El reconocido escritor colombiano William Ospina, publicó una reciente columna en el diario El Espectador en que llamó a Hugo Chávez “un gran hombre que ha intentado abrir camino a un poco de justicia en un continente injusto” y dijo que ”tal vez nos será dado asistir al paso de Chávez de la historia a la mitología”. ”Una mitología de la que hoy tal vez sólo tenemos vivos a Fidel Castro y a Gabriel García Márquez” y “de la que forman parte por igual María Lionza y José Gregorio Hernández, Rubén Darío y José Martí, Carlos Gardel y Eva Perón, Martín Fierro y Jorge Eliécer Gaitán, Simón Bolívar y Túpac Amaru, Frida Kahlo y Pablo Neruda, Eloy Alfaro y Salvador Allende, el Che Guevara y Emiliano Zapata, Vargas Vila y Jorge Luis Borges, Benito Juárez y Morazán, Pedro Páramo y Aureliano Buendía”.
De inmediato, la inquisición de su país la emprendió contra el autor de Los nuevos centros de la esfera pero no han conseguido que William Ospina se retracte. En esta entrevista con el diario El Espectador, Ospina se ratifica y progundiza sus argumentos.
El Espectador reconoce al presentar la entrevista: “William Ospina es uno de los escritores contemporáneos más destacados. Poeta, ensayista y novelista, ha obtenido reconocimiento más allá de las fronteras por su serio trabajo literario, pero también por sus investigaciones históricas lo que lo ha conducido a tomar posiciones políticas no exentas de polémica, como la que asumió en la columna que escribió para El Espectador el domingo pasado y en la cual hace una encendida defensa de Hugo Chávez. Su comentario no habría llamado la atención si no fuera por el valor que requiere ir contra la corriente pública en un país tan derechizado como Colombia”.
Para una mejor comprensión por los lectores, colocamos inicialmente el artículo de Ospina que originó la entrevista.
A las puertas de la mitología
William Ospina
Gabo no respondió con una teoría sino con algo más visceral: “Para mí, dijo, lo de Cuba fue siempre una cuestión caribe”. A mi parecer, ello quería decir que no se trataba de marxismo o teorías revolucionarias sino de la lucha de un pueblo por su soberanía y su cultura frente al asedio de unos poderes invasores.
Los gobiernos de Estados Unidos, que compraron la Florida y se robaron a México, que se apoderaron de Puerto Rico y separaron a Panamá, se habrían anexionado con gusto la hermosa isla de Cuba si ésta no hubiera sido siempre tan irreductible en su rebeldía y tan firme en su resistencia.
Ya en Martí estaba todo lo que haría de Cuba un país tan celoso de su independencia. García Márquez, que conoce las felonías del “buen vecino” porque desde niño supo de la masacre de las bananeras en la plaza de Ciénaga, comprendió que era vital mantener a raya el afán hegemonista de aquel país que respeta tanto la ley dentro de sus fronteras y la ignora tanto fuera de ellas.
La de América Latina ha sido la historia de esa saludable tensión ante los poderes del norte. Hace poco visité en el norte de México, en Ciudad Juárez, el Museo de la Revolución. Nada me impresionó tanto, más incluso que el cráneo de vaca sobre una mesa bajo la fogosa luz del desierto, que una fotografía donde la sociedad de El Paso, Texas, caballeros con sombrero de copa y damas floridas con trajes ensanchados por miriñaques, presenciaba desde la orilla del río Grande, como en picnic, la lucha al otro lado de la frontera, donde hombres de grandes sombreros y dobles pistolas se alzaban contra la dictadura. La viva imagen de una sociedad del bienestar que se entretiene con el espectáculo de tragedias ajenas, esperando el momento de entrar en acción para beneficiarse de los resultados.
La mejor manera de admirar, de respetar y honrar a los Estados Unidos, es temerles, y no llamarse a engaños sobre ellos. Para ellos somos otro mundo: materias primas, selva elemental, inmigrantes, gobiernos que se sometan y firmen sin demasiadas condiciones los contratos. Y aquí nadie los ama tanto como los que se benefician de esos contratos.
Muchos medios del continente han hecho un gran esfuerzo por convertir a los contradictores de Estados Unidos en los grandes equivocados. Lo han intentado con Cuba y más recientemente con Venezuela, hasta el punto de que sus elecciones victoriosas son elecciones siempre sospechosas. No importa que en Colombia compren votos o arreen electorados bajo promesas o amenazas: esta democracia nunca está bajo sospecha. No importa que los paramilitares produzcan en diez años doscientos mil muertos en masacres bajo todas las formas de atrocidad: la democracia colombiana sigue siendo ejemplar, porque los poderes de la plutocracia siguen al mando. Pero si alguien es enemigo, no de los Estados Unidos sino de los abusos del imperialismo, eso lo hace reo de indignidad.
Uno de esos grandes enemigos del imperialismo es Hugo Chávez. Por ello, aunque nadie pueda atribuirle crímenes como los que manchan las manos de tantos poderes en el mundo, para muchos opinadores y medios es un dictador y un tirano. Yo creo que ha sido un gran hombre, que ha amado a su pueblo, y que ha intentado abrir camino a un poco de justicia en un continente escandalosamente injusto. Para ello ha sido duro con los dueños tradicionales del país y eso no se lo perdonan. Ya se lo perdonarán: cuando adviertan que todo lo que se haga a favor de los pueblos siempre postergados, tarde o temprano fructifica en sociedades más reconciliadas consigo mismas.
Un amigo me decía hace poco que un hombre que se hace reelegir tres veces es enemigo de la libertad. No comparto esa idea restringida de la democracia. La reina Isabel de Inglaterra, que no fue elegida por nadie, lleva sesenta años, es decir, para nosotros, toda la historia universal, como soberana de su tierra, y no veo a nadie protestando contra ese abuso. En Colombia llevamos doscientos años reeligiendo al mismo tipo con caras distintas pero con exactamente la misma política. El único un poco distinto era Álvaro Uribe, sólo porque era un poco peor. Pero el problema no son los hombres sino las ideas que gobiernan, y a Colombia la gobiernan las mismas ideas desde las lunas del siglo XIX, y la consecuencia catastrófica se ve por todas partes.
Si fuera necesario convocar a nuevas elecciones, lo más probable es que las mayorías chavistas sean más grandes aún que en las elecciones pasadas, que ya se celebraron sin su presencia.
Y tal vez nos será dado asistir al paso de Chávez de la historia a la mitología, a la novelesca mitología latinoamericana, de la que forman parte por igual María Lionza y José Gregorio Hernández, Rubén Darío y José Martí, Carlos Gardel y Eva Perón, Martín Fierro y Jorge Eliécer Gaitán, Simón Bolívar y Túpac Amaru, Frida Kahlo y Pablo Neruda, Eloy Alfaro y Salvador Allende, el Che Guevara y Emiliano Zapata, Vargas Vila y Jorge Luis Borges, Benito Juárez y Morazán, Pedro Páramo y Aureliano Buendía.
Una mitología de la que hoy tal vez sólo tenemos vivos a Fidel Castro y a Gabriel García Márquez.
“Chávez entrará a la mitología de los altares callejeros”
Cecilia Orozco Tascón.- Sorprendió el carácter beligerante y muy político de su columna del domingo pasado ¿Por qué cambió radicalmente de tema y tono?
William Ospina.– Me agrada escribir sobre libros, sobre cine, sobre viajes, pero también me apasiona la política. Cada cierto tiempo, cuando los temas me afectan, escribo columnas como la del domingo, asumo posiciones, y me gusta que sean claras.
C.O.T.– En la defensa que hace allí de los gobiernos de Cuba y Venezuela, compara sus elecciones con las de Colombia y sugiere que las contiendas en esas naciones pueden ser más democráticas que las de aquí donde se “compran y arrean” votantes. Sin embargo, hace caso omiso de los argumentos de quienes acusan a esos regímenes de recortar las libertades.
W.O.– Yo no afirmo que Cuba y Venezuela sean necesariamente más democráticas que Colombia. Digo que sus elecciones victoriosas resultan siempre más sospechosas. Y afirmo que Colombia no es tan democrática como se pretende. Eso aquí lo sabemos todos, no es un descubrimiento mío. Sin embargo nadie descalifica a los gobiernos de Colombia por su precaria democracia, como sí lo hacen todos los días con los gobiernos de Cuba y de Venezuela. Ahora bien, ni en Cuba ni en Venezuela hubo en los últimos treinta años las masacres y los holocaustos que ha habido en Colombia.
C.O.T.- Usted también es crítico de buena parte de la prensa latinoamericana de la que sostiene que “ha hecho un gran esfuerzo” por hacer ver como equivocados a Cuba y Venezuela por ser países contradictores de los Estados Unidos ¿Cree que los medios del continente se someten tanto a los intereses norteamericanos como, según usted, lo hacen los gobiernos de muchas naciones?
W.O.- Cuando yo era niño, la radio vertía ríos de odio contra la revolución cubana. De mis ocho años recuerdo la frase repetida todos los días: “Cuba, la perla de las Antillas, convertida hoy en el infierno rojo de América”. El proyecto cubano era generoso. Los Estados Unidos con su bloqueo impidieron que ese proyecto se abriera camino, y después lo acusaron de fracasar. Miremos el comienzo del gobierno de Chávez. Ya se opinaba sobre él lo que siguen diciendo, mucho antes de que se reeligiera, cuando apenas llevaba un año, cuando llevaba cinco, cuando llevaba siete. Y en esas descalificaciones había elementos clasistas, racistas. Ahora bien: no creo que la prensa conspire sistemáticamente pero hay inercias informativas, prejuicios que se eternizan, y no todos los medios son templos de la democracia.
C.O.T.– Llamar a Chávez “un gran hombre que ha amado a su pueblo” ¿es, tal vez, una afirmación inspirada en la susceptibilidad que produce la batalla por la vida que él está dando en estas horas difíciles?
W.O.– Para aceptar que Chávez es un gran hombre no se necesita quererlo ni admirarlo: el mundo entero está pendiente de su vida o de su muerte. Y en cuanto a que ha amado a su pueblo, se siente. Sería absurdo que yo dijera eso porque él esté enfermo. Lo digo porque lo veo. Y eso no significa que todo lo que él haga sea correcto. No lo voy a graduar de pontífice
C.O.T.– Pero admita que su columna es una alabanza sin ninguna crítica para él.
W.O.– No se trata de una alabanza sino del reconocimiento al valor que advierto en una política general. Tampoco es un análisis de una obra de gobierno. Resumo lo que dije en la columna de esta manera: Venezuela es el único país de América Latina en donde los pobres están contentos y los ricos están molestos. Eso debería significar algo.
C.O.T.– Para justificar las reelecciones de Chávez usted asegura que “en Colombia llevamos doscientos años reeligiendo al mismo tipo con caras distintas pero con exactamente la misma política. El único un poco distinto era Álvaro Uribe, sólo porque era un poco peor”. Uribe, a quien usted critica, se hizo reelegir una vez y Chávez tres ¿Cómo explica esa aparente contradicción?
W.O.– Creo que por hacer una frase he sido un poco injusto con Uribe. En realidad, en Colombia los peores son varios. Y Uribe hizo algunas cosas útiles. Aunque muchos de mis amigos de izquierda lo odian y no le reconocen nada, el país era más inhabitable cuando Uribe llegó al poder ¿Para qué negar que él les devolvió la tranquilidad a unos sectores de la sociedad y a unas regiones? Ya sabemos que no siempre lo hizo de la manera más limpia; y a mí me preocupa su manera de ser: recibió el país con una guerra interna y casi nos lo entrega con tres guerras externas. Le faltó tiempo. Pero es bueno aclarar algo: no soy por principio enemigo de la reelección. No estaba con él. Sin embargo me parecía lógico que Uribe se reeligiera, si lo hacía de una manera legal. Chávez lleva trece en Venezuela, siempre elegido por el pueblo. No me parece ninguna atrocidad.
C.O.T.– Usted aseguró que “tal vez nos será dado asistir al paso de Chávez de la historia a la mitología” ¿Exageración literaria o realidad política?
W.O.– Admitamos que toda mitología es, de alguna manera, una exageración literaria. Yo no estoy llevando a Chávez a la mitología, es el pueblo venezolano quien lo está haciendo. El mismo día en que se publicó mi columna, el país de España tituló: “El mito de Chávez llena su vacío”. Declarar que alguien ingresa a la mitología, a la humilde, pintoresca, conmovedora mitología latinoamericana, no significa alabarlo ni censurarlo, absolverlo ni condenarlo, significa reconocer el peso de su presencia en el imaginario colectivo. Hablé de Eva Perón, de Pedro Páramo, de Frida Kahlo. Chávez no pertenece a la historieta sino a la historia latinoamericana, y podría con su muerte entrar en esa mitología de los altares callejeros, con José Gregorio Hernández, con la Santa Muerte, con el Che Guevara, con José Alfredo Jiménez. Una mitología a la que no entrarán Uribe ni Menem ni el gerente X.
C.O.T.– ¿Es consciente de la reacción que puede generar su posición en una Colombia como la de hoy, invadida de venezolanos que se sintieron obligados a salir de su patria por lo que ellos consideran como abusos del chavismo?
W.O.– Por usted me entero de que Colombia está invadida de venezolanos. Lo que sabía es, más bien, que Venezuela está llena de colombianos desde hace muchos años. No creo que estén desterrando a los venezolanos. Conozco gente allá, intelectuales, artistas, empresarios, que están a favor y que están en contra del chavismo, porque toda política tiene partidarios y adversarios. Aquí es común estar contra Chávez, y en cambio resulta escandaloso sentir respeto por ese proceso popular. Hay quienes me han dicho que soy muy valiente por decir que me parece interesante y respetable. Es como si fuera obligatorio estar en contra. Allá hay una gran polarización, pero no la violencia política que a menudo se ensaña con Colombia.
C.O.T.– ¿Preferiría usted para Colombia un tipo de gobierno como el de Cuba o el de Venezuela?
W.O.– Creo que Cuba ha buscado su camino aunque le haya sido difícil encontrarlo. Venezuela ha hecho el suyo y ninguno de ellos sirve para Colombia que tiene que buscar el propio. Para ello, tiene que hacer un esfuerzo de reflexión sobre su historia y cultura para poder construir una sociedad más reconciliada y feliz. No sé si en Venezuela están gobernando bien o mal. Sé que el pueblo está con Chávez, y eso, en un continente tan cruel con los pobres, es notable.
C.O.T.– En definitiva, usted es un doctrinario del chavismo…
W.O.– Yo no tengo doctrinas: creo que es de elemental justicia estar con la gente humilde. Los ricos tienen con qué defenderse, saben hacerlo, y saben poner el grito en el cielo cuando algo los afecta. Colombia en cambio es un pozo de dolor casi sin límites para la gente que no tiene cómo quejarse, ni oponerse. Y se sabe mucho más lo que les pasa a los ricos que lo que les pasa a los pobres.
C.O.T.– Cito la frase del comentario : “los gobiernos de Estados Unidos, que compraron la Florida y se robaron a México, que se apoderaron de Puerto Rico y separaron a Panamá, se habrían anexionado con gusto la hermosa isla de Cuba…” ¿Se declara antiyanqui?
W.O.– A mí me asombran los Estados Unidos, aprecio enormemente su literatura, sus artes, y conozco hasta cierto punto su historia. Es un país grandioso, pero otra cosa son sus gobiernos. Nadie puede decir que estoy mintiendo y ni siquiera exagerando: compraron la Florida, se robaron a México, se apoderaron de Puerto Rico y separaron a Panamá. La lista es harto incompleta. Decir la verdad no equivale a odio alguno. El odio es una operación sentimental y lo que digo es un catálogo de hechos que todo el mundo conoce. Si queremos hablar de cosas positivas, también se puede: le ayudaron a Europa a acabar con el nazismo, son la patria de Poe, de Faulkner, de Franklin y de Steve Jobs.
C.O.T.– En todo caso, su descripción sobre ese país cuando afirma que “la mejor manera de admirar, de respetar y honrar a los Estados Unidos, es temerles… Para ellos somos otro mundo: materias primas, selva elemental, inmigrantes…” ¿No corresponde más a las posición de un político de extremas que a la de un intelectual?
W.O.– Temer no es extremismo, es un asunto de sensibilidad. Los respeto y los honro. He escrito sobre Whitman, sobre Eliot, sobre Emily Dickinson. Hace poco publiqué en este diario un cuento, no sé si bueno pero conmovido, sobre la muerte de Ray Bradbury. Y pocos objetos me parecen tan bellos como los Buick de los años cincuenta. Pero una cosa es la cultura admirable y otra, la política tortuosa.
C.O.T.– Su posición ideológica, moralmente impecable, es, de otra parte, discutible por las consecuencias políticas que puede tener un una revolución como la chavista. Los numerosos venezolanos que evidentemente han salido de su país, dicen que fueron despojados ¿Cree que merecían esa suerte por tener medios de fortuna?
W.O.– Creo en la posibilidad de construir una sociedad más equitativa y también entiendo que debe haber mucha gente que se siente lesionada por los cambios estructurales que ha vivido Venezuela.
C.O.T.– Siendo usted uno de los escritores más destacados de una generación posterior a la de García Márquez y otros del “boom” latinoamericano que fueron castristas ¿estaría fuera del siglo XXI que sería de una izquierda moderada y moderna?
W.O.– Admiro unas cosas de Fidel Castro pero no me interesa ser castrista. Tampoco me interesa ser chavista. Cuando estuve en desacuerdo con lo que hacía éste, no vacilé en escribirle una carta pública que circula todavía en internet. Ahora bien, ¿quién decide quiénes pertenecemos al siglo XXI y quiénes no? Eso de una izquierda moderada y moderna suena a algo elegante y decorativo. Prefiero pertenecer a los radicales del siglo XIX que a los floreros del siglo XXI.
C.O.T.– ¿Este siglo con sus símbolos ¿le parece más superficial y menos respetable que los anteriores?
W.O.– No. Me parece que este siglo tiene nuevos desafíos y que no puede compararse con los del pasado. Por ejemplo, veo en el viejo marxismo muchas limitaciones. Esta es una era en la que hay que pensar en la defensa del planeta, de los recursos naturales y en la conservación y cuidado del agua, el oxígeno, las selvas, etc. Entre sus nuevos desafíos están, por ejemplo, la lucha por el afecto y la solidaridad pero sigue siendo tan defectuosa como las del pasado.
C.O.T.– Otros escritores y laureados novelistas que pertenecieron a la edad de la admiración a Fidel Castro y que después se arrepintieron, llaman a quienes están en su orilla “idiotas útiles del comunismo” ¿Qué opina de este calificativo y de los que así se oponen a Chávez y Castro?
W.O.– Tengo por costumbre no insultar. Respetar a los adversarios engrandece las propias opiniones. En cambio el que disminuye al adversario, disminuye la importancia de su propia opinión ¿Qué gracia tendría tener la razón contra unos necios? lo grande es tener la razón contra gente seria, brillante, pero equivocada.
C.O.T.– ¿Lo han criticado, insultado o amenazado por su columna?
W.O.- Tengo muy buenos lectores. Cuando no están de acuerdo se burlan, y a veces hasta me hacen avergonzar. Pero nunca me han amenazado.
C.O.T.– En las redes sociales y en los foros virtuales de los periódicos, muchos participantes suelen ser agresivos e insultantes cuando no están de acuerdo con la opinión del columnista ¿cuál fue la reacción a su columna “A las puertas de la mitología”?
W.O.– Recuerdo opiniones positivas, algunas muy valiosas, en las que algunos lectores llegaron a decir que aunque no compartían mi opinión, mis afirmaciones los hacían meditar sobre el tema. En general, nunca he tenido la sensación de que mis artículos produzcan insultos. Desde luego, no faltan los comentarios altisonantes pero los mensajes, repito, suelen ser, más bien, reflexivos.
C.O.T.– ¿Conoció personalmente a Hugo Chávez? ¿Cuántas veces estuvo con él y por qué?
W.O.– Lo vi una vez a la distancia dando un discurso. No lo conozco personalmente y nunca he hablado con él. Soy tímido, y la gente tan eficiente y activa me abruma un poco. Recuerdo que, en 2009, aquí dijeron que yo había estado en Venezuela polemizando con Mario Vargas Llosa en defensa de Chávez. Nunca he discutido con Vargas Llosa, aunque me gustaría hacerlo. Creo que el rumor lo echó a andar Teodoro Petkoff, a lo mejor por algún malentendido. Yo andaba en Suiza, trabajando en una obra de teatro con Omar Porras y, después, viajé a España a presentar mi novela El País de la Canela. Allí me sorprendió la noticia del Premio Rómulo Gallegos. Pero ni siquiera con ocasión de ese premio conocí a Chávez.
C.O.T.- Precisamente, uno de sus lectores, antichavista, dijo que usted estaba agradecido tanto con Venezuela como con Cuba por los premios literarios que recibió en esas naciones ¿El vínculo emocional con los gobiernos de estos dos países lo hace ser benévolo y complaciente con ellos?
W.O.– Estoy agradecido con Venezuela por el premio Rómulo Gallegos y con Cuba por el Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada pero ni ando buscando premios ni cambio de opinión por recibirlos. También estoy agradecido con mi país por el Premio nacional de Poesía del 92. Pero el mejor premio posible es que la gente lea los libros, y mis libros son muy bien recibidos. Los gobernantes por lo general no se enteran de los premios literarios.
C.O.T.- ¿Sería activista político en Colombia?
W.O.– Prefiero la opinión política al activismo, pero siento que está haciendo mucha falta un movimiento democrático civilizado y culto en este país. Entre los políticos y la cultura hay un abismo demasiado grande, y esos abismos condenan a los países a la corrupción, a la miseria, a la violencia y a la barbarie.
C.O.T.– ¿En el grupo de intelectuales, artistas y escritores colombianos ¿hay una revitalización de las posiciones socialistas en contraposición de las derechistas de la era Uribe o usted es un rebelde solitario?
W.O.– Yo no me considero un rebelde. Tengo convicciones y me parece que es importante expresarlas. Pienso muy distinto de algunos de mis colegas, que son muy queridos amigos, como Héctor Abad y como Juan Gabriel Vásquez pero me siento capaz de pensar distinto a ellos y, a la vez, de quererlos mucho.
C.O.T.– Supongo que apoya el proceso de paz con las Farc ¿Qué opina de esa organización, de sus actuaciones como guerrilla y de su posible inclusión en el sistema político colombiano?
W.O.– Ese proceso de paz con la Farc va tan secreto, que a veces temo que hagan la paz y nunca nos enteremos. Esa guerra tiene que terminar, y las guerras terminan con acuerdos. Para ello es importante que dialoguen los poderes y los guerreros. Ellos pueden acallar las armas pero la paz la tiene que construir la sociedad con convivencia, dignidad, solidaridad y con la posibilidad de poder volver a caminar de noche por los montes, tener una memoria compartida: esas cosas que casi nunca entienden los políticos.
C.O.T.– ¿Qué pasó con su “franja amarilla” y qué fue de ese ensayo que usted escribió hace unos 15 años?
W.O.– La franja amarilla no fue un movimiento sino un intento de interpretar la realidad del país en el último siglo, y una propuesta para buscar que los sectores ciudadanos que hasta ahora no se han manifestado políticamente, participaran en la construcción de Colombia. El nombre “franja amarilla” era una metáfora sobre los colores de la bandera: el rojo y el azul han sido símbolos de los partidos tradicionales. Ahora que han perdido su vigencia, me preguntaba dónde estaba la franja amarilla. Una nueva generación de estudiantes y lectores ha tenido en esa idea, un referente. Ojalá sea productiva.
Apartes del elogio de Ospina a Chávez
C:O:T– Se rumora que cuando el presidente venezolano fallezca será sepultado en un mausoleo, al lado del de Bolívar. ¿Qué opina de ese acto que pretende instalar en la memoria colectiva a Chávez como un nuevo libertador?
W.O.– Era de esperarse una decisión así, pero esos actos son simbólicos, sin consecuencias definitivas. Sólo la historia decide dónde reposan para siempre los recuerdos sobre los seres humanos.
C.O.– ¿La vida de Chávez le interesaría para escribir una novela?
W.O.- La literatura requiere cierta perspectiva para abarcar la complejidad de los hechos y la hondura de sus efectos. Es difícil novelar sobre actos tan recientes.
Fuentes:
http://www.elespectador.com/opinion/columna-395237-puertas-de-mitologia
http://www.elespectador.com/noticias/elmundo/articulo-396288-chavez-entrara-mitologia-de-los-altares-callejeros