viernes, septiembre 20, 2024
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“Vengo a discutir con Enrique Dussel”

Cuesta creerlo. Pero se nos fue Enrique Dussel (Argentina, 1934-México, 2023). Poco después de Franz Hinkelammert. Ambos nos harán mucha falta. Una carta personal del autor al pensador mendocino

Néstor Kohan

No fuimos “amigos” personales. Tampoco me consideré nunca su discípulo. Pero aprendimos mucho de sus libros e investigaciones. Desde hace décadas. Textos sumamente rigurosos y eruditos, uno más valioso que el otro.

La producción teórica de Dussel es prácticamente inabarcable. Su obra ha sido y es estudiada en todo el mundo y en diversas lenguas. Algunas de las principales personas especialistas en su pensamiento son Katya Colmenares (México); Ramón Grosfoguel (Puerto Rico y Estados Unidos) y Antonino Infranca (Italia).

Nuestro primer intercambio fue en cartas de papel impreso y sobres de correo postal (era predigital). Por esa vía, Enrique me regaló varios de sus libros. Y también me envió una fotografía de su casa en la provincia de Mendoza, reventada el 2 de octubre de 1973 por una bomba colocada por uno de los brazos de la organización paramilitar Alianza Anticomunista Argentina (AAA); atentado violento que dio origen a su largo exilio en México.

Comenzamos nuestro diálogo por un hecho fortuito. En la década de los años 90, había visitado el Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Buenos Aires ─UBA─, el pensador alemán Karl-Otto Apel (1922-2017). Uno de sus polemistas más célebres.

En aquella ocasión, al académico Apel fueron a escucharlo los principales profesores y profesoras de la UBA. Pero para sorpresa de todo el público, Apel abrió su intervención diciendo: “Vengo a discutir con Enrique Dussel, quien me obligó a leer doscientos libros de economía marxista”. Probablemente, el intelectual alemán haya exagerado. Quizás fueron veinte los libros que Apel leyó sobre esta problemática. De todas formas, ante un público que desconocía olímpicamente no sólo la obra de Marx, sino que, muy posiblemente, no había leído un solo texto de Dussel; Apel sorprendió a todo el mundo. Inspirado en su discusión con Dussel, se puso a reflexionar si Argentina debía pagar o no su deuda externa (eterna y siempre renovada).

El clan filosófico local, de lo más tradicional y conservador de la UBA, no entendía nada. Las miradas iban del asombro a la perplejidad. ¿Quién sería ese extraño personaje que “obligó” a Karl-Otto Apel a estudiar y discutir marxismo, marcándole la cancha y trazándole una agenda absolutamente inesperada para los años furiosos del supuesto “fin de la historia” y el neoliberalismo más salvaje? Le conté a Enrique y le describí la escena por carta. Se divirtió mucho. Era una especie de “revancha” no buscada frente a quienes pretendieron ningunearlo y/o borrarlo burocráticamente del mapa, excluyéndolo de todos los planes de estudio y todas las materias. Primero con una bomba, luego con el silencio cómplice. De esta manera, se pretendió invisibilizar su filosofía y su ética de la liberación, sus posiciones políticas críticas del eurocentrismo, su cuestionamiento de la modernidad capitalista.

Enrique desarrolló una obra monumental, polifacética y enciclopédica. Hago referencia principalmente a las siguientes: Cuaderno tecnológico-histórico: (Extractos de la lectura B 56, Londres 1851). Puebla, Universidad Autónoma de Puebla, 1984. La producción teórica de Marx. Un comentario a los «Grundrisse». México, Siglo XXI, 1985. Hacia un Marx desconocido. Un comentario de los «Manuscritos del 61-63». México, Siglo XXI, 1988. El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana. México, Siglo XXI, 1990. Las metáforas teológicas de Marx. Navarra, Editorial Verbo Divino, 1993. Obras muy sugerentes, rigurosas y detalladas, a nosotros nos impresionó fundamentalmente la última.

No obstante, el despliegue exhaustivo que Enrique Dussel hacía de sus conocimientos teológicos y de la presencia en lugares claves de El Capital de metáforas y expresiones extraídas del Antiguo y el Nuevo Testamento, nos permitió abordar el pensamiento de Marx con mucha más profundidad. Por ejemplo, la problemática central que gira en torno a la crítica del fetichismo, núcleo de fuego de la teoría del valor y el trabajo abstracto. A lo que habría que agregar las “afinidades electivas” y fusiones entre la filosofía de la praxis, la concepción materialista y multilínea de la historia y el cristianismo revolucionario (amalgama que, de algún modo, está presente tanto en la teología de la liberación como en la filosofía de la liberación).

Estos libros de Dussel fueron de los principales insumos que estudiamos para dictar durante varios años nuestro Seminario de Lectura metodológica de El Capital, en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo ─UPMPM─.

Desobedeciendo el macartismo hegemónico en la cultura política oficial (incluyendo al periodismo “progre”, financiado ayer por Ford, hoy por Soros), que por entonces en 2000 y 2001 demonizaba a las Madres de Plaza de Mayo, Dussel vino a Buenos Aires y expuso en nuestro seminario. Ante la presencia de las Madres de Plaza de Mayo, Enrique nos habló de “La ética en El Capital”, intervención que reproducimos en las primeras ediciones impresas de dicho seminario. Allí también participaron Michael Löwy, Fernando Martínez Heredia, León Rozitchner, John Holloway, Orlando Borrego, etc.

Podrían quizás discutirse algunas hipótesis de trabajo de Enrique Dussel (como su crítica a Ruy Mauro Marini o su encuentro tardío con José “Pancho” Aricó), pero resulta sumamente difícil de soslayar el manejo meticuloso y riguroso de los textos originales de Marx, que Enrique desplegó y socializó durante décadas. Y no para dialogar exclusivamente al interior de la familia marxista, sino polemizando al mismo tiempo con “las vacas sagradas” de la cultura filosófica de la academia occidental.

Lector voraz y trabajador incansable; recuerdo una clase suya sobre la inmensa antología de Bolívar Echeverría ─Crítica de la modernidad capitalista─, Enrique se había leído semejante volumen en viajes de avión, mientras asistía al fallecimiento de un familiar suyo. Y del avión se fue directo a dar clases, como si tuviera dieciocho años. Formidable. Una voluntad, una capacidad de analizar y una perseverancia en el estudio completamente ajenos a esta época “líquida”, donde han pretendido reducir el pensamiento, el lenguaje, la comunicación y hasta la forma de razonar a un “me gusta/no me gusta” o a determinado número de caracteres, que no superan, como máximo, los tres o cuatro renglones.

Admirado y leído en todo el mundo, se destacan sus seguidores en México, Cuba, Venezuela y Bolivia. En su país natal, la mayor parte de la academia filosófica convencional le da tristemente la espalda. Competencia, mezquindades, macartismo, celos, envidia y, sobre todo, una inocultable mediocridad.

Sin duda, junto a la política y la pedagogía, su gran pasión era la teoría. Me envió, hace muy poco, gracias a nuestro común amigo Ramón Grosfoguel, un pequeño video de aliento y afecto por temas de salud. Pero en ese gesto de cariño, de “mimo” (como se dice coloquialmente en Argentina), Enrique no pudo evitar referirse a Marx. ¡Tan presente lo tenía, incluso a la hora de hablar de nuestras enfermedades! Te vamos a extrañar mucho. ¡Hasta siempre, querido Enrique!

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