Vicky, la pajarita autocrítica

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Germán Ávila

A Vicky Dávila hay que reconocerle que es hábil, conoce bien cómo funciona el “senti – pensar” de la masa en Colombia. Masa que incluye a periodistas, opinadores y personalidades que son predecibles y ella lo sabe. Vicky escribió el pasado 20 de junio la columna La banda del pajarito, con la que generó una ola de respuestas que se le vinieron encima, al punto de tocarle el más sensible de sus escenarios: los vínculos de la familia de su esposo con la mafia en La Guajira y el Caribe colombiano. Pero un error de cálculo en el artículo escrito por Gener Usuga fue suficiente para que Vicky le diera la vuelta a la torta y la atención terminara puesta en cualquier otro lugar.

La banda del pajarito es una columna de opinión que parece más una autocrítica. Hace una descripción detallada de una serie de personajes a sueldo que se lucran de difamar a quienes piensan diferente a ellos, que hacen parte de elaboradas estructuras de difusión en medios y redes sociales. Habla de periodistas líderes de una macabra banda de desinformadores donde “…Solo caben quienes piensan como ellos y tienen los mismos fantasmas y los mismos ‘enemigos’ políticos. Son un ejército maligno”.

Ese tipo de descripción tan categórica aplica mucho mejor a quienes, como ella, se han convertido en el altavoz del poder y buscan silenciar la disidencia. No se debe olvidar que la mafia en Colombia no está en la oposición, sino en el gobierno. Son los ministros, ex fiscales, la vice y el mismo presidente quienes tienen en su haber sendas investigaciones por nexos, vínculos, negocios, acuerdos y pactos con la mafia narcotraficante en Colombia.

Entonces Vicky recurre a una descripción que parece hecha por grupos de fanáticos camanduleros de los años 50, que relacionan ciertos elementos del aspecto de una persona, de manera irrefutable, con una conducta o personalidad. Vicky Dávila se pone al nivel de la frenología del siglo XIX para hablar de quienes le cuestionan: “… barbones como cualquier atracador de barrio…” recurre a ideas prejuiciosas y atrasadas desnudando su clasismo y su soberbia: “… quizás se tatúan y su mirada solo dice quiero hacerte daño”.

Pinta una estructura criminal a la usanza de los carteles, de o las maras que ella misma menciona en su columna, le faltó afirmar que, para poder ingresar a las estructuras, deben cumplir con algún ritual, las mujeres eran abusadas o se sacrificaban animales. Vicky Dávila sabe que esos mercenarios de la información que pretende describir no existen, los ingenieros de datos y “frikies” que se dedican a generar bots de respuestas automáticas, que manipulan los algoritmos de la red y pueden tener cientos o miles de usuarios falsos, funcionan con otra lógica diferente a la de la banda criminal de las películas de Hollywood.

Pero ella describe así a quienes le critican porque sabe que esa es la forma que tiene el miedo en una sociedad mojigata como ella. Es la misma forma en que opera el dispositivo: “se están metiendo a los conjuntos”, dividiendo el mundo conocido entre buenos y malos, ella como adalid de los buenos, junto a su bienoliente entorno, lejos de los barbones, tatuados, malencarados y con aspecto de pobre resentido, que le hacen daño a la sociedad por la envidia que les genera la gente de bien.

Entonces, Vicky recurre a una figura que hizo famosa el ex presidente y ahora senador Álvaro Uribe Vélez, cuando en abril de 2019 en plena sesión del congreso llamó “sicario moral” al también senador Gustavo Petro. Vicky Dávila se resguarda bajo el ala conceptual de su gran mentor, señala con las mismas palabras a quienes se encuentra en la contradicción y busca generar confusión desde sus prejuicios, porque Vicky Dávila es del mismo palo de Álvaro Uribe, tienen momentos de fuego amigo, pero jamás se separa en lo estructural de él y lo que representa.

Es por lo anterior, que cuando Gener Usuga rasguñó un poco las cercanías familiares de Vicky Dávila, se encontró de frente con que su esposo, José Amiro Gnecco, pertenece a una familia con un impresionante prontuario delictivo, vinculado de cerca a oscuras figuras del uribismo en el Caribe colombiano, como Marquitos Figueroa o Kiko Gómez, pero cometió el error de nombrar en ese artículo al hijo menor de edad producto de esa unión. Con esto, la hábil Vicky puso a todo el país a hablar sobre los límites de la pelea en redes, el derecho de mencionar o no a los niños, incluso puso a muchos a recordarle que ella hizo lo mismo con los hijos de Hollman Morris.

#ConLaFamiliaNo, fue el hashtag que la hábil Vicky utilizó para blindar la discusión sobre su familia. Ha hablado de entablar acciones legales de todo tipo con el fin de proteger a “su bebé”, como ella misma ha categorizado (nuevamente recurriendo a su camandulería parroquial). Pero nada ha dicho sobre lo que de verdad trata el artículo de Usuga, sobre los nexos de la familia de su esposo y por extensión civil, su familia, con la mafia en la costa. No por culpabilidad sanguínea de los crímenes de otros, sino porque en su papel de profusa defensora de la legalidad, sabe perfectamente cuál ha sido el papel del clan Gnecco Cerchar y su universo cercano, pero lo calla.

En pocas palabras, Vicky Dávila misma es quien está usando la figura de su hijo, para pasar de soslayo el verdadero debate que se le presenta, y que llevaba un buen tiempo haciendo fila para ver la luz. En el fondo, está el debate sobre el vínculo de la gran prensa para la que trabaja ella, con el poder mafioso que gobierna y somete a Colombia.

Si se habla de un ejército de personas frente a una pantalla generando contenidos de odio, inflando estadísticas y esperando la dirección editorial de reconocidos y reconocidas periodistas para atacar, no hay que mirar hacia los grupos de barbones tatuados que se sientan en las cafeterías, hay que mirar hacia los grandes medios que tienen sedes alternativas en las oficinas del Gobierno y que están invitados a las cenas y cocteles del jet set, donde se toman las decisiones gruesas del país y donde se reservan el derecho de admisión.