Mauricio Jaramillo Jassir.
Ya lo había escrito en otra columna, pero vale la pena reiterarlo: las comunicaciones constituyen un escenario de lucha política tan importante como el sector financiero, económico o el campo electoral. Ahora más que nunca ha sido evidente que parte de los medios de comunicación defiende un establecimiento cada vez más reacio a los cambios y que ha hecho de la actividad periodista e informativa una forma de promoción ideológica de valores contrarios al progresismo.
En primera instancia fue la Revista Semana que hizo de sus portadas una línea editorial para cazar audiencia a cualquier precio. Pasó de ser una publicación consultada por sus investigaciones a generadora de ruidos, escándalos y contradictora por excelencia en los peores términos del progresismo. Todo vale en la estrategia, incluso el recurso sistemático al clasismo y al racismo. Su directora está en campaña replicando lo que otros han hecho en América Latina, los medios hegemónicos abusando de su posición para copar un espacio que le está reservado a la oposición y sin rendir cuentas.
A esto se suman las constantes desinformaciones y de forma reciente una publicación abiertamente clasista de la directora de El Colombiano sobre la designación del ministro de educación. Un mensaje que no sólo estigmatizó en términos denigrantes, sino que habla de la insensibilidad cultural de algunos directores de medios de comunicación. La incultura parece su común denominador.
Como si fuera poco, La Silla Vacía que empezó como plataforma alternativa se ha convertido en vehículo de prejuicios contra el progresismo. Presumen que la única forma de mostrar independencia es a través de la intransigencia en contra de todo lo que se ubique a la izquierda del espectro ideológico. El medio que se reivindica como autónomo contribuyó a las generalizaciones groseras sobre la salud mental a raíz del caso del hermano del presidente; publicó información imprecisa sobre la académica centro progresista y economista heterodoxa Mariana Mazzucato arrebatándole la posibilidad de contraste; se negó a retirar la imagen de una menor de edad, como si no hubiese formas más dignas de controvertir a Petro; y de forma más reciente, convirtió un chisme en una noticia a tal punto de hacerle un control de información, todo en aras de darle mayor difusión.
Es el momento de que los medios alternativos y populares le arrebaten el monopolio de esta narrativa a los hegemónicos interesados únicamente en preservar los intereses corporativos y de un establecimiento enemigo de las transformaciones desde abajo. Es obvio que la respuesta de los sectores más reaccionarios consistirá en despotricar de aquello popular y alternativo reduciéndolo a la propaganda.
Para colmo de males, se ha vuelto normal que estos medios hegemónicos pretendan monopolizar la libertad de prensa y la equiparen con la defensa socarrona del establecimiento. Desconocen que se trata de un valor colectivo, su apatía frente a las agresiones contra medios populares los expone. La lección es clara.
* Profesor de la Universidad del Rosario