La identidad no basta para representar la lucha de las mujeres

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Magda Alberto(*)

En el corazón de toda lucha por la equidad y la justicia social late un principio irrenunciable: la coherencia. Es el vínculo inquebrantable entre lo que se piensa, lo que se hace, y lo que se es. La coherencia es la fuerza del feminismo, lo que da legitimidad y fortaleza a una lucha que trasciende el discurso y se convierte en una apuesta de vida para quienes la asumimos, transformando nuestras existencias y nuestros cuerpos.

La reciente polémica en torno a la figura del ministro de Igualdad y Equidad, Juan Carlos Florián Silva, quien ha manifestado identificarse con un género fluido, ha abierto un debate interesante de explorar. Se cuestiona si su autoidentificación le permite acceder a las cuotas de paridad —concebidas para reparar una deuda histórica—, afectando el 50% de los espacios reservados para mujeres, que han enfrentado exclusión sistemática en los cargos de poder.

Varias voces feministas hemos manifestado nuestro rechazo, y queremos dejar claro que nuestra postura no se confunde con un ataque a las identidades y orientaciones sexuales no heteronormativas. El ministro, más allá de su identidad auto percibida, actúa desconociendo lo que significa nacer mujer o construirse como tal en una sociedad patriarcal: las violencias sexuales vividas desde la niñez, la socialización en la sumisión, la discriminación laboral, el miedo arraigado al caminar de noche, viajar solas, las cargas de cuidado no remunerado y otras formas de violencia que vivimos por el hecho de ser mujer.

Equiparar su experiencia con esta realidad de las mujeres y las mujeres trans, es un acto de violencia simbólica patriarcal, pues borra más de dos siglos de luchas feministas. Además, surge una pregunta inevitable: si se identifica con un género fluido, ¿por qué afecta la cuota de las mujeres y no la de los hombres?

La ley de paridad en Colombia, conquistada con enormes esfuerzos recién en 2024 mediante la Ley 2424, gracias al congreso del Gobierno del Cambio, busca garantizar la participación equitativa de las mujeres en cargos de decisión. Es un logro histórico que no puede ser desvirtuado.

Estos años de lucha nos han enseñado que la identidad no es garantía de conciencia política. Una mujer con vagina, no es automáticamente defensora de los derechos de las mujeres, así como una identidad no normativa no certifica la comprensión del patriarcado. Un espacio de paridad no es un premio por ser diverso o mujer; es una herramienta de reparación y una oportunidad para transformar.

La conclusión es clara: si el verdadero objetivo fuera la equidad —y no el beneficio personal o la validación identitaria—, el camino sería otro. Quien ostenta un privilegio —pues nacer con pene en esta sociedad conlleva privilegios, sin importar la identidad posterior— podría ceder el espacio, amplificar las voces de las mujeres y actuar desde la solidaridad, no desde la usurpación.

Un auténtico “aliado” de la lucha feminista cuestiona sus privilegios y daría un paso al costado, para que quienes hemos sido silenciadas durante siglos podamos, por fin, hablar. Ese acto de coherencia sería su mayor contribución a la igualdad.

(*)Feminista y constructora de paz

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