Decadencia

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Federico García Naranjo
@garcianaranjo

Se suele afirmar que los imperios no caen porque sean derrotados por otros imperios o por rebeliones. Normalmente sucede que los imperios se desintegran desde adentro a causa de sus propias contradicciones. Por ejemplo, el imperio romano no se desplomó por las invasiones bárbaras sino por el agotamiento del modo esclavista de producción. La rebelión del gladiador Espartaco y los suyos fue solo el desencadenante de su decadencia.

Del mismo modo, el imperio británico y el francés llegaron a su fin por el agotamiento del régimen colonial e imperialista de explotación y el surgimiento de un nuevo orden mundial bipolar tras la Segunda Guerra Mundial, pero no a causa de las luchas de descolonización. Estas fueron solo el resultado de su debilitamiento.

Algo similar se debate hoy en los círculos académicos y periodísticos sobre la decadencia del imperio estadounidense y su inevitable desaparición. Por ejemplo, a pesar de que China ha desplazado a la potencia del norte como la primera economía global, la hegemonía del dólar como divisa patrón se sostiene gracias al chantaje al que el tío Sam somete al mundo

con su incomparable fuerza militar. En otras palabras, la hegemonía estadounidense hoy se sostiene no por su prestigio, su producción o su eficiencia sino por la fuerza.

Algo similar ocurre en cuanto a su legitimidad como país ordenador de Occidente y ejemplo para los demás. El último año, el mundo ha podido observar aterrorizado cómo se pretende exterminar a un pueblo entero sin que ningún poder global haya hecho lo más mínimo para detener aquello. Esta indiferencia es evidencia de que es solo papel mojado el paradigma de los derechos humanos y la libertad como principios orientadores del mundo contemporáneo, es decir, el discurso que legitima el poder estadounidense cada vez es menos tomado en serio.

Las elecciones presidenciales de esta semana son una evidencia más de dicha decadencia. A una sociedad cada vez más rota por motivos raciales y socioeconómicos, se suma una economía ficticia e improductiva inflada a punta de deuda, el uso indiscriminado de las armas como herramienta para dirimir conflictos y una situación de consumo desenfrenado de sustancias psicoactivas, donde quienes no hallan refugio al dolor en opioides como el fentanilo, hallan refugio a la desesperanza en los medicamentos psiquiátricos. Se calcula que alrededor del 40% de la población de Estados Unidos consume antidepresivos y ansiolíticos, sin necesitarlo.

Por ello, más allá de lo estrambótico de los candidatos Trump y Biden, y ahora de su reemplazo, la señora Harris, lo cierto es que estas elecciones se han movido como nunca sobre la exacerbación de los sentimientos y no de la divulgación de ideas o programas. Mientras Trump agita el miedo a la inmigración y a la reivindicación de las minorías, Harris promueve el miedo a… Trump. Es decir, no hay programa, no hay ideas, no hay contenido. Solo son las dos caras del mismo imperio que no sabe cómo superar sus propias contradicciones.

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