Luz Marina López Espinosa
Hemos tenido la oportunidad de ver un documental hecho en tiempo real y casi presente ─hace dos años, antes de la escalada genocida iniciada el 7 de octubre de 2023─ Where olive trees weep (Donde lloran los olivos) de la directora y productora palestina Ashira Darwish.
El documental, de una hora y cuarenta minutos, contó con la presencia de Ashira, quien participó en un conversatorio posterior. Se trata de una pieza artística seria y técnicamente impecable, que trata con rigor histórico el tema del proyecto colonial de Israel en Palestina, alejado de lugares comunes y de la tentación de resaltar y reiterar las imágenes sangrientas de las atrocidades diarias que, por tres generaciones, ha padecido el pueblo palestino.
Esas virtudes, tanto más difíciles de exhibir y preservar, cuando se trata de presentar no sólo la cruel victimización de los suyos, de su gente de la que ha sido testigo, sino cuando la misma directora ─también protagonista del filme─ repetidamente ha sufrido en sus carnes el horror de la tortura con sus secuelas físicas y psicológicas.
No es un documental de victimización. Ni quiere, ni pretende serlo. Rechaza que se le tenga lástima a su pueblo, o que apenas se le considere víctima. Reclama sí la sensibilización del mundo sobre un hecho atroz que nunca había sido cometido tan provocadoramente a la luz del día.
Una atrocidad documentada en tiempo real, durante año y medio, informada y conocida, gracias a las redes sociales, frente a la cual los poderes corporativos que se adueñaron del mundo, de la democracia que se volvió una entelequia, los gobiernos que están a su servicio, de sus medios de comunicación y los órganos supremos que cuidan del orden internacional, guardan atronador silencio. Miran hacia otro lado.
Donde lloran los olivos ─el drama palestino permite docenas de ricos títulos alegóricos y metafóricos─ es una exposición que sin pretensiones de tratado histórico ni de alegato jurídico, muestra cómo la historia a través de los milenios, el Derecho ─con sus Tratados, Convenciones y Pactos─ y, sobre todo, con la fuerza imperativa, sentencian que la causa de la razón y la justicia están con Palestina. Y revela al victimario como lo que es: un verdugo al que la historia ya condenó. Este documental nos interpela a ser consecuentes con eso, asumiendo la correspondiente actitud.
Israel cargará, desde ahora y a lo largo de las centurias, con el estigma de ser el más fiel intérprete y discípulo de la misma doctrina cuya denuncia y desprecio sirvieron de base para su derecho a existir como “Estado”: el nazismo. De ahí el término nazisionismo. Idéntico supremacismo, consideración del otro como infrahumano, exacta limpieza étnica del pueblo dueño de la tierra donde llegaron clamando su solidaridad, desprecio por la juridicidad y misma apelación a la violencia como argumento supremo.