Gloria Inés: la huella de lo posible

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Sandra Liliana Montealegre Castrillón

En un país donde la historia política ha sido escrita con mano masculina, Gloria Inés Ramírez no solo rompe el molde: lo pulveriza. Su precandidatura presidencial no es un acto de rebeldía, sino de justicia histórica, es el eco de millones de voces que durante siglos han gritado y llorado frente a los muros de la exclusión; hoy esas voces tienen forma de esperanza.

Gloria Inés no carga solo con su programa de gobierno; lleva sobre los hombros la responsabilidad de redefinir lo posible; cada uno de sus discursos es un martillazo al techo de cristal que por décadas ha limitado no solo a las mujeres, sino a la propia democracia.

Su trayectoria —desde las trincheras del sindicalismo hasta el Congreso— no es un currículum, sino un mapa de cicatrices y triunfos, su experiencia la ha llevado a afirmar que, gobernar, no se reduce a firmar decretos, se trata de entender el pulso de quienes han sido invisibles, y nadie conoce mejor ese territorio que una mujer que negoció reformas laborales entre protestas callejeras y debates legislativos.

En sus 25 años de vida pública, Gloria Inés ha demostrado que la fuerza no está reñida con la empatía. Mientras otros hablan de macroeconomía, ella insiste en medir el progreso por indicadores más humanos: ¿Cuántas madres cabeza de familia accedieron a empleo formal? ¿Cuántos niños dejaron de morir por desnutrición? ¿Cuántas víctimas del conflicto recuperaron su dignidad?

Este enfoque surge de entender que gobernar es, en esencia, un acto de cuidado colectivo, algo que las mujeres han hecho por siglos en sus hogares, comunidades y movimientos sociales; su propuesta de “Estado cuidador” no es un eslogan, sino la traducción política de ese legado silencioso.

Su gestión ministerial no fue un salón de trofeos, sino un laboratorio de transformaciones concretas: la reforma pensional con enfoque de género, el sistema nacional de cuidado, la defensa férrea del acuerdo de paz, entre otras; programas que, más que promesas, son deudas históricas con quienes han sostenido este país en sus espaldas: LAS MUJERES.

No se trata solo de tener una presidenta, se trata de qué tipo de presidenta necesitamos y queremos. Donde el querer está menospreciado, Gloria Inés, encarna una paradoja poderosa: es a la vez radical y conciliadora, sabe que no puede gobernar solo para su electorado, pero tampoco está dispuesta a negociar los derechos de las mayorías.

En sus manos, la Casa de Nariño, podría dejar de ser un símbolo de poder vertical para convertirse en un espacio de diálogo permanente. Imaginen por un día esa escalinata presidencial abarrotada no de soldados, sino de maestras, campesinas, lideresas indígenas; ese es el país que late en su discurso.

Las urnas del 2026 no decidirán solo un nombre, definirán si Colombia está preparada para escribir su próxima página histórica con tinta morada.

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