Viajar por las nuevas vías conocidas como 4G es una sensación agradable de libertad, los paisajes que las circundan alegran el alma y hacen llevadero y apasionante el recorrido. Pero, ¿Qué hay de nuestro pueblo que vive en sus orillas?
Pablo Oviedo A.
Colombia es el país de la belleza, aunque haya también hienas humanas, aviesos y criminales seres de límpidas corbatas y trajes inmaculados que creen poder ocultar sus acciones terroríficas, corruptas y antisociales.
Precisamente, debido a individuos de tan baja calaña, nuestras carreteras aún no están terminadas. Estos corruptos, dedicados al desfalco, se han hecho con gran parte de los dineros destinados a estos proyectos viales. Es preciso recordar que, con la multinacional Odebrecht, se hurtaron más de 514.000 millones de pesos.
Entre modernización y nostalgia
Debido a esos manejos corruptos, no disponemos de un mayor kilometraje de vías de calidad. Los diseños de ingeniería, concebidos para garantizar infraestructuras robustas, seguras y con puentes bien construidos, no se materializaron. Estos proyectos debían cumplir con los altos estándares de calidad requeridos, incluyendo rotondas claramente definidas y ubicadas para generar confianza en conductores y viajeros. Además, debieron contemplar variantes estratégicas que eviten el paso por el centro de ciudades y pueblos a lo largo de los distintos itinerarios.
Aunque con nostalgia se añora lo tradicional, las viejas y angostas carreteras tenían encanto. Facilitaban una conexión una fugaz entre los viajeros y las diversas comunidades de los pueblos a los que se llegaba. Sin duda, representaba algo bello, donde se aprovechaba para comprar algunas exquisiteces y/o artesanías propias de cada región, en una praxis casi mágica.
Sin embargo, las nuevas realidades del país, las nuevas necesidades para el intercambio comercial y la premura para llegar a los destinos, hacen prioritarias las variantes que, además, pueden ser muy útiles en casos de emergencias naturales o de otro carácter.
No hay felicidad completa. Paradójicamente, las variantes han ocasionado mayores focos de pobreza, miseria y olvido en algunos pueblos que han quedado fuera del recorrido antiguo de los automotores, ya que eran centenares las familias que derivaban sus sustentos de los productos que vendían en las orillas de las vías. Era lo que ahora se conoce como economía vial o como economía de carretera y que aún subsiste en algunos tramos. Negocios como montallantas, ventas de frituras, galletas, bocadillos y frutas, restaurantes populares y hoteles de paso, entre otros, dinamizaban el comercio de tramos muy importantes.
Variantes y pueblos
Es triste desviarse de la ruta y entrar a algunos pueblos que perdieron los ingresos del comercio generado por las carreteras. Hoy en día, muchos de ellos parecen pueblos fantasmas, que en el pasado fueron productivos, donde se reflejaba el empuje y la genialidad de sus habitantes, quienes trabajaban honradamente por ganarse el sustento diario. Ahora, se percibe un aire de desesperanza.
Era muy hermoso ver todo aquello, pero hoy día es solo un recuerdo nostálgico. Un nuevo panorama comienza a surgir: la gente se reinventa y proliferan los micronegocios humildes a lo largo de las carreteras 4G, por donde a diarios circulan miles de vehículos, desde los más modestos y antiguos hasta los de alta gama, cuyo valor puede superar muchos millones. Pero la mayor parte de los usuarios de las grandes y modernas autopistas ni siquiera notan que pasan al lado de esas comunidades que se están muriendo de hambre. Ese es el precio que han tenido que pagar por el denominado “progreso”.
Los gobiernos anteriores, cuando se hicieron los estudios para los proyectos 4G, olvidaron que estos afectarían económicamente a estos pueblos y no pensaron en proyectos sostenibles para dichas comunidades, que garantizaran los ingresos que ya no tendrían debido al aislamiento de las vías principales.
Es maravilloso recorrer las vías 4G, hacer más rápido y seguros nuestros trayectos, mientras admiramos nuestra flora, fauna y las diversas manifestaciones de nuestra riqueza hídrica. Sin embargo, es crucial implementar planes de contingencia para apoyar a aquellos que dependían de la economía generada por la llegada de los vehículos a los pueblos. Es fundamental que puedan subsistir, producir y evitar que se sumen a las estadísticas de pobreza extrema, improductividad, o desajustes sociales, nutricionales, de salud, educación, cultura y mental.