

Trasfondo político: la reforma laboral en la mira

Mientras el escándalo absorbe la atención, la reforma laboral —que restituye recargos nocturnos y limita la tercerización— pierde respaldo tanto del Gobierno como de la oposición. Distraer el debate sustantivo sobre derechos laborales con un espectáculo de “muerte política” deja en segundo plano a millones de trabajadores.

Voces internas: rigor sin decapitación

El exdirector de la Dirección de Prosperidad Social y exsenador Gustavo Bolívar tuiteó en X: “No se puede defender lo indefendible… Ojalá pueda aclarar o, de lo contrario, resarcir el daño”. El presidente Gustavo Petro, sin nombrar a Racero, recordó que “en un partido de izquierda no se vilipendia el mundo del trabajo… Quien no se aferre a esos principios debe ser examinado. No debe estar con nosotros”. Ambas advertencias exigen rigor, no decapitación prematura.

Memoria para el acompañamiento

Recordamos al joven líder que formó a las juventudes y puso al descubierto las maquinarias de las mafias políticas, enseñando a leer el poder. Hoy, bajo sospecha, merece un examen severo, sí, pero también un acompañamiento garante: reconocer fallas, reparar daños y asumir un compromiso de no repetición. Porque la autocrítica valiente fortalece la causa; el sacrificio ritual la debilita.

Invitación abierta

Defender el debido proceso y la justicia restaurativa hoy es preservar la posibilidad de que reformas profundas sobrevivan al vendaval informativo. Yo quiero invitar a organizaciones sociales, colectivos juveniles y ciudadanía consciente a sumarse a este acompañamiento vigilante y responsable: exigir verdad y reparación sin renunciar a la solidaridad crítica que impide que las cabezas se sirvan en bandeja para fines coyunturales. Acompañar no es complicidad; es afirmar que la política puede ser escuela de segundas oportunidades, no un horno de líderes descartables.

Servir líderes como trofeos para aplacar ansiedades mediáticas solo alimenta la maquinaria punitiva que ha decapitado históricamente proyectos de cambio. La solidaridad crítica —rigurosa, ética y garantista— es la mejor vacuna contra el oportunismo que se disfraza de moral.

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